domingo, 18 de noviembre de 2018

Una tarde especial

Sinopsis


Rebeca conoce a Poseidón, el dios del mar, el primer día de verano cuando va al Muelle del Mall de Antofagasta. Después de regalarle un collar con el que se podrán comunicar, él le promete volver el primer día de invierno. 
Con algunos sueños especiales, Rebeca se da cuenta de que ella y él se han unido en otras vidas, siendo esta la última oportunidad para vivir eternamente juntos. Pero no están solos en esto. Que Rebeca reencarne vida tras vida se debe a una maldición que debe ser cortada.
No te pierdas esta historia de amor y mitología en medio del siglo XXI.




Una tarde especial es una novela, como lo dice su nombre, “especial”. Una historia de amor y fantasía que muchas quisiéramos vivir, sobre todo con este “pez favorito”.

Una tarde especial


Era una hermosa tarde, el verano recién comenzaba, el sol alumbraba brillante en el cielo y corría una agradable brisa que refrescaba el ambiente. Aun así, yo no quería salir, había trabajado toda la mañana y solo quería descansar, pero debía ir a la Biblioteca Viva del Mall a devolver el libro de Percy Jackson que ya tenía dos días de atraso. Llegué a la Biblioteca y busqué el libro que seguía a la saga que estaba leyendo y me fui al mesón de atención a entregar el libro y retirar el otro; hecho esto, salí por el sector de las terrazas hacia el mirador.
Encendí un cigarrillo y caminé por la orilla hacia el muelle, me gustaba mirar el mar y más ahora que pensaba escribir una novela sobre sirenas y seres mitológicos del océano. Debo confesar que me encanta la mitología griega y celta, son mi fascinación.
Me apoyé en la baranda y miré abajo a las rocas, siempre que lo hacía pensaba en las películas de terror, de asesinatos, pero hoy no fue así y se me ocurrió que tal vez, solo tal vez, hubiera alguna sirena por ahí… o un tritón. Reí para mis adentros
Un hombre se paró a mi lado sin decir nada. Yo lo miré rápidamente, él miraba al mar.  Caminé y bajé hacia el muelle rompeolas del faro y él me siguió, me asusté; a pesar de ser verano, no había mucha gente en el lugar.
Me volví y lo miré intentando parecer valiente, él hizo un gesto con la cabeza en son de saludo, estaba a varios pasos de mí.
―Quieres saber de nosotros ―comentó como si fuera lo más natural del mundo.
―¿Qué? ―Me sorprendí, esperaba cualquier cosa menos eso.
―Yo te puedo contar muchas cosas acerca de sirenas, tritones y vida bajo el mar.
―¿Cómo? Pero… ¿qué sabe usted…? ―No lograba ordenar mis pensamientos y eso me frustraba.
―No te enojes ―dijo con voz suave y calmada―, sé exactamente lo que quieres decir. ―Hizo una pausa―. Puedo leer tu mente, la mayoría de nosotros puede hacerlo.
―¿Ustedes? ―pregunté escéptica.
―Yo soy un tritón ―respondió lacónico.
Sonreí irónica, ese hombre se estaba burlando de mí y no iba a permitirlo.
―¿No me crees? ―Se mostró desconcertado.
Por primera vez lo miré detenidamente. Era de pelo castaño claro; con el pelo enmarañado amarrado en una cola; los ojos, azules, profundos y expresivos; su porte era otra cosa, al menos medía 1,95 mts., con espaldas anchas aunque sin exageración.
―¿Qué quiere? ―interrogué molesta, no quería sentirme atraída por él.
―Tú quieres saber de nosotros y yo puedo responder tus preguntas.
―Mire, si me quiere tomar el pelo…
―Emigramos cada verano a América del norte, ahora ya casi todos han partido, dudo mucho que veas a algún otro por acá ―me contó sin tomar en cuenta lo que yo decía.
―No esperaba ver a nadie ―repliqué furiosa.
―Entonces, ¿por qué viniste?
―Vine a ver el mar, cómo se mueve con las olas, los colores, las sensaciones. Eso.
―¿No querías ver sirenas? ―parecía muy sorprendido.
―¡Por supuesto que no! ―negué rotundamente― No existen, todo el mundo lo sabe, solo son producto de la imaginación de algún navegante perdido.
El hombre sonrió y asintió decepcionado.
―Entonces no tengo nada que hacer aquí.
Hizo una venia y dio media vuelta.
―¿Cómo supo a lo que venía? ―pregunté sintiéndome culpable.
―Lo leí en tu mente cuando te acercaste a la baranda, me pareció que eras sincera, por eso quise ayudarte, pero si no crees, yo no puedo hacer nada.
Lo dijo con tal seguridad que por un momento creí que aquello era cierto y sentí que me iba a desmayar en cualquier momento.
―No puede ser cierto ―musité.
―Lo es
―Pero si es verdad, ¿por qué no se muestran?, ¿por qué nadie los ha visto? ―lo desafié.
―Sí lo han hecho, lo que pasa es que pocos creen y menos son los que tienen el corazón sincero para mostrarles nuestro mundo.
―Se está burlando de mí, ¿verdad?
―No, no podría ―la veracidad de sus palabras se reflejaron en sus ojos.
Hice un gesto, no sabía qué decir, quería creer, pero no podía ser verdad, esas cosas no existían ¿o si?  Aunque el hombre parecía sincero.
