miércoles, 21 de noviembre de 2018

El precio de tu amor


Sinopsis


Thomas Wright está ansioso por conseguir un título nobiliario para poder entrar en sociedad. Los duques de Werlington están en la bancarrota y no dudan en vender a su única hija, Mary Anne, quien tiene fama de frívola y engreída.
Thomas se da cuenta muy pronto de que Mary Anne no es como imaginó, sino es una chica inocente y lastimada.
El precio de tu amor es una novela de romance, donde el amor será puesto a prueba hasta el final.



Capítulo 1


Mary Anne daba vueltas en su habitación nerviosa, su prometido llegaría en cualquier momento. La chica parecía león enjaulado. Densas lágrimas amenazaban con salir de sus ojos sin control, pero no se permitiría llorar, no por un hombre del que apenas sabía su nombre: Thomas Wright. Eso era todo lo que sabía de su futuro marido. Además de los chismes de la comarca, por supuesto, cosas que se negaba a creer por sanidad mental.
Se paseaba de un lado a otro siendo observada pacientemente por su niñera, Margarita, que entendía muy bien la reacción de "su niña". Su padre la había vendido a ese hombre, así, tal como suena, a cambio del título de condesa que ella obtendría al casarse, él solucionaría los problemas económicos por los cuales la familia estaba atravesando desde hacía mucho tiempo. Y Sir Thomas Wright venía muy feliz a solucionarlos a cambio del Título tan  ansiado por él.
La madre de Mary Anne entró en ese momento al cuarto, miró a su hija de pies a cabeza con admiración y cierta envidia. La joven era muy hermosa, su cuerpo voluptuoso era muy apetecible, su cabello oscuro enmarcaba un rostro muy bello, adornado por unos lindos ojos negros, nariz pequeña y, una pequeña boca en forma de corazón que hacían resaltar aún más su belleza, pero la hija no lo veía, se creía una mujer fea a la que nadie podría llegar a amar y por más que sus padres le aseguraran que tenía un gran valor, no sólo por su físico, sino que también por su inteligencia y su posición social, Mary Anne no lo comprendía. ¿Cómo comprenderlo si para su padre no había nada más en el mundo que sus fallidos negocios? Y su madre, su madre vivía de la frivolidad de la alta sociedad, de los chismorreos, de las cenas de gala, de los juegos de Bridge. Para ella su hija era su tesoro, siempre y cuando no afectara su propia vida. La muchacha en cuestión no era la más querida por sus padres. Y ahora se lo estaba demostrando fehacientemente su padre.
―Acaba de llegar su prometido, Mary Anne ―le informó la mujer con suavidad.
La joven respiró profundamente y no pudo evitar que le saltaran un par de lágrimas.
―Tranquila, hija ―la consoló la mujer acercándose y secándole la cara con su pañuelo―, Sir Thomas no es un hombre malo, además es muy atractivo, muchas mujeres se mueren por estar con él y ahora que lo vi, créame que las entiendo.
―Muchas mujeres han estado con él, madre ―replicó la hija con tristeza, desdén y algo de orgullo en su mirada.
―No crea todo lo que oye, no todo lo que se dice de él es cierto.
―¿Y qué es cierto, madre? ―preguntó con un dejo de soberbia.
―Tiene mucho dinero, sí, también ha tenido algunas mujeres, está en su derecho, es hombre, pero también es respetable y ha trabajado muy duro para llegar a ser lo que es hoy y está dispuesto a sacar a flote nuestros negocios y a casarse con usted a pesar de… ―No continuó la oración, pero la joven supo exactamente que se refería a su humillación por su anterior boda fracasada y de las habladurías del pueblo―. Es un pequeño sacrificio el que usted debe hacer, Mary Anne y estoy segura que con el tiempo usted le llegará a amar como yo amo a su padre.
‹‹¿Amar?››, pensó la joven, ‹‹jamás voy a volver a amar››.
―Bajemos ahora, los hombres nos esperan y un poco de expectación es buena, pero hacerles esperar demasiado desespera y puede ser contraproducente, además que es de mala educación y una mujer de sociedad, jamás debe ser maleducada. 
―Vamos, madre, no quiero que ese hombre pierda la paciencia conmigo antes de conocerme ―accedió con ironía, pero con un gran miedo interior.
Bajaron lentamente las escaleras, sus  ropajes y el calzado les impedían avanzar más aprisa, además, según su madre, eso no hubiera sido bien visto, las damas debían deslizarse lento, como si flotaran en el aire y para Mary Anne era mejor así, no quería llegar muy pronto; aparte del dinero y las mujeres, los comentarios también decían que él era un hombre cruel y despiadado que conseguía lo que quería, cuando lo quería y sin importar el medio. De muestra, esta transacción: un matrimonio arreglado donde él la compró para salvar a su familia de la ruina a cambio de obtener un título nobiliario, el título que obtendría quien se casara con Mary Anne, el título de Conde de Werlington y, para entrar realmente en sociedad, como él ansiaba, debía casarse con una heredera y como ella estaba en “venta”, la compró.
Cuando llegó abajo, la joven pisó fuerte en el piso con decisión. ‹‹Yo nunca me vendería››, protestó la joven a sus propios pensamientos. ‹‹Ese hombre podrá comprar mi título, mi cuerpo, pero jamás comprará mi vida, seré una mujer obligada a estar con un hombre al que no amo y él lo tendrá muy claro, no le haré nada fácil su convivencia conmigo, nunca tendrá derechos sobre mí››, decretó para sí misma.
Al llegar a la biblioteca, el duque de Werlington y Sir Thomas Wright, al verlas aparecer, les dedicaron sendas sonrisas observándolas directamente. Thomas se quedó anonadado mirando a la joven que sería su prometida.
―Aquí está mi hija, Thomas. ―El duque indicó a Mary Anne extendiendo su brazo hacia ella, invitándola a acercarse, lo que la joven hizo elevando el mentón de forma altiva y caminando con indiferencia.
―Mary Anne ―saludó él con una sonrisa triunfal y una mirada cruel que a ella no le pasó desapercibida.
―”Sir” Thomas Wright ―recalcó el Sir, mirándolo con desdén, lo que al parecer a él no le agradó en lo absoluto esfumándose la sonrisa de su rostro, aunque no la ironía de su mirada.
Tomó la mano que la joven le ofrecía con altanería y depositó en ella un posesivo beso sin dejar de mirarla con intensidad. La joven se asustó e intentó quitar la mano, pero no lo logró, él la tenía fuertemente asida, aunque no lo pareciera. Aquel gesto le indicó a Mary Anne que debía cuidarse de ese hombre, por su mirada pudo deducir que era un hombre demasiado seguro de sí mismo y, como no, si con su dinero tenía el mundo a sus pies, además era un hombre muy atractivo, demasiado para su gusto.
Para él, en cambio, ella era una de las tantas niñas orgullosas de su título como si eso compensara el vacío de su cerebro y corazón, y la actitud de ella, mirándolo como si fuera una basura, una lacra de la sociedad, le hicieron ver que no habría acercamiento entre ambos, independiente de lo que él hubiera deseado, pero él no sería un monigote de nadie, por muy su esposa que llegaría a ser, ella no haría con él lo que quisiera, ya lo hizo alguien una vez y no lo haría nadie de nuevo.
Cuando Sir Thomas soltó la mano de Mary Anne, ésta dio dos pasos hacia atrás, alejándose un poco de él.
―Es un poco más bonita de lo que imaginé, por lo menos, no es tan desagradable de mirar ―comentó el hombre para herirla.
‹‹¿Qué?››, replicó la joven en su mente, pero no dijo nada ni lo diría, eso había sido un golpe bajo.  
Su madre iba a objetar, pero el padre hizo un gesto con la mano para que callara, a lo cual la mujer obedeció de mala gana.
El hombre sonrió, si quería lastimarla lo logró, lo pudo notar en sus ojos. Y claro que lo quería, él sabía que si bajaba la autoestima de cualquier persona, sin que ésta se percatara, terminaría siendo un títere en sus manos, de esa forma había creado su imperio. Ahora lo único que le faltaba era el título de nobleza y si para ello debía casarse, lo haría, Mary Anne Kennigston era  para él solo una transacción más, un medio para conseguir un fin que debía mantener activo hasta el fin de sus días, lo que no significaba que sería distinto con ella, sería su esposa, sí, para todos los demás, pero para él, no sería más que un bien al que disfrutaría hasta cansarse y luego pasaría a formar parte del inventario de su casa. Nada más que eso.
―¿Pasemos al comedor? ―ofreció la madre de Mary Anne un poco incómoda por las miradas cargadas de odio entre su hija y su prometido―. El almuerzo está listo.
―Por supuesto, Milady. ―Thomas hizo una reverencia y luego ofreció su brazo a la joven con caballerosidad, ella lo miró con recelo y accedió a caminar con él hasta el comedor, como podría hacerlo cualquier pareja normal, cuando vio la expresión de su padre ordenándole, con la mirada, que hiciera lo que Thomas quería. 
Mary Anne no se sentía bien, muy por el contrario, la incomodidad de la permanente mirada de Thomas, su falta de roce social y la tensión de saberse comprada, como si de un mueble se tratara, estaban haciendo mella en su persona.
Thomas lo notó, pero no dijo nada, no le quitaba la vista de encima, parecía que en cualquier momento caería desplomada por la palidez de su rostro. Deseó, por un momento, sacar a Mary Anne de ese estado y buscó un tema de conversación para también él poder despejarse y no tener la mirada fija en su prometida. 
―Esta noche daré una fiesta en mi casa, supongo que ya lo saben, espero contar con su presencia ―anunció Thomas con voz ronca, ya que al momento de hablar, ella desvió su mirada hacia él, clavando sus hermosos ojos negros en los suyos turbándolo.
―Por supuesto, Thomas ―se apresuró a contestar el duque como si lo hubiese invitado la mismísima Reina Victoria―, estaremos allí puntuales.
―Esta vez preferiría que no lo fueran, duque, quiero que Mary Anne sea la reina del lugar y, como toda reina, su aparición debe ser digna de ella, además que aprovecharé la ocasión para anunciar el compromiso y que la gente se entere, de una vez, de nuestra futura boda.
―Si usted así lo quiere, sir Thomas, así se hará ―respondió esta vez la madre―, y no se preocupe, mi hija lucirá espléndida.
Thomas no lo dudó. La joven miró a su prometido, éste tenía una sonrisa forzada y cuando se volvió hacia ella, su mirada era de auténtico desdén. Mary Anne también quería ser desagradable con él, pero él le llevaba ventaja, tenía mucha más experiencia manejando a la gente a su antojo, que la que ella tenía siquiera relacionándose con los demás. Pero eso no significaba que se dejaría avasallar por ese hombre, lucharía hasta el último de sus días por su maltrecha dignidad. Él pareció adivinar sus pensamientos por la forma en que la miró, su rostro adusto denotaba orgullo y soberbia, sin embargo a Mary Anne la miraba sólo como a una basura.
Quitó la mirada de su prometida y miró a su futuro suegro.
―La boda será a principios de marzo, con el fin de que Mary Anne tenga el tiempo suficiente para sus preparativos, les daré el dinero suficiente para todos los gastos y, si les faltase, sólo han de pedirlo. Enviaré una modista para que se encargue del traje de mi prometida y del suyo, milady, y a usted, duque, le enviaré mi sastre personal.
―Es usted muy amable, joven ―agradeció cínicamente la madre a la cual los vestidos y las cosas caras le encantaban, sobre todo los hechos a la medida, no cualquiera podía darse el lujo de lucir uno de esos, ni siquiera para las bodas. 
―Para mí no es problema, les daré cuantas cosas necesiten.
―Es usted muy generoso, Thomas, pero no queremos abusar ―intervino el padre de Mary Anne al notar el descaro de su mujer.
―Yo se los estoy ofreciendo, no es un abuso.
Sir Thomas Wright hablaba como si Mary Anne no existiera y ella se sentía fuera de lugar, él se dio cuenta de aquello y de la mirada perdida que tenía su joven prometida. Era joven, tal vez demasiado. Rondaría los veinte y él ya tenía cumplidos los treinta. No obstante, el duque no tuvo ningún reparo, y ni siquiera le informó, que su hija era tan joven, como ya había tenido la experiencia de un novio anterior, que la dejó plantada en el altar, supuso que ella tendría más edad, pero apenas era una niña.
―Le estamos muy agradecidos por este gesto ―volvió a hablar el duque, sacándolo de sus pensamientos.
―Debe decirme qué hemos de preparar para el matrimonio, con las cocineras que tengo haremos… ―continuó la madre.
―¡De ninguna manera, milady! ―exclamó con celeridad Thomas―. Mi suegra no cocinará ni trabajará los días previos a un evento tan importante. Con los gastos del banquete corro yo, su única preocupación será lograr que Mary Anne luzca radiante aquel día, lo cual, supongo, no será difícil.
―Así será, sir Thomas. ―Sonrió la mujer.
―Quiero que esa noche sea inolvidable para su hija.
Por el modo en que lo dijo, Mary Anne se estremeció, sabía de antemano que aquella noche sería inolvidable, él tomaría lo que era suyo sin importarle nada. Él volvió su mirada a su prometida con una sonrisa en su rostro, en cambio, Mary Anne le devolvió la mirada con indiferencia, como si todo aquello no importara. 
―¿Usted qué opina, Mary Anne? ―le preguntó él directamente, sin rodeos.
―Yo no tengo nada que opinar.
―Vamos, usted también tiene que decidir algunas cosas.
―No, no “tengo” ―cargó la voz en la última palabra para hacerle entender que con ella no jugaba―, para eso están ustedes, además es su boda, no la mía.
La sonrisa en el rostro de Thomas desapareció como por arte de magia. Ella sería una mujer muy difícil de domar... Thomas reculó de inmediato a su pensamiento, las mujeres no eran animales para domarlas.
―Es nuestra, Mary Anne ―precisó con sequedad y se aclaró la garganta.
―A mí no me interesa, lo que para usted es una boda, para mí es el cadalso.
―¿Tan malo considera casarse conmigo?
―¿Malo? No, en lo absoluto, Sir Thomas Wright ―replicó con sorna.
―Es usted muy  rebelde, lady Mary Anne, pero a mí no me amilanan sus aires de grandeza, si quiere guerra, guerra le daré, sus deseos son órdenes para mí ―terminó con una sardónica inclinación de su cabeza.
Mary Anne resopló con furia, ese hombre la sacaba de quicio y no se lo permitiría. Lo que más le molestaba era la tranquilidad que él demostraba, particularmente con ella, si no fuera por las miradas de desdén que le ofrecía, diría que ella no significaba nada para él. Volvió a levantar su vista a él y se encontró con sus ojos de burla. Iba a contestar pero su madre lo impidió poniendo su mano en su brazo.
―Hija, no debería hablarle así a su prometido ―la censuró con fingido cariño―, eso no hacen las mujeres decentes, ¿qué haríamos sin ellos? Se merecen todo nuestro respeto, yo siempre le he enseñado así, no nos deje en vergüenza delante de él.
La joven miró a su madre, era cierto, ella estaba pasando la edad casadera y ya era mal vista en la comarca, no era que le importara, pero tampoco podía ir contra la sociedad, demasiado estricta.
―Lo siento ―se disculpó intentando calmarse, llevaba las de perder; en esta situación el único que podía ganar era su prometido. Sentía sus mejillas calientes, debía estar roja tanto por la rabia como por la vergüenza de tener que aceptar la reprimenda de su madre delante de ese hombre.
―No se preocupe, milady, Mary Anne aprenderá a comportarse junto a mí, además su personalidad intensa es lo que me gusta de ella.
‹‹¿Aprenderá a comportarse junto a mí? ¿Qué se cree?  Además, ¿le gusto? ¿Cómo puede gustarle mi personalidad si ni siquiera me conoce?››, pensó Mary Anne irritada por la situación.
―Y hay que tomar en cuenta que esta insolencia suya es la reacción obvia ante quien la compró, ¿verdad, querida? Quizá no estaba preparada para mi presencia, pues se acaba de enterar, ¿no? ―repone mirando con censura al padre.
Ella lo miró con furia, ‹‹¿querida?››. Estaba a punto de perder el control y si lo hacía no le importarían ni su madre, ni su padre, ni el maldito matrimonio, por lo que tomó aire y, mentalmente, contó hasta diez.
―Si usted lo dice… ―aceptó con contenida suavidad.
Él le dedicó una pequeña sonrisa, el triunfo reflejado en sus ojos la desconcertó, él quería un títere a quien manejar a su antojo y al ser un simple objeto de compra, no tendría más opción que obedecer como un cordero a todo lo que él ordenara, por lo menos mientras siguiera bajo el techo de sus padres.
―Así está mejor, hija ―concedió el padre con firmeza.
El resto del almuerzo transcurrió normalmente, los hombres hablaban de negocios y las mujeres, en silencio, terminaban su almuerzo.
Al finalizar la comida, los hombres se dirigieron al despacho del duque a hablar “cosas de hombres”, en tanto las mujeres salieron al patio a caminar por los jardines.

