miércoles, 21 de noviembre de 2018

El precio de tu amor


Sinopsis


Thomas Wright está ansioso por conseguir un título nobiliario para poder entrar en sociedad. Los duques de Werlington están en la bancarrota y no dudan en vender a su única hija, Mary Anne, quien tiene fama de frívola y engreída.
Thomas se da cuenta muy pronto de que Mary Anne no es como imaginó, sino es una chica inocente y lastimada.
El precio de tu amor es una novela de romance, donde el amor será puesto a prueba hasta el final.



Capítulo 1


Mary Anne daba vueltas en su habitación nerviosa, su prometido llegaría en cualquier momento. La chica parecía león enjaulado. Densas lágrimas amenazaban con salir de sus ojos sin control, pero no se permitiría llorar, no por un hombre del que apenas sabía su nombre: Thomas Wright. Eso era todo lo que sabía de su futuro marido. Además de los chismes de la comarca, por supuesto, cosas que se negaba a creer por sanidad mental.
Se paseaba de un lado a otro siendo observada pacientemente por su niñera, Margarita, que entendía muy bien la reacción de "su niña". Su padre la había vendido a ese hombre, así, tal como suena, a cambio del título de condesa que ella obtendría al casarse, él solucionaría los problemas económicos por los cuales la familia estaba atravesando desde hacía mucho tiempo. Y Sir Thomas Wright venía muy feliz a solucionarlos a cambio del Título tan  ansiado por él.
La madre de Mary Anne entró en ese momento al cuarto, miró a su hija de pies a cabeza con admiración y cierta envidia. La joven era muy hermosa, su cuerpo voluptuoso era muy apetecible, su cabello oscuro enmarcaba un rostro muy bello, adornado por unos lindos ojos negros, nariz pequeña y, una pequeña boca en forma de corazón que hacían resaltar aún más su belleza, pero la hija no lo veía, se creía una mujer fea a la que nadie podría llegar a amar y por más que sus padres le aseguraran que tenía un gran valor, no sólo por su físico, sino que también por su inteligencia y su posición social, Mary Anne no lo comprendía. ¿Cómo comprenderlo si para su padre no había nada más en el mundo que sus fallidos negocios? Y su madre, su madre vivía de la frivolidad de la alta sociedad, de los chismorreos, de las cenas de gala, de los juegos de Bridge. Para ella su hija era su tesoro, siempre y cuando no afectara su propia vida. La muchacha en cuestión no era la más querida por sus padres. Y ahora se lo estaba demostrando fehacientemente su padre.
―Acaba de llegar su prometido, Mary Anne ―le informó la mujer con suavidad.
La joven respiró profundamente y no pudo evitar que le saltaran un par de lágrimas.
―Tranquila, hija ―la consoló la mujer acercándose y secándole la cara con su pañuelo―, Sir Thomas no es un hombre malo, además es muy atractivo, muchas mujeres se mueren por estar con él y ahora que lo vi, créame que las entiendo.
―Muchas mujeres han estado con él, madre ―replicó la hija con tristeza, desdén y algo de orgullo en su mirada.
―No crea todo lo que oye, no todo lo que se dice de él es cierto.
―¿Y qué es cierto, madre? ―preguntó con un dejo de soberbia.
―Tiene mucho dinero, sí, también ha tenido algunas mujeres, está en su derecho, es hombre, pero también es respetable y ha trabajado muy duro para llegar a ser lo que es hoy y está dispuesto a sacar a flote nuestros negocios y a casarse con usted a pesar de… ―No continuó la oración, pero la joven supo exactamente que se refería a su humillación por su anterior boda fracasada y de las habladurías del pueblo―. Es un pequeño sacrificio el que usted debe hacer, Mary Anne y estoy segura que con el tiempo usted le llegará a amar como yo amo a su padre.
‹‹¿Amar?››, pensó la joven, ‹‹jamás voy a volver a amar››.
―Bajemos ahora, los hombres nos esperan y un poco de expectación es buena, pero hacerles esperar demasiado desespera y puede ser contraproducente, además que es de mala educación y una mujer de sociedad, jamás debe ser maleducada. 
―Vamos, madre, no quiero que ese hombre pierda la paciencia conmigo antes de conocerme ―accedió con ironía, pero con un gran miedo interior.