―Somos reales, yo soy real.
―Pero usted es humano.
―Puedo convertirme en humano.
Suspiré. No, esto no estaba pasando. Me acerqué a la baranda y me apoyé, sentía mis piernas flaquear, no sabía si estaba frente a un sicópata, a un esquizofrénico o a un loco que creía divertido mofarse del resto.
―Cálmate, no quiero hacerte daño, ni me estoy burlando de ti.
―Esto es muy extraño, ¿cómo sé que no se está burlando de mí?
―Ya te lo dije, siento que eres sincera, por eso quise ayudarte, pero no puedo hacer que creas.
―Pero si existen, ¿cómo es que nadie los ha visto antes?
―Sí lo han hecho, no hace mucho una sirena se presentó a un científico, nadó con él; lamentablemente, él filmó y puso al conocimiento de todos esa… información. No nos gusta ser molestado, ustedes, y disculpa si soy franco, todavía no tienen la capacidad de enfrentarse a otros mundos, a otro estilo de vida; se matan unos a otros sin miramientos; buscan sacar provecho del otro, hacer daño y, lo extraño para ustedes, es motivo de negocio y ganancia.
Yo agaché la cabeza, lo que decía era verdad, nosotros los humanos nos creemos civilizados mientras destruimos nuestro propio planeta.
―Este científico ha buscado y ha puesto cámaras por todas partes, pero ya no volverán, las chicas que lo quisieron conocer no van a arriesgarse a ser atrapadas para ser objetos de investigación.
―Las disecarían y las cortarían en cuadritos –murmuré molesta con mi raza.
―Así es.
―¿Y por qué entonces se acercó a mí, sabiendo todo esto?
―Ya te lo dije, pareces sincera, querías escribir acerca de nosotros, no como cosas, sino como personas con sentimientos y valores.
Lo miré fijamente, era cierto, yo quería escribir acerca de ellos, de su estilo de vida, de sus sueños, sus amores, encuentros y desencuentros, para enseñarnos una lección de vida, no para que los buscaran, encontraran y fueran a dar a un laboratorio.
―¿Y esas historias de marinos perdidos con el canto de las sirenas?
―No son ciertas, nosotros no hacemos daño, al contrario, muchas veces y ojalá fueran más, hemos salvado del naufragio a los navegantes ―sonrió afable.
Recordé las veces que las noticias mostraban salvaciones en medio del mar sin explicaciones, solo atribuibles a un milagro… ¿o a ellos?
El asintió con la cabeza contestando a mis pensamientos.
Di la vuelta y miré al mar abierto. ¿Cuántas cosas habría allí que nadie sospechaba siquiera que existían? ¿Qué clase de vida superior o inferior tenía su mundo allí? ¿Su casa? ¿Su familia quizás?
El hombre se paró a mi lado como al principio, yo lo miré, él miraba el mar con nostalgia.
―Y ahora se va…
―Sí. ―Sonrió un poco triste―. Debo irme.
―¿A dónde?
―Pensaba ir a Canadá, pero creo que me quedaré más cerca, Ecuador o México.
―¿Están en todo el mundo?
―Se podría decir que sí.  
―¿Por qué emigran?
―No necesitamos hacerlo, pero sí nos gusta, tenemos amigos en muchos lugares.
Yo sonreí. Aquello sonó bonito. Él se sacó una cadena de su cuello, era algo así como de una concha muy extraña y hermosa y me la extendió, yo la tomé con desconfianza.
―Quédatela, así sabrás que esto fue real.
―¿Real?
―Me tengo que ir. Cuídate ¿Sí?
Yo asentí con la cabeza mientras intentaba ponerme el collar. Él me la quitó con suavidad y me la colocó el mismo, me extendió la mano a modo de saludo y subió a la baranda del muelle. Yo quise decirle que no lo hiciera, pero fue muy tarde, se lanzó al mar sin dudar.
Miré hacia abajo cuando iba cayendo, y, en cuanto tocó con sus manos el agua, sus piernas se transformaron en una majestuosa cola de pez dorada.
Se volvió y me miró, sonreía feliz. Me hizo un ademán con la mano, despidiéndose. Yo recordé que no me había dicho su nombre.
―Poseidón ―me dijo contestando mi pregunta mental.
Yo sonreí, claro, ¿quién más podría ser? Miré el libro que tenía en la mano, Poseidón, el padre de Percy Jackson; seguramente estaba leyendo demasiadas novelas de fantasías.
Di la vuelta para marcharme y ver si alguien más se había percatado de todo esto, pero había muy poca gente en el muelle y cada uno vivía en su mundo.
Encendí un cigarrillo, pero una brisa marina lo apagó mojándome la cara, yo miré al mar y vi, a lo lejos, al hombre que me miraba censurador y negaba con la cabeza. Sonreí nerviosa y en mi mente escuché su voz sedosa:
―Nos vemos el próximo año, te espero aquí el primer día de invierno; y no fumes, sabes que eso te hace daño.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, no sé por qué, no era tristeza ni felicidad, era una emoción extraña.
Apreté el collar que me regaló, boté la cajetilla de cigarrillos en el basurero más cercano que encontré y me fui a casa, esperando que pasaran pronto estos seis meses para volver a encontrarme con él.

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