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Las mujeres caminaban silentes por el rededor de la casa, la madre de Mary Anne no sabía cómo tocar el tema del comportamiento anterior de su hija y decidió que ya estaba bueno de tratar a su hija como una niña, era ya mayor, pasando de la edad casadera, por lo que debía madurar si quería ser una buena condesa y una mejor esposa y madre, como ella misma, y no seguir sufriendo humillaciones públicas por su culpa.
―Hija ―comenzó a decir la mujer―, debe respetar al que será su esposo, si le hace perder la paciencia y la golpea, será sólo su culpa, él está tratando de llevar la relación en paz y usted no está cooperando ―aconsejó su madre con aire frío y solemne―. Por favor, haga un esfuerzo y deje esa descompostura suya que ya no le sienta nada de bien. Para nosotros que la amamos tal como usted es, no hay problema, pero no creo que él aguante mucho tiempo esos aires de suficiencia, además, nuestro futuro depende de su conducta. Es hora que madure y deje atrás esos arrebatos de cólera.
―Lo sé madre y lo siento ―respondió Mary Anne un tanto avergonzada, ahora, con la cabeza un poco más fría se daba cuenta que había exagerado en su reacción provocando también a su prometido que, aparte de las miradas despreciativas, no había hecho más que ofrecerle oportunidades de opinar, cosa rara en su ámbito, donde las mujeres no hablan, no opinan, no tienen voz; sin embargo, él le estaba concediendo la palabra y ella, en vez de agradecerlo, lo irritó. 
―Sí, lo sabe, ―admitió la madre―, pero no ayuda, si él se arrepiente de casarse con usted, dígame, ¿qué haremos?, ¿qué cree que va a pasar con nosotros? Quedaremos en la calle y con sus antecedentes y nosotros en la ruina, ¿quién querrá casarse con usted?
En el momento que dijo eso, Mary Anne sintió una mirada intensa sobre ella y se detuvo, mirando en todas direcciones intentando parecer normal, hasta que se dio cuenta que estaban pasando por fuera del despacho de su papá, donde los hombres conversaban y en la ventana, ante sus ojos, estaba Thomas que la miraba con seriedad. Ella sostuvo su mirada con orgullo, aprovechó que su madre, de espaldas a la ventana, no podía ver a su prometido, tampoco lo hubiera notado, su atención estaba puesta en una pequeña hilacha de su vestido.
―Madre, una mujer puede estar sin un hombre, no los necesitamos para vivir ―rebatió la joven sin dejar de mirar a Thomas, segura que él podría escucharla.
―¡No diga esas cosas, Mary Anne! ―exclamó su madre ajena al juego de miradas y desafío entre su hija y su yerno―. Ninguna mujer decente puede vivir sin un hombre a su lado. ¿O qué espera? ¿Salir a trabajar? ¡Por favor! Eso sería la derrota final para nuestra familia y nos despojarían de nuestro título que es lo único que nos queda. Nuestra única solución es que usted acepte la propuesta de Thomas y se case como Dios manda. Él es el único que puede sacarnos de la situación en la que estamos.
―Tiene razón, madre. ―Alzó la frente engreída―.  Uno sí debe tener un hombre a su lado para que nos mantenga y nos dé todo lo que necesitemos… Y dinero, mucho dinero, ¿verdad? Ya tengo claro que esto será una simple transacción: Mi título por su dinero. No hay por qué involucrar sentimientos. Está  bien, mamá. ―Ahora miró hacia la mujer con una gran sonrisa en el rostro―. Intentaré controlar mi carácter, se lo aseguro, aunque no le prometo nada.
―Me alegra oír eso, hija.
Mary Anne miró al hombre que continuaba en la ventana, mirándola con gesto adusto y algo de… ¿asco? La joven no pudo sostener su mirada, esa no era ella, ella no se vendía por unas monedas, por muchas que fueran, pero así se lo haría creer; si accedía y aceptaba esa maldita boda, no era por el dinero, era por sus padres, por ellos se sacrificaría, al ser hija única, era la responsable de que ellos vivieran lo mejor que pudieran su vejez. Ya jóvenes no eran, ya que cuando su madre quedó embarazada ellos eran mayores y sólo pudieron tenerla a ella, con lo cual el duque, al principio se llevó una gran desilusión porque quería un varón, pero cuando ella empezó a crecer, las cosas cambiaron, se volvió muy amada, sus padres la consentían en todo, hasta...
La joven se volvió a mirar a la ventana, pero Thomas ya no estaba, se había apartado de allí. Jamás pensó que se casaría por dinero, ahora lo haría y si él quería comprarla, entonces se comportaría como una vendida.