Bajaron lentamente las escaleras, sus  ropajes y el calzado les impedían avanzar más aprisa, además, según su madre, eso no hubiera sido bien visto, las damas debían deslizarse lento, como si flotaran en el aire y para Mary Anne era mejor así, no quería llegar muy pronto; aparte del dinero y las mujeres, los comentarios también decían que él era un hombre cruel y despiadado que conseguía lo que quería, cuando lo quería y sin importar el medio. De muestra, esta transacción: un matrimonio arreglado donde él la compró para salvar a su familia de la ruina a cambio de obtener un título nobiliario, el título que obtendría quien se casara con Mary Anne, el título de Conde de Werlington y, para entrar realmente en sociedad, como él ansiaba, debía casarse con una heredera y como ella estaba en “venta”, la compró.
Cuando llegó abajo, la joven pisó fuerte en el piso con decisión. ‹‹Yo nunca me vendería››, protestó la joven a sus propios pensamientos. ‹‹Ese hombre podrá comprar mi título, mi cuerpo, pero jamás comprará mi vida, seré una mujer obligada a estar con un hombre al que no amo y él lo tendrá muy claro, no le haré nada fácil su convivencia conmigo, nunca tendrá derechos sobre mí››, decretó para sí misma.
Al llegar a la biblioteca, el duque de Werlington y Sir Thomas Wright, al verlas aparecer, les dedicaron sendas sonrisas observándolas directamente. Thomas se quedó anonadado mirando a la joven que sería su prometida.
―Aquí está mi hija, Thomas. ―El duque indicó a Mary Anne extendiendo su brazo hacia ella, invitándola a acercarse, lo que la joven hizo elevando el mentón de forma altiva y caminando con indiferencia.
―Mary Anne ―saludó él con una sonrisa triunfal y una mirada cruel que a ella no le pasó desapercibida.
―”Sir” Thomas Wright ―recalcó el Sir, mirándolo con desdén, lo que al parecer a él no le agradó en lo absoluto esfumándose la sonrisa de su rostro, aunque no la ironía de su mirada.
Tomó la mano que la joven le ofrecía con altanería y depositó en ella un posesivo beso sin dejar de mirarla con intensidad. La joven se asustó e intentó quitar la mano, pero no lo logró, él la tenía fuertemente asida, aunque no lo pareciera. Aquel gesto le indicó a Mary Anne que debía cuidarse de ese hombre, por su mirada pudo deducir que era un hombre demasiado seguro de sí mismo y, como no, si con su dinero tenía el mundo a sus pies, además era un hombre muy atractivo, demasiado para su gusto.
Para él, en cambio, ella era una de las tantas niñas orgullosas de su título como si eso compensara el vacío de su cerebro y corazón, y la actitud de ella, mirándolo como si fuera una basura, una lacra de la sociedad, le hicieron ver que no habría acercamiento entre ambos, independiente de lo que él hubiera deseado, pero él no sería un monigote de nadie, por muy su esposa que llegaría a ser, ella no haría con él lo que quisiera, ya lo hizo alguien una vez y no lo haría nadie de nuevo.
Cuando Sir Thomas soltó la mano de Mary Anne, ésta dio dos pasos hacia atrás, alejándose un poco de él.
―Es un poco más bonita de lo que imaginé, por lo menos, no es tan desagradable de mirar ―comentó el hombre para herirla.
‹‹¿Qué?››, replicó la joven en su mente, pero no dijo nada ni lo diría, eso había sido un golpe bajo.  
Su madre iba a objetar, pero el padre hizo un gesto con la mano para que callara, a lo cual la mujer obedeció de mala gana.
El hombre sonrió, si quería lastimarla lo logró, lo pudo notar en sus ojos. Y claro que lo quería, él sabía que si bajaba la autoestima de cualquier persona, sin que ésta se percatara, terminaría siendo un títere en sus manos, de esa forma había creado su imperio. Ahora lo único que le faltaba era el título de nobleza y si para ello debía casarse, lo haría, Mary Anne Kennigston era  para él solo una transacción más, un medio para conseguir un fin que debía mantener activo hasta el fin de sus días, lo que no significaba que sería distinto con ella, sería su esposa, sí, para todos los demás, pero para él, no sería más que un bien al que disfrutaría hasta cansarse y luego pasaría a formar parte del inventario de su casa. Nada más que eso.
―¿Pasemos al comedor? ―ofreció la madre de Mary Anne un poco incómoda por las miradas cargadas de odio entre su hija y su prometido―. El almuerzo está listo.