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Les dejo el Booktrailer

domingo, 18 de noviembre de 2018

Una tarde especial

Sinopsis


Rebeca conoce a Poseidón, el dios del mar, el primer día de verano cuando va al Muelle del Mall de Antofagasta. Después de regalarle un collar con el que se podrán comunicar, él le promete volver el primer día de invierno. 
Con algunos sueños especiales, Rebeca se da cuenta de que ella y él se han unido en otras vidas, siendo esta la última oportunidad para vivir eternamente juntos. Pero no están solos en esto. Que Rebeca reencarne vida tras vida se debe a una maldición que debe ser cortada.
No te pierdas esta historia de amor y mitología en medio del siglo XXI.




Una tarde especial es una novela, como lo dice su nombre, “especial”. Una historia de amor y fantasía que muchas quisiéramos vivir, sobre todo con este “pez favorito”.

Una tarde especial


Era una hermosa tarde, el verano recién comenzaba, el sol alumbraba brillante en el cielo y corría una agradable brisa que refrescaba el ambiente. Aun así, yo no quería salir, había trabajado toda la mañana y solo quería descansar, pero debía ir a la Biblioteca Viva del Mall a devolver el libro de Percy Jackson que ya tenía dos días de atraso. Llegué a la Biblioteca y busqué el libro que seguía a la saga que estaba leyendo y me fui al mesón de atención a entregar el libro y retirar el otro; hecho esto, salí por el sector de las terrazas hacia el mirador.
Encendí un cigarrillo y caminé por la orilla hacia el muelle, me gustaba mirar el mar y más ahora que pensaba escribir una novela sobre sirenas y seres mitológicos del océano. Debo confesar que me encanta la mitología griega y celta, son mi fascinación.
Me apoyé en la baranda y miré abajo a las rocas, siempre que lo hacía pensaba en las películas de terror, de asesinatos, pero hoy no fue así y se me ocurrió que tal vez, solo tal vez, hubiera alguna sirena por ahí… o un tritón. Reí para mis adentros
Un hombre se paró a mi lado sin decir nada. Yo lo miré rápidamente, él miraba al mar.  Caminé y bajé hacia el muelle rompeolas del faro y él me siguió, me asusté; a pesar de ser verano, no había mucha gente en el lugar.
Me volví y lo miré intentando parecer valiente, él hizo un gesto con la cabeza en son de saludo, estaba a varios pasos de mí.
―Quieres saber de nosotros ―comentó como si fuera lo más natural del mundo.
―¿Qué? ―Me sorprendí, esperaba cualquier cosa menos eso.
―Yo te puedo contar muchas cosas acerca de sirenas, tritones y vida bajo el mar.
―¿Cómo? Pero… ¿qué sabe usted…? ―No lograba ordenar mis pensamientos y eso me frustraba.
―No te enojes ―dijo con voz suave y calmada―, sé exactamente lo que quieres decir. ―Hizo una pausa―. Puedo leer tu mente, la mayoría de nosotros puede hacerlo.
―¿Ustedes? ―pregunté escéptica.
―Yo soy un tritón ―respondió lacónico.
Sonreí irónica, ese hombre se estaba burlando de mí y no iba a permitirlo.
―¿No me crees? ―Se mostró desconcertado.
Por primera vez lo miré detenidamente. Era de pelo castaño claro; con el pelo enmarañado amarrado en una cola; los ojos, azules, profundos y expresivos; su porte era otra cosa, al menos medía 1,95 mts., con espaldas anchas aunque sin exageración.
―¿Qué quiere? ―interrogué molesta, no quería sentirme atraída por él.
―Tú quieres saber de nosotros y yo puedo responder tus preguntas.
―Mire, si me quiere tomar el pelo…
―Emigramos cada verano a América del norte, ahora ya casi todos han partido, dudo mucho que veas a algún otro por acá ―me contó sin tomar en cuenta lo que yo decía.
―No esperaba ver a nadie ―repliqué furiosa.
―Entonces, ¿por qué viniste?
―Vine a ver el mar, cómo se mueve con las olas, los colores, las sensaciones. Eso.
―¿No querías ver sirenas? ―parecía muy sorprendido.
―¡Por supuesto que no! ―negué rotundamente― No existen, todo el mundo lo sabe, solo son producto de la imaginación de algún navegante perdido.
El hombre sonrió y asintió decepcionado.
―Entonces no tengo nada que hacer aquí.
Hizo una venia y dio media vuelta.
―¿Cómo supo a lo que venía? ―pregunté sintiéndome culpable.
―Lo leí en tu mente cuando te acercaste a la baranda, me pareció que eras sincera, por eso quise ayudarte, pero si no crees, yo no puedo hacer nada.
Lo dijo con tal seguridad que por un momento creí que aquello era cierto y sentí que me iba a desmayar en cualquier momento.
―No puede ser cierto ―musité.
―Lo es
―Pero si es verdad, ¿por qué no se muestran?, ¿por qué nadie los ha visto? ―lo desafié.
―Sí lo han hecho, lo que pasa es que pocos creen y menos son los que tienen el corazón sincero para mostrarles nuestro mundo.
―Se está burlando de mí, ¿verdad?
―No, no podría ―la veracidad de sus palabras se reflejaron en sus ojos.
Hice un gesto, no sabía qué decir, quería creer, pero no podía ser verdad, esas cosas no existían ¿o si?  Aunque el hombre parecía sincero.
―Somos reales, yo soy real.
―Pero usted es humano.
―Puedo convertirme en humano.
Suspiré. No, esto no estaba pasando. Me acerqué a la baranda y me apoyé, sentía mis piernas flaquear, no sabía si estaba frente a un sicópata, a un esquizofrénico o a un loco que creía divertido mofarse del resto.
―Cálmate, no quiero hacerte daño, ni me estoy burlando de ti.
―Esto es muy extraño, ¿cómo sé que no se está burlando de mí?
―Ya te lo dije, siento que eres sincera, por eso quise ayudarte, pero no puedo hacer que creas.
―Pero si existen, ¿cómo es que nadie los ha visto antes?
―Sí lo han hecho, no hace mucho una sirena se presentó a un científico, nadó con él; lamentablemente, él filmó y puso al conocimiento de todos esa… información. No nos gusta ser molestado, ustedes, y disculpa si soy franco, todavía no tienen la capacidad de enfrentarse a otros mundos, a otro estilo de vida; se matan unos a otros sin miramientos; buscan sacar provecho del otro, hacer daño y, lo extraño para ustedes, es motivo de negocio y ganancia.
Yo agaché la cabeza, lo que decía era verdad, nosotros los humanos nos creemos civilizados mientras destruimos nuestro propio planeta.
―Este científico ha buscado y ha puesto cámaras por todas partes, pero ya no volverán, las chicas que lo quisieron conocer no van a arriesgarse a ser atrapadas para ser objetos de investigación.
―Las disecarían y las cortarían en cuadritos –murmuré molesta con mi raza.
―Así es.
―¿Y por qué entonces se acercó a mí, sabiendo todo esto?
―Ya te lo dije, pareces sincera, querías escribir acerca de nosotros, no como cosas, sino como personas con sentimientos y valores.
Lo miré fijamente, era cierto, yo quería escribir acerca de ellos, de su estilo de vida, de sus sueños, sus amores, encuentros y desencuentros, para enseñarnos una lección de vida, no para que los buscaran, encontraran y fueran a dar a un laboratorio.
―¿Y esas historias de marinos perdidos con el canto de las sirenas?
―No son ciertas, nosotros no hacemos daño, al contrario, muchas veces y ojalá fueran más, hemos salvado del naufragio a los navegantes ―sonrió afable.
Recordé las veces que las noticias mostraban salvaciones en medio del mar sin explicaciones, solo atribuibles a un milagro… ¿o a ellos?
El asintió con la cabeza contestando a mis pensamientos.
Di la vuelta y miré al mar abierto. ¿Cuántas cosas habría allí que nadie sospechaba siquiera que existían? ¿Qué clase de vida superior o inferior tenía su mundo allí? ¿Su casa? ¿Su familia quizás?
El hombre se paró a mi lado como al principio, yo lo miré, él miraba el mar con nostalgia.
―Y ahora se va…
―Sí. ―Sonrió un poco triste―. Debo irme.
―¿A dónde?
―Pensaba ir a Canadá, pero creo que me quedaré más cerca, Ecuador o México.
―¿Están en todo el mundo?
―Se podría decir que sí.  
―¿Por qué emigran?
―No necesitamos hacerlo, pero sí nos gusta, tenemos amigos en muchos lugares.
Yo sonreí. Aquello sonó bonito. Él se sacó una cadena de su cuello, era algo así como de una concha muy extraña y hermosa y me la extendió, yo la tomé con desconfianza.
―Quédatela, así sabrás que esto fue real.
―¿Real?
―Me tengo que ir. Cuídate ¿Sí?
Yo asentí con la cabeza mientras intentaba ponerme el collar. Él me la quitó con suavidad y me la colocó el mismo, me extendió la mano a modo de saludo y subió a la baranda del muelle. Yo quise decirle que no lo hiciera, pero fue muy tarde, se lanzó al mar sin dudar.
Miré hacia abajo cuando iba cayendo, y, en cuanto tocó con sus manos el agua, sus piernas se transformaron en una majestuosa cola de pez dorada.
Se volvió y me miró, sonreía feliz. Me hizo un ademán con la mano, despidiéndose. Yo recordé que no me había dicho su nombre.
―Poseidón ―me dijo contestando mi pregunta mental.
Yo sonreí, claro, ¿quién más podría ser? Miré el libro que tenía en la mano, Poseidón, el padre de Percy Jackson; seguramente estaba leyendo demasiadas novelas de fantasías.
Di la vuelta para marcharme y ver si alguien más se había percatado de todo esto, pero había muy poca gente en el muelle y cada uno vivía en su mundo.
Encendí un cigarrillo, pero una brisa marina lo apagó mojándome la cara, yo miré al mar y vi, a lo lejos, al hombre que me miraba censurador y negaba con la cabeza. Sonreí nerviosa y en mi mente escuché su voz sedosa:
―Nos vemos el próximo año, te espero aquí el primer día de invierno; y no fumes, sabes que eso te hace daño.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, no sé por qué, no era tristeza ni felicidad, era una emoción extraña.
Apreté el collar que me regaló, boté la cajetilla de cigarrillos en el basurero más cercano que encontré y me fui a casa, esperando que pasaran pronto estos seis meses para volver a encontrarme con él.

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viernes, 16 de noviembre de 2018

Acusada


Sinopsis


Cuando sus padres fallecieron en un terrible accidente, Sarah quedó sola. Miguel Vicuña, de acuerdo a un pacto hecho con el padre de Sarah, en el que se acordaba que cualquiera de ellos que falleciera, el otro se haría cargo de su familia como si fuera propia, decide ayudarla económicamente. Al no aceptar la joven la ayuda desinteresada de Miguel, la contrata como su secretaria personal. 
De eso, siete años.
Hoy es el funeral de Miguel Vicuña, a primera vista es un suicidio, pero tanto su familia como la misma Sarah no creen en esa teoría. Sebastián el hijo de Miguel está convencido que fue la misma Sarah quien lo asesinó por celos, ya que él supone que ella y su padre eran amantes y hará todo lo posible por buscar las pruebas que la incriminen a pesar de la inocencia que declara la joven. 
Sebastián siente una mezcla de amor-odio por Sarah y tanto un día la acusa sin contemplaciones, al siguiente quiere protegerla y esconder todas las pruebas que la incriminan. Sarah no sabe qué hacer con él, ya que desde hace muchos años su corazón está completamente enamorado de ese hombre que le hace tanto daño. 
Mientras tanto Sarah conoce a Álvaro, un abogado dedicado a casos de violencia de género; éste se hace cargo de su caso, defendiéndola a pesar de que todas las pruebas la acusan, y no deja que pase ni una sola noche en la cárcel como es el deseo de Sebastián. Y contrario a este, aún con todo en contra, cree en la inocencia de ella.
¿Será condenada Sarah por un crimen que no cometió? ¿Sebastián creerá en ella lo suficiente para amarla con todo lo que ella es? ¿Podrá Álvaro demostrar su inocencia? ¿Quién, finalmente, es el verdadero asesino? 
Es una historia de amor e intriga donde cualquiera o ninguno puede ser culpable.




FUNERAL



La muerte repentina de Miguel Vicuña los pilló a todos desprevenidos. No estaba enfermo, no tenía problemas, todo en su vida parecía marchar a las mil maravillas.
¿Cómo entonces pudo suicidarse? Nadie lo entendía, no dio ninguna señal. Al contrario, amaba la vida, aún en los peores momentos, buscaba el lado amable a los problemas. ¿Qué lo había orillado a tomar tan drástica decisión? Nadie lo comprendía en lo absoluto.
Sarah, viendo a la familia de Miguel junto al féretro, desolados, lo entendía menos. Ella sabía que él no les haría algo así, los amaba demasiado para causarles tamaño sufrimiento.
Una vez terminada la ceremonia, la esposa de Miguel se acercó a ella.
—Dime una cosa, Sarah —le rogó con los ojos rojos por el llanto—, ¿por qué lo hizo?
Sarah la miró a los ojos, la tristeza en su mirada quebraba hasta el corazón más duro.
—No lo sé señora, no logro explicármelo, no sé…
—Tú llevabas trabajando con él casi siete años, compartía más tiempo contigo que conmigo, alguna idea debes tener.
Sarah se sintió culpable. Ella estaba segura del amor de Miguel hacia su esposa, la amaba más que a nada en el mundo y muchas veces renegaba con ella, por no dedicarle a su esposa “el tiempo que merecía”, según sus propias palabras. Aunque ella y su hijo no lo creyeran así. Sarah tomó aire, necesitaba darse ánimos para enfrentar esta situación.
—Señora Lidia, por más que usted piense que yo tengo la respuesta, quíteselo de la cabeza, porque no tengo idea. Cada minuto que ha pasado desde que él… —no pudo pronunciar la palabra —, me he preguntado qué pudo ser tan grave que ni ustedes ni yo lo supimos, qué pudo ocurrir en su vida para querer acabar con ella, qué sucedió. Todavía no creo que haya sido así.
—¿No crees que se suicidó?  —le preguntó la mujer interesada.
—No creo que haya sido capaz de eso, de provocarles, a sabiendas, ese dolor.
—Yo creo que lo asesinaron —confesó la mujer.
—¿Qué dice? —Sarah se extrañó oír, de otra boca, lo que ella ni siquiera se había atrevido a pensar en voz alta.
Sebastián, el hijo mayor de Miguel, se acercó a ellas.
—¿Vamos, mamá? —le preguntó tomándola del codo suavemente.
—Dime, Sarah —insistió la mujer sin contestar a su hijo—, ¿tú crees lo mismo que yo?
Sarah dejó caer las lágrimas que retuvo todo el sepelio. Ella quería mucho a Miguel Vicuña, desde que murieron sus padres él fue como un padre para ella.
—Ni siquiera me atrevía a admitirlo para mí misma, por lo terrible que suena, pero sí, señora Lidia, estoy segura que él la amaba demasiado para dejarla sola, no creo que él se haya suicidado, a él lo mataron.
—¡Sarah! —La reprendió Sebastián en voz baja— Ni siquiera lo menciones, no aquí por lo menos.
Sebastián miró a su alrededor molesto, pendiente de quién pudiera haberla oído.
—Vamos a la casa —dijo Lidia con voz suave—, allá podremos conversar más tranquilamente.
Sarah miró a Sebastián que la miraba con furia. Ella se cohibió ante su mirada reprobatoria. Su corazón latía de amor por él, mientras que el de él sólo sentía odio y rencor. Volvió a mirar a Lidia, que la miraba suplicante. Miró a su alrededor, ya no quedaba casi nadie en el hermoso cementerio y los hombres que trabajaban allí habían empezado su labor de terminar con la sepultura de don Miguel, lo que no le daba chance a excusarse que quería estar un rato más con su antiguo jefe.
—No lo sé, ustedes tal vez quieran estar solos y yo… —intentó decir.
—¡No! Yo quiero saber qué le pasó a mi esposo.
—Señora Lidia…
—Ven con nosotros, si tienes algo que decir, lo dirás allá —ordenó Sebastián con dureza.
—¿Y si no tengo nada qué decir?  —preguntó ella.
Él la miró con desaprobación y recelo.
—Está bien —accedió la joven finalmente. Sabía que el hijo de su jefe no le tenía ninguna simpatía y ahora, que sería él quien tomara el puesto de su padre, ella tendría que trabajar para él o quedar sin trabajo.
David, el hijo menor de Miguel ya estaba en el auto cuando ellos llegaron, él conduciría, Lidia se sentó a su lado, por lo que Sarah y Sebastián se sentaron en el asiento trasero. Sarah miró brevemente a Sebastián y se volvió hacia la ventana con lágrimas en los ojos, por la postura de él, parecía que él creía que ella tenía una enfermedad contagiosa, estaba pegado a la ventana, mirándola con asco y eso le dolió.
Pensar que hasta hace ocho años eran inseparables, una sola familia. Entre Sarah y Sebastián surgió el amor como algo natural, eran el uno para el otro. Sin embargo, todo cambió cuando ella tenía 18 años, sus padres murieron en un accidente en las costas de Francia y ella quedó muy mal herida, el dinero heredado de sus padres lo gastó casi todo en la búsqueda de los cuerpos de sus padres y en su propio tratamiento. Miguel Vicuña fue un puntal para ella en esos momentos de angustia, fue como el padre que perdió, a pesar de las desconfianzas y el rencor que generaba en su familia su apoyo incondicional después de ese horrible accidente.
Sarah recordó esos angustiantes momentos. Iban en un crucero por las costas de Francia, se suponía que llegarían a La Provenza, pero eso no ocurrió. El barco hizo una explosión tras otra, nadie supo bien lo que ocurrió, una atentado, una falla en los motores, un choque contra algo, nunca se supo qué ocurrió, aunque las conjeturas siempre dieron como resultado la teoría del atentado. Sus padres no fueron encontrados por el servicio del país, por lo que ella contrató su propia gente para encontrarlos. Luego, el traslado de ella, en muy mal estado, sus piernas se quemaron gravemente, además de múltiples fracturas en las mismas, dejando marcas en ellas hasta el día de hoy, además de dolorosos implantes de platino en sus piernas, lo que la hacía una chica tímida y retraída. No se atrevía a salir a la calle con ropa corta, mucho menos ir a la playa o piscina. Por la misma razón no salía con chicos. Temía que la vieran y se espantaran por las cicatrices.
Cuando volvió de Francia ya casi no quedaba dinero en sus arcas, Miguel quiso hacerse cargo de ella, pero ella no se lo permitió, no quería dinero, no era una mantenida y nunca lo sería, por el mismo tiempo, la secretaría personal de Miguel renunció después de haber tenido a su primer bebé y éste le ofreció ese puesto a Sarah, a lo que ella accedió con agrado. De eso hacía 6 años. Hoy con 26 años, sentía que había perdido a su padre, eso era lo que Miguel representaba para ella, él era como un padre protector y amoroso que la cuidaba y quería como a su propia hija, y ahora que se había ido…
—¡Sarah! —El grito de Sebastián la volvió a la realidad, tenía la puerta del auto abierta para que ella bajara de él.
—Lo siento —se disculpó la joven apretando su cartera. 
—Baja —ordenó él, ofreciéndole su mano.
Ella se tomó de él, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral. Aún tenía sentimientos para él, su primer amor, su primer hombre, aunque para él sólo fuera una cualquiera. Cuando salió del auto él la mantuvo muy cerca de él.
—¿Por qué fuiste su amante?  —le preguntó él en voz baja.
—Sebastián… —Rogó ella, no era un tema nuevo para ella, aún así, no se acostumbraba a ser tratada como la amante de don Miguel.
—A mí no me engañas, lo que no entiendo es por qué, después de todo lo que esta familia ha hecho por ti.
—Yo jamás… nunca…
—Un paso en falso, sólo uno, y te pudriré en la cárcel.
Sarah sólo fue capaz de mirarlo con los ojos muy abiertos, una cosa es que ella no le agradara y otra, muy distinta es que él la amenazara de esa forma. Sebastián la soltó y, dando la media vuelta, entró  a la casa, dejándola allí, confundida y desolada. Finalmente, ella lo siguió, como un cordero que va al matadero, sabiendo lo que le esperaba allí dentro y lo que él pensaba de ella. La casa se sentía fría y vacía sin Miguel, él era un hombre muy alegre, simpático y agradable.
Lidia y ella se sentaron en la sala de estar, David fue directamente a su cuarto y Sebastián no estaba allí. Sarah se sentó en un sillón pequeño frente a Lidia, la casa era grande y bonita, la sala de estar estaba bellamente decorada, sin adornos recargados, aún así, se veía acogedor.
Ocho años que no pisaba esa casa y la recordó perfectamente, parecía oír las risas de David y Sebastián burlándose de ella, buscaban motivos para hacerlo; también le parecía oír el chocar de copas y la conversación de sus padres con Miguel y Lidia. Tantos recuerdos…
—Tú tampoco crees en el suicidio de mi esposo —Lidia la sacó de sus pensamientos a tiempo, antes de ponerse a llorar como una idiota.
—Aparte de ti, ¿quién crees que pudo asesinarlo?
Sebastián venía entrando con un vaso de Whisky en la mano, traía la corbata suelta y el primer botón de la camisa desabrochado, la miraba con odio, si de él dependiera la ahorcaría con sus propias manos en ese mismo momento. Sarah lo miró horrorizada, ¿de verdad él creía que ella había matado a su padre, por eso estaba así, peor que las otras veces que la veía?
—Contesta Sarah —urgió él.
—Yo jamás hubiera hecho una cosa así, don Miguel era como mi segundo padre, me ayudó y prácticamente se hizo cargo de mí cuando perdí a mis padres en ese horrible accidente —se defendió la joven.
—Mientes —la voz de Sebastián sonó amenazante.
—Sebastián, por favor —rogó su madre en tono conciliador.
—¿Acaso soy yo el único que ve las cosas claras aquí? —Preguntó molesto.
—No sé a qué te refieres —Sarah quería llorar, pero no lo haría.
—Mi padre se iba a jubilar para estar más tiempo con mi madre, “su esposa” —recalcó lo último con clara ironía.
—¿Y eso me convierte en asesina? —Preguntó ella en un hilo de voz.
—Se iba tu amante, ¿no? Y con él, tu banco particular.
—¡Jamás! Él… él y yo… ¡No!
Miró a Lidia espantada, ella sabía que él pensaba eso, pero jamás creyó que la dijera delante de su madre, la mujer negaba con la cabeza, al parecer ella no tenía la misma opinión que su hijo, o para ella no era un tema a discusión.
—¡Vamos, Sarah! Ustedes eran la comidilla de todo el mundo en la oficina.
—No, eso no es así…
—¿Me estás llamando mentiroso?
—Y tú me acusa de ser amante de su padre.
—¿Acaso no lo eras?
—¡No! —Ahora Sarah dejó caer las lágrimas libremente, ya no las podía retener más— Don Miguel era como mi padre, nunca lo vi de otro modo y estoy segura que él tampoco.
—¿Y no te molestaba que él se jubilara? —Preguntó Lidia.
—¡Por supuesto que no! Al contrario. El siempre se recriminaba por no pasar más tiempo con usted, su esposa, el amor de su vida… siempre decía que… —aunque intentaba mantener la calma, los sollozos no la dejaron continuar y por un rato, nadie dijo nada— Él decía que no le daba el tiempo que usted merecía y ahora que se jubilara, tendría todo el tiempo para compensar su falta de todos estos años. Por eso no entiendo que él se haya… —ahora sí no pudo seguir.
—Mi esposo siempre me repetía eso —asintió la mujer.
—Y es cierto, él la amaba muchísimo, señora Lidia, era muy lindo lo que él sentía por usted.
—El lunes voy a tomar el puesto de mi padre —intervino Sebastián—, no vayas a la oficina hasta ese día.
Sarah lo miró sorprendida.
—No quiero que alteres nada —agregó—, de todos modos no tienes autorización para entrar al edificio.
Sarah bajó la cabeza, él dudaba de ella, una punzada de dolor se instaló en su vientre. Una cosa es que dudara de sus sentimientos, que la acusara de ser amante de su padre, pero ¿asesina? Se sintió realmente mal, se levantó lentamente, casi sin fuerzas.
—Nos vemos el lunes, entonces, no tengo nada que esconder —dijo con voz ronca por el dolor—. Lamento mucho lo sucedido. Permiso.
Caminó hacia la puerta. Sebastián dejó su vaso en la mesita y la siguió con paso firme. Cuando ella iba a abrir la puerta, él la tomó del brazo y la volteó hacia él, pegándola a su cuerpo.
—¿Por qué te fijaste en él? —le reclamó.
—Sebastián… él y yo… jamás… —le dolía sentirlo tan cerca y a la vez tan lejano.
—Te amo, Sarah, te amo desde siempre y te juro que jamás te olvidé, pero tú eras de mi padre y yo no…
Parecía querer besarla y ella lo anhelaba. Ofreció sus labios al hombre que le juraba amor, mientras la acusaba de un crimen que no cometió. Ella tampoco lo olvidó, siempre esperó que él se volviera a fijar en ella, pero sabía que no lo haría, él conocía perfectamente su “defecto” y no le interesaba tener a su lado a una mujer de esas características teniendo tantas mujeres bellas a su alrededor. Y ahora que le confesaba su amor, estaba de por medio la muerte de su padre. Él tenía razones para dudar, pero ella quería que confiara en ella. Por eso le ofreció sus labios para demostrarle todo el amor que tenía guardado de hace tantos años… y su inocencia.

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Les dejo el booktrailer


domingo, 11 de noviembre de 2018

Vendida como una mercancía


Sinopsis



Lucía tiene un padre adicto y un novio ególatra. El mismo día que se entera que su padre la vendió, conoce a un hombre del que se enamora inmediatamente. Cuando su novio intenta abusarla, este hombre aparece, ayudándola. Es tan diferente a los hombres que ha conocido y cuando se entera que es a él a quien su padre la vendió, no sabe si enojarse o alegrarse. Él cambiará su vida. Con su amor y ternura apasionada, le enseña nuevos mundos, desconocidos para ella. Y como no todo puede ser tan perfecto... no faltarán los problemas.


Vendida como una mercancía fue la primera novela que publiqué y tanto en Wattpad como en Amazon tuvo una excelente acogida de inmediato.
Es una novela muy romántica, quizá, para algunos, es un amor que parte demasiado rápido, pero tiene un porqué que se explica después, solo puedo decir que los ojos como “cárcel de cristal”, tienen mucho que ver.


Cárcel de Cristal

Todo dio vueltas a mi alrededor, no podía ser cierto lo que oía, mi papá me había vendido, en pleno siglo XXI, a un millonario excéntrico que creía que las mujeres se seguían adquiriendo como mercancías.
Me dejé caer en el sofá de la gran oficina y lo miré con lágrimas en los ojos.
―No puede ser cierto. ¡Dime que no lo hiciste! ―rogué en un desesperado intento por creer que eso no era verdad.
―Hija, o me voy a la cárcel o tú…
―¿Qué hiciste para llegar a esto?
―Estamos arruinados. ―Él se veía tan tranquilo, tan… ¿acaso le daba lo mismo por lo que yo pasara con tal de salvarse?
―Podemos salir adelante sin necesidad de esto ―insistí.
―Debo demasiado dinero.
―¿Cuánto?
―Quinientos millones de dólares.
―¿¡Qué?!
Eso era una barbaridad. ¿Quién podría gastar todo ese dinero? Eso, sin contar con el capital que tenía mi papá con sus empresas, ¿cómo había llegado a esto?
―Lo siento ―dijo pesaroso.
―No, papá, yo lo siento más.
―¿No lo harás?
―¿Qué le digo a Cristian?
―Ese chico no te ama y tú lo sabes.
―Eso no es asunto tuyo ―contesté de mal humor, aunque sabía que lo que mi papá decía era cierto, no me gustaba que me lo refregara en la cara. Yo sabía que mi novio sólo se amaba a sí mismo, pero yo no era capaz de decirle que no.
―Por favor, hija.
―No puedo hacerlo, papá.
―Iré a la cárcel.
Yo respiré hondo, no quería eso para él; pero dejar a Cristian por un hombre al que ni siquiera conocía y que, seguramente era un viejo decrépito que debía pagar para que una mujer se casara con él, sin amor, por supuesto, no era una opción.
―Hija… ―Mi papá me miró profundamente triste.
―No sé, no te puedo dar una respuesta ahora, déjame pensarlo.
―Por favor, Francisco San Martin es una buena persona.
―Sí, me imagino ―contesté con ironía.
―Por favor…
No contesté, no quería hacerlo enojar, porque, aunque ahora estuviera tranquilo y sereno, no sabía cuánto le iba a durar ese estado de ánimo.
Salí de la oficina y al abrirse la puerta del ascensor, entré a trompicones y choqué con un hombre sin darme cuenta de que él venía saliendo, me tomó de los hombros para evitar una estruendosa caída. 
―¡Fíjese! ¿¡Quiere?! ―le grité enojada, desquitándome con él y apartando sus manos con furia.
―Lo siento ―contestó él con voz suave.
Yo lo miré molesta, él me miraba con compasión.
―¿Está bien? ―me preguntó preocupado.
―Mejor que nunca ―contesté irónica cuando vi que el ascensor cerró sus puertas y se fue.
―Fue mi culpa, lo lamento, de verdad.
Yo lo volví a mirar, tenía unos hermosos ojos verdes, parecían dos espejos de agua donde me reflejaba a la perfección, parecía escondida en una caja de cristal, como una joya valiosa. Me dieron ganas de llorar y bajé la cara.
―¿Se siente bien? ¿Necesita algo?
―No. Nadie puede ayudarme ―contesté con verdadera tristeza, sabía que, dijera lo que dijera, terminaría obedeciendo a mi papá, siempre sucedía eso.
―¿Segura? ―preguntó sacándome de mis pensamientos.
Lo miré desconcertada. Él hablaba con tanta calma, tanta tranquilidad, tan pacífico, que era difícil enojarse con él y yo no quería que se me pasara el enojo. Quería que mi papá pagara por lo que me estaba haciendo.
―¡Déjeme sola! ―chillé histérica, si él seguía allí preguntándome, me calmaría y no quería. El enojo y la rabia eran mi única arma para enfrentarme a mi papá, a mi novio y al hombre que en el futuro podría ser mi esposo.
―Está bien, no se moleste, yo sólo quería ayudarla.
―No quiero y no necesito de su ayuda ―contesté entre dientes.
―Ya lo veo, hasta pronto ―dijo con un tono de tristeza.
―Hasta nunca ―murmuré con un dejo de culpa.
Sus ojos me habían hechizado y no podía quitarlos de mi mente, a pesar de que no lo había vuelto a mirar. Quería permanecer en ellos, pero sabía que eso era imposible. Ya todo estaba perdido para mí. Me casaría con un tipo al que ni siquiera conocía, quien, seguramente, era peor que mi papá y mi novio juntos. Parecía que no tenía suerte con los hombres.
Subí al ascensor y cuando me volví para marcar el primer piso, el hombre estaba parado fuera de la oficina de mi papá, mirándome con fijeza. No pude apartar la vista y sólo cuando el ascensor se cerró me di cuenta de que densas lágrimas corrían por mis mejillas. Me las sequé rápidamente, no me gustaba llorar. Verme reflejada en sus ojos me turbó más de lo que quería aceptar. Sólo esperaba no volverlo a ver, no me había gustado esa sensación.

●●●

Entré sin ganas a la universidad, no quería encontrarme con Cristian, aunque sabía que no podía evitarlo, mucho menos al verlo avanzar directamente hacia mí, con una gran sonrisa.
―¿Acaso no es la chica más afortunada del planeta? ―me preguntó besándome con fuerza, sus besos siempre eran así, poderosos y posesivo y a veces, muchas veces, dolían. 
―¿Cómo estás? ―pregunté sin ganas cuando me soltó.
―Muy bien, especialmente porque hoy es nuestro primer aniversario.
¡Lo había olvidado! En realidad, lo tuve presente toda la semana, pero hoy, con el notición de mi papá…
―Iremos a cenar esta noche y después, te llevaré a un lugar muy especial.
―¿Sí? ¿A dónde?
―Ya lo verás. ―No dejaba de sonreír estúpidamente.
Suspiré y lo miré, tenía los ojos grises, envolventes y atractivos; esa mirada hacía caer de rodillas a casi todas las chicas de la Universidad. Claro que yo ahora en mi mente tenía otra referencia: esos ojos verdes que emanaban luz, calor y reflejaban a la perfección el mundo. Su mundo. Yo.
Cerré los ojos para quitarme esas idioteces de la mente, no estaba pensando claro, no podía pensar así de un hombre al que había visto sólo una vez y al que quizás jamás volvería a ver. Subí mis ojos para mirar a Cristian que ni siquiera se percató de lo que me ocurría. Ahora me daba cuenta de lo turbio de su mirada, lo intimidante y cruel que podía llegar a ser.
―A las ocho te paso a buscar a tu casa ―me dijo antes de besarme apresuradamente e irse con sus amigos.
Yo no entré a clases, me devolví a mi casa, necesitaba pensar. Me tiré en el sillón. ¿Haría lo que me pidió mi papá? Si era así, ¿cómo se lo diría a Cristian? Si no lo hacía, ¿soportaría ver en prisión a mi papá? Estaba tan confundida.
Cerré los ojos y “vi” la mirada tranquilizadora del hombre del ascensor. ¿Quién sería? ¿Así se sentiría el amor a primera vista? Intenté recordar su cara, pero no me resultó, sólo sus ojos verdes, su cabello negro y piel color canela, quedaron en mi mente. Sin detalles. No podría describirlo. ¿Acaso una simple mirada puede desarmarte por completo? ¿Cómo era posible sentirse así por una mirada?
A desgano me arreglé para salir con mi novio, esa noche terminaría con él, sabía que, hiciera lo que hiciera y dijera lo que dijera, terminaría casándome con Francisco San Martín, como lo quería mi papá.
A las ocho en punto llegó Cristian, me subí a su auto sin ánimo, no quería ir con él, en realidad, hacía mucho tiempo que no quería estar con él, me molestaba su presencia, pero no era capaz de terminar con él. En ese sentido, este matrimonio obligado era mi salvación, aunque, ¿no sería eso salir de las brasas para caer en las llamas? Sin conocer al hombre en cuestión podía esperar cualquier cosa: buena… o mala.
El restaurant al que me llevó Cristian era muy elegante, cumplíamos un año y, al parecer, para él era importante. A mí no me importaba. Después de conocerlo realmente y soportar sus desplantes y falta de control cuando se enojaba, el amor se me estaba pasando, además que tenía en mente la mejor forma de terminar con él. Durante la cena, apenas sí conversamos. El silencio era tenso, aunque creo que sólo era tenso para mí, porque él no tenía idea de lo que sucedía a su alrededor, su mente estaba en otra parte, a pesar de eso, parecía feliz.
Después de la cena, me llevó por la costanera de la ciudad y entró a un “Motel”. Yo me tensé, ¿es que esperaba que esa noche él y yo…?
―¿Por qué me traes aquí? ―pregunté asustada.
―Te daré tu regalo ―respondió seductor.
―¿Mi regalo?
Yo no quería este tipo de regalo, no lo quería a él como mi primer hombre, mucho menos ahora que pensaba acabar esta relación. Él sonrió con la boca torcida, pensar que hasta hace un tiempo eso lo encontraba seductor, hoy era desagradable. Se estacionó dentro de una especie de cabaña y me miró.
―Bájate ―me ordenó.
―Cristian, no sé, yo no estoy preparada…
―Ya lo estarás. ―Me besó en la oreja y me dio asco.
―Cristian…
―Ven, bájate y te mostraré todo el amor que tengo para ti.
―Es que no sé…
―¿No me amas?
―No es eso, pero…
―Lucía, llevamos un año juntos, ¿no te parece que es hora de que demos un paso más en nuestra relación?
―Es que no estoy segura.
―¿No estás segura de qué?
―No sé… de esto.
―No eres una niñita, tienes 23 años, no creo que esperes a casarte virgen ―se burló.
―No, pero…
―¿Acaso hay otro?
―No, por supuesto que no ―contesté, aunque no podía quitarme de la mente los ojos verdes que me enamoraron a la primera mirada y mi futuro matrimonio arreglado.
―¿Entonces?
―No sé, no sé…
No podía decirle que no quería estar con él, que ya no quería estar con un hombre que se creía el centro del universo, que no lo amaba, que nunca lo hice, que sólo fue la ilusión de estar con el más guapo de la Universidad, pero al descubrir que no había nada dentro, que era una figura vacía, me harté de él. Mucho menos que mi padre me había vendido a otro hombre.
Se bajó del auto, dio la vuelta, abrió mi puerta y me miró molesto.
―No pagué esto por nada. Bájate ―ordenó con voz ruda.
―Cristian…
Se agachó sobre mí, desató mi cinturón y me sacó del auto a la fuerza. Cerró la puerta y me apoyó contra el vehículo con violencia.
―Vas a ser mía, Lucía, ya no puedes seguir negándote, te he esperado demasiado tiempo para seguir en esta relación de párvulos. 
―Cristian, por favor.
Me empujó hacia el cuarto y cerró la puerta tras de sí. Yo caminé un poco más adentro, apartándome de él.
―No te escapes, ven aquí, conmigo, ya te sentirás cómoda.
Yo negué con la cabeza, no quería.
En un rápido movimiento, me atrapó y me tiró a la cama poniéndose encima de mí, yo luchaba para impedir que me quitara la ropa, pero él era más fuerte y me inmovilizaba bajo su cuerpo casi todo el tiempo.
―Cristian, no ―rogué al ver que mis esfuerzos físicos eran infructuosos.
―Te gustará, te lo aseguro.
―Pero no así…
Desabrochó mi pantalón mientras yo luchaba aprisionada bajo su cuerpo.
―Déjate llevar ―decía mientras buscaba mi boca para besarme.
Yo luchaba contra él, pero no podía, su fuerza era por mucho superior a la mía.
―¡Quédate quieta! ―me ordenó besándome con furia, me dolió su beso.
Logré sacar un brazo y antes que él pudiera detenerme, tomé la lámpara de la mesita de noche y lo golpeé con ella en la cabeza.
Él se salió de sobre mí, quejándose de dolor. Yo me levanté de la cama, acomodé mi ropa y salí del cuarto corriendo, pero no tenía escapatoria, la puerta no se abría. No obstante, grité con todas mis fuerzas para que alguien me ayudara a salir de allí.
―¡Perra maldita! ―gritó cuando se repuso y, agarrándome del brazo, me volvió y me dio una bofetada, rompiéndome el labio.
El citófono del cuarto sonó en ese momento, yo corrí a contestar, pero Cristian me empujó tirándome al suelo y lo contestó él.
―¿Sí?... No, ningún problema.
―¡Me quiere abusar! ―grité histérica, pensé que si me escuchaban, alguien vendría a rescatarme.
―No, por supuesto que no, es una broma, un juego entre los dos ―se disculpó él.
―Por favor, ¡ayúdenme! ―volví a gritar.
―Está bien, no se preocupe.
―No ―gemí al ver que cortó el teléfono.
―Vámonos ―me dijo mirándome con rabia―, eres una estúpida, echaste a perder nuestro aniversario.
Se subió al auto, yo me subí en silencio, con mi rostro mojado por las lágrimas. Cristian salió a toda velocidad sin mirar el camino por la furia, y al salir a la avenida, chocó con otro auto que avanzaba por la carretera, no fue un gran choque, pero el chofer del otro vehículo subió a una especie de explanada que había allí y se bajó enojado. Cristian, después de culparme a mí por lo que había sucedido, también hizo lo mismo y se enfrentaron.
El auto de Cristian miraba hacia este, mientras que el otro estaba frente a nosotros en dirección al norte, cruzado por delante del auto en el que yo iba. Mientras conversaban los dos choferes, el otro auto encendió las luces interiores; las del auto de Cristian estaban encendidas y la puerta del chofer estaba abierta. La ventanilla de atrás del otro auto comenzó a bajar y mi corazón se aceleró al ver al hombre del ascensor mirándome fijamente. Instintivamente, cubrí mi boca para que no viera lo morado e hinchado que tenía el labio, me avergoncé de estar allí y que me viera salir de ese lugar.
Él no dejaba de mirarme y en ese momento sí lo pude mirar bien, no sólo sus ojos. Su boca era… besable. No puedo describirla, pero sus labios invitaban a ser besados. Su nariz recta, perfecta. Su mandíbula firme, con una barba incipiente, como si no se hubiese afeitado en la mañana. Debía tener unos 30 años o poco menos. Por un momento se me cruzó la idea de bajar del auto y pedir su ayuda, no quería volver a casa con Cristian, ¿y si intentaba violentarme allá? ¿Cómo podría defenderme? Respiré hondo y tomé la manilla para abrir la puerta, pero Cristian se subió en ese momento y me miró furioso.
―¡Esto es tu culpa, Lucía! ―Me apuntó con el dedo, amenazante―. ¡Deberíamos estar adentro, pasando el mejor aniversario y no aquí arreglando una idiotez!
―Cristian ―rogué en un hilo de voz, el otro auto se fue y me sentí completamente desamparada.
―¡Cállate! ¡No te quiero oír!
Recordé al hombre del ascensor, su voz tranquila, calmada, sus ojos… Y lloré sintiéndome más sola que nunca en la vida.
Sonó mi celular. Lo miré. Número desconocido.
―¿Aló? ―contesté sin ganas.
―Sólo una cosa: ¿estás bien?
―¿Quién habla?
―Dime, Lucía, ¿estás bien? ―Era la suave voz de “ojos verdes”, estaba segura de eso.
―No ―contesté simplemente.
―No te preocupes ―respondió y colgó.
―¿Quién era? ―me preguntó molesto Cristian.
―Equivocado ―mentí con descaro.
Llegamos a mi casa y me bajé rápidamente, no quería que Cristian entrara a la casa, pero mis manos estaban temblorosas y no pude abrir la reja. Él me arrebató las llaves de las manos y abrió, entró y quitó la llave de la puerta interior. Yo me quedé afuera, no quería estar a solas con él, estaba demasiado enojado, por mucho menos me había golpeado y ahora no sabía qué esperar de él.
―Entra ―me ordenó con furia.
―Cristian, hablemos mañana, por favor.
―Entra o voy por ti.
Retrocedí dos pasos, Cristian me miró como si quisiera asesinarme y avanzó hacia mí, yo quise escapar y di la vuelta, pero las luces de un vehículo que venía a toda velocidad, nos distrajeron.  El auto derrapó y frenó bulliciosamente a mi lado. Salieron dos hombres, el chofer del auto que había chocado y otro que parecía gorila. A mi lado apareció “Ojos Verdes”.
―¿Fue él? ―me preguntó tocando mi labio herido.
Yo me toqué, lo tenía hinchado y me dolía. Asentí con la cabeza. El hombre hizo un gesto y los otros dos subieron a Cristian a su auto y lo sacaron de allí.
―¿Qué le van a hacer? ―pregunté atemorizada.
―¿Te preocupa?
―No lo irán a matar, ¿o sí?
El hombre sonrió.
―No, por supuesto que no, pero no creo que le queden ganas de golpear a una mujer de nuevo.
―Gracias ―atiné a decir. Ahora que lo tenía frente a mí no podía mirarlo a los ojos.
―¿Por qué sigues con él, Lucía? ―Me encogí de hombros, ni yo misma lo sabía con certeza―. El más popular ―contestó él por mí.
―Algo así.
―Deberías dejarlo, no es la primera vez que te golpea.
―No voy a volver con él.
Él asintió con la cabeza.
―Entra a tu casa, si vuelve, cosa que dudo mucho, me llamas, ya tienes mi número.
―Sí, gracias.
Él me levantó la cara con mucha suavidad.
―Te mereces un hombre que te ame, Lucía, no un idiota que se ame sólo a sí mismo.
―¿Cómo es que me conoce?
―Soy socio de tu papá ―contestó lacónico.
―¿Y cómo se llama?
―Anda a dormir, necesitas descansar ―me contestó con suavidad.
Su voz me hipnotizaba, sus ojos me hechizaban, estaba completamente embrujada por ese hombre del que ni siquiera sabía su nombre, era atractivo, sí, pero su magnetismo iba más allá de su físico. Ofrecí mis labios sin pensarlo y él me besó suave al principio, yo anhelaba más y me acercaba más y más, él entonces me tomó la cara con sus dos enormes manos y me besó profundamente, con ternura, con pasión, despertando en mí sensaciones desconocidas. Los besos de Cristian siempre dolían, en cambio, los de este hombre me hacían flotar en el espacio.
―Lucía… ―me apartó apenas, casi en contra de su voluntad.
―Lo siento, yo…
Bajé la cara avergonzada, lo venía conociendo, ¡no podía entregarme así! Yo no era una cualquiera y…
No, esto no estaba pasándome.
―No te avergüences ―me acarició el rostro tiernamente.
―Yo no soy así, ni siquiera sé tu nombre.
Me regaló una sincera sonrisa y me besó en la frente, quedando así unos segundos.
―Te llamo mañana ―susurró con sus labios todavía pegados en mi frente. Me dio un corto beso en los labios, se subió a su auto y se fue.

Aquella noche no dormí casi nada. Tuve pesadillas creyendo que Cristian entraba a mi casa e intentaba abusarme, o no dormía pensando en mi “Ojos Verdes”, en su beso, su voz, sus palabras. ¿Me estaba enamorando? Eso era imposible, porque no podía enamorarme así de rápido, nadie lo hacía, ¿verdad?
Me levanté de mala gana, no quería ir a la U, pero ya había faltado varios días a clases durante el año y podía repetir el semestre. 
Cristian estaba a la entrada de la U, pero al verme, se volvió y caminó en sentido opuesto a mí y desapareció. Me tranquilicé, por lo menos no me molestaría.
Mi celular sonó, era “ojos verdes”. Sonreí sin querer.
―¿Cómo amaneciste? ―Casi pude ver su tierna sonrisa. 
―Bien, gracias ―contesté turbada.
―¿Lo viste?
―Sip.
―¿Te molestó? ¿Te dijo algo?
―No, de hecho, me evitó.
―¿Y tú estás bien?
―Sí ―contesté sin mucho convencimiento, no quería estar ahí.
―No me mientas ―su voz era tan suave, sin una gota de enojo.
―Sí, estoy bien, es sólo que… no quiero estar aquí.
―Vete a tu casa.
―No puedo, yo debo…
―Almorcemos juntos, ¿te parece?
―¿Qué?
―Tengo que arreglar unos asuntos ahora, si no iría a buscarte inmediatamente, pero a la una estoy desocupado y podemos almorzar, así me cuentas por qué no quieres estar ahí y por qué no te quieres ir a tu casa.
Yo sonreí sin contestar. No sabía qué decir.
―¿Dónde vas a estar? Para saber dónde buscarte.
―No sé…
―Ve a tu casa, Lucía, descansa y nos vemos más tarde.
―Sí, creo que será lo mejor.
―Te veo a la hora de almuerzo.
―Sip.
―Un beso, preciosa.
―Chao ―contesté poniéndome roja, menos mal que no me estaba viendo.
Me acosté tal como estaba, dormiría media hora, sólo para reponerme y luego me arreglaría para salir con mi “ojos verdes”.  Apenas alcancé a cerrar los ojos cuando sonó mi celular.
―¿Aló? ―contesté adormilada.
―Estoy afuera de tu casa, esperándote.
¡Ojos verdes llegó y yo estaba durmiendo! Miré la hora, la una y cinco.
―Espérame ―le dije apresuradamente, levantándome.
Bajé corriendo la escalera, mientras intentaba arreglar mi pelo desordenado. Abrí la puerta y él estaba fuera de su auto apoyado, sonriendo divertido.
―Pasa ―le dije mientras abría la reja.
―Dormilona. ―Me dio un beso en los labios con suavidad.
―No estaba durmiendo ―mentí, pero, por la cara que puso, no me creyó―. Es que anoche pasé mala noche y…
―No me des explicaciones ―me dijo acomodándome el pelo, mientras lo acariciaba―. ¿Quieres salir a almorzar o prefieres que pida algo y…
Yo me perdí en su mirada y no escuché nada más de lo que dijo, sólo veía sus labios moverse, quería besarlo, contemplaba su mirada suave y… se detuvo y me miró, al parecer ya no hablaba, sonrió, con esa sonrisa bella y sincera, se inclinó hacia mí y me besó suavemente.
―Todavía estás durmiendo ―dijo en mi boca.
―Estoy soñando ―contesté.
―¿Es un sueño lindo?
―Hermoso ―contesté mirándolo fijamente.
―Tú eres hermosa.
Me volvió a besar tan suave y apasionado que me pegué a su cuerpo, instintivamente, jamás me había pasado algo así, ni siquiera con Cristian, a quien creí amar, por lo menos en el primer tiempo.
―Preciosa… ―susurró abrazándome con más fuerza, acariciando mi espalda, provocando estremecimientos en mi espina dorsal―. Quédate conmigo.
―¿Me dirás tu nombre?
―¿No lo imaginas?
―No.
Estaba perdida en su boca, no tenía capacidad de pensar. Me tomó la cara con sus dos manos y me miró con ojos cargados de culpa.
―Te amo, Lucía, te amo más de lo que imaginas, no lo olvides, ¿me lo prometes?
―Yo no puedo decir que estoy enamorada de ti, pero estoy hechizada contigo.
―¿Un hechizo de amor? ―preguntó en mi boca, dándome cortos besos.
Se sentía tan bien estar a su lado, besarlo, mirarlo, parecía que lo conocía de hacía cientos de años.
―¿Y tu nombre? ―insistí cuando recuperé el sentido por unos segundos.
―Te enojarás conmigo.
―Si no me lo dices, sí.
―Y si te lo digo, también.
―Me asustas ―le dije sentándome en el sofá, parecía que fuera quien fuera, no me iba a gustar.
―No tienes nada que temer conmigo, jamás te obligaré a hacer algo que no quieras.
―Lo sé.
―Excepto a ser mi esposa.
Yo abrí los ojos como platos. No podía ser cierto lo que estaba oyendo.
―Pero jamás ejercería mi derecho de esposo si no lo quisieras.
―¡¿Tú eres…?!
―Francisco San Martín.
Mi corazón se detuvo. Me quedé de piedra. ¿Cómo era posible que fuera él el hombre que pretendía comprarme? No podía ser cierto, Francisco no era así, no necesitaba pagar para que una mujer se fijara en él.
―Lucía… ―Se sentó a mi lado, sus ojos estaban llenos de culpa.
―¿Por qué? ―Atiné a preguntar.
―Quería que terminaras con el idiota ese ―murmuró.
―Ya terminé con él. ―Sonreí.
―Lucía… ―Su voz sonó como una súplica.
Me acerqué y lo besé. Si lo pensaba bien, que Francisco fuera el hombre con quien debía casarme, lo haría encantada, si finalmente, él era mucho mejor que Cristian y que mi papá juntos. Y era sincero. Por lo menos, eso parecía. El correspondió con tanta ternura que creí que mi corazón iba a explotar de felicidad.
―Te amo, Lucía, cásate conmigo, no por el dinero, por mí, por ti, por nosotros… porque te amo como nunca he amado ni lo volveré a hacer ―hablaba en mi boca sin dejar de besarme, tenía miedo y se le notaba―. Yo sé que te puedo hacer feliz, sé que puedo conquistarte y lo haré día a día. Dime que sí, preciosa, por favor.
―Sí... ¿Cómo podría decir que no? ―contesté entre sus besos llenos de temor.
Me siguió besando, parecía un cuento de hadas, una novela rosa con un final feliz.
―Hay que almorzar ―me dijo poco rato después. 
―Sí ―contesté de mala gana.
―¿Quieres salir o pedimos algo y nos quedamos aquí? ―me preguntó, yo no podía pensar muy bien.
―Como quieras ―respondí encogiéndome de hombros.
Me acarició el pelo, acomodándolo en su sitio, sonrió.
―Si salimos, tendrás que “arreglarte” y las mujeres se demoran una eternidad en ello… ―se burló.
―Yo no, estoy lista en cinco minutos ―repliqué socarrona.
―¿Lo comprobamos? ―me retó divertido.
―Pero no ahora, otro día. ―Él rio con ganas y me abrazó fuerte.
―Mejor dime qué quieres comer.
―Me da lo mismo. Quiero saber cómo es eso de que me ibas a comprar. ¿Por qué? ¿Para qué? Cómo se te ocurrió esa genial idea.
Se levantó del sillón, llamó por su celular a un restaurant o algo así y luego se volvió a mirarme.
―Fue una medida desesperada, hace unos días te vi… el infeliz de tu exnovio te dio una bofetada… a la salida de la universidad… ―Le costaba hablar―. Iba a intervenir, pero no me atreví, no sabía cómo lo tomarías, tal vez te enojaras conmigo y no me dejarías acercarme más a ti. Aunque antes no me había acercado a ti, en realidad.
Bajó la cara, no era la primera vez que Cristian me golpeaba, siempre estaba golpeándome, humillándome, a mí me costaba salir de esa relación, le tenía miedo y siempre pensaba que, por lo menos, no intentaba abusarme… hasta anoche.
―Hablé con tu papá y me dijo que a él le gustaba ese chico para ti y otras cosas, que si yo quería que él me ayudara a que terminaras con él, su deuda debía quedar saldada… una estupidez…
―Entonces, ¿no me compraste? ―pregunté extrañada.
―Por supuesto que no.
―¿Por qué mi papá me dijo que si no me casaba contigo, él iría a la cárcel?
Él se mostró decepcionado.
―Él me debe mucho dinero y, aunque hoy tiene ciertas restricciones en cuanto al gasto del dinero, jamás hubiera hecho efectiva la cobranza, no podría hacerte algo así… mandar a tu padre a la cárcel, por favor. Pero no niego que sí quiero casarme contigo, desde hace mucho que lo quiero.
―Yo creí que serías un viejo decrépito y malvado… ―le confesé.
―¿Y? ―se acercó y me besó en la boca, tierno y apasionado, como me gustaba.
―Que eres malvado solamente.
―¿Malvado yo? ¿Por qué dices eso?
―Porque no me dijiste quien eras.
―Si me hubieras esperado ayer… yo quería estar presente cuando tu papá hablara contigo.
―O sea, cuando yo iba saliendo, ¿tú ibas llegando para hablar conmigo?
―Así es ―me dio un corto beso―. Tu cara y tu actitud me dijeron que ya lo sabías…
―¿Te enojaste? Fui muy ruda contigo ―dije escondiendo mi cara en su pecho.
―No, por supuesto que no, sabía que tu papá lo iba a hacer parecer peor de lo que era.
Yo guardé silencio un rato, lo miré, contemplé sus ojos verdes, siempre que lo miraba yo estaba ahí, el reflejo era tan nítido que parecía que me tenía atrapada en su mirada, literalmente.
―Yo me enamoré de tus ojos ―le dije de sopetón, no me importaba parecer vulnerable ante él.
Él sonrió dulcemente.
―No sabes las ganas que tuve de sacarte de ese ascensor cuando te vi llorar…
―No me di cuenta de que lloraba.
―Después esperaba que te bajaras de ese auto…
―Estuve a punto de hacerlo, me iba a bajar, no quería estar ni un minuto más con Cristian, pero después de lo del ascensor y del lugar del que estaba saliendo… no creí que quisieras verme.
―Mi amor… mi amor ―ahora me besó con desesperación―. Nunca más pienses que no contarás conmigo, aún si no quisieras seguir conmigo, siempre estaré ahí para ti, ¿está bien?
―Si no me hubieras llamado…
―No pude quedarme tranquilo, te vi con tu labio hinchado y sangrante… ―Me tocó suavemente el labio―. Tus ojos atemorizados…Bajé el vidrio para que vieras que era yo… pero como no te bajaste, te llamé, necesitaba saber que estabas bien, nada más.
―No lo estaba.
―Si no hubiésemos llegado… ―me abrazó fuerte y protector―. No me lo hubiera perdonado jamás, preciosa; si ese tipo te hubiese lastimado así… hoy no estaría vivo.
―¿Crees que me deje tranquila?
―¿Le tienes miedo?
Yo no contesté. Él apretó su abrazo y besó mi cabello.
―No volverá a lastimarte, preciosa. No mientras yo pueda evitarlo…
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