―Por supuesto, Milady. ―Thomas hizo una reverencia y luego ofreció su brazo a la joven con caballerosidad, ella lo miró con recelo y accedió a caminar con él hasta el comedor, como podría hacerlo cualquier pareja normal, cuando vio la expresión de su padre ordenándole, con la mirada, que hiciera lo que Thomas quería. 
Mary Anne no se sentía bien, muy por el contrario, la incomodidad de la permanente mirada de Thomas, su falta de roce social y la tensión de saberse comprada, como si de un mueble se tratara, estaban haciendo mella en su persona.
Thomas lo notó, pero no dijo nada, no le quitaba la vista de encima, parecía que en cualquier momento caería desplomada por la palidez de su rostro. Deseó, por un momento, sacar a Mary Anne de ese estado y buscó un tema de conversación para también él poder despejarse y no tener la mirada fija en su prometida. 
―Esta noche daré una fiesta en mi casa, supongo que ya lo saben, espero contar con su presencia ―anunció Thomas con voz ronca, ya que al momento de hablar, ella desvió su mirada hacia él, clavando sus hermosos ojos negros en los suyos turbándolo.
―Por supuesto, Thomas ―se apresuró a contestar el duque como si lo hubiese invitado la mismísima Reina Victoria―, estaremos allí puntuales.
―Esta vez preferiría que no lo fueran, duque, quiero que Mary Anne sea la reina del lugar y, como toda reina, su aparición debe ser digna de ella, además que aprovecharé la ocasión para anunciar el compromiso y que la gente se entere, de una vez, de nuestra futura boda.
―Si usted así lo quiere, sir Thomas, así se hará ―respondió esta vez la madre―, y no se preocupe, mi hija lucirá espléndida.
Thomas no lo dudó. La joven miró a su prometido, éste tenía una sonrisa forzada y cuando se volvió hacia ella, su mirada era de auténtico desdén. Mary Anne también quería ser desagradable con él, pero él le llevaba ventaja, tenía mucha más experiencia manejando a la gente a su antojo, que la que ella tenía siquiera relacionándose con los demás. Pero eso no significaba que se dejaría avasallar por ese hombre, lucharía hasta el último de sus días por su maltrecha dignidad. Él pareció adivinar sus pensamientos por la forma en que la miró, su rostro adusto denotaba orgullo y soberbia, sin embargo a Mary Anne la miraba sólo como a una basura.
Quitó la mirada de su prometida y miró a su futuro suegro.
―La boda será a principios de marzo, con el fin de que Mary Anne tenga el tiempo suficiente para sus preparativos, les daré el dinero suficiente para todos los gastos y, si les faltase, sólo han de pedirlo. Enviaré una modista para que se encargue del traje de mi prometida y del suyo, milady, y a usted, duque, le enviaré mi sastre personal.
―Es usted muy amable, joven ―agradeció cínicamente la madre a la cual los vestidos y las cosas caras le encantaban, sobre todo los hechos a la medida, no cualquiera podía darse el lujo de lucir uno de esos, ni siquiera para las bodas. 
―Para mí no es problema, les daré cuantas cosas necesiten.
―Es usted muy generoso, Thomas, pero no queremos abusar ―intervino el padre de Mary Anne al notar el descaro de su mujer.
―Yo se los estoy ofreciendo, no es un abuso.
Sir Thomas Wright hablaba como si Mary Anne no existiera y ella se sentía fuera de lugar, él se dio cuenta de aquello y de la mirada perdida que tenía su joven prometida. Era joven, tal vez demasiado. Rondaría los veinte y él ya tenía cumplidos los treinta. No obstante, el duque no tuvo ningún reparo, y ni siquiera le informó, que su hija era tan joven, como ya había tenido la experiencia de un novio anterior, que la dejó plantada en el altar, supuso que ella tendría más edad, pero apenas era una niña.
―Le estamos muy agradecidos por este gesto ―volvió a hablar el duque, sacándolo de sus pensamientos.
―Debe decirme qué hemos de preparar para el matrimonio, con las cocineras que tengo haremos… ―continuó la madre.
―¡De ninguna manera, milady! ―exclamó con celeridad Thomas―. Mi suegra no cocinará ni trabajará los días previos a un evento tan importante. Con los gastos del banquete corro yo, su única preocupación será lograr que Mary Anne luzca radiante aquel día, lo cual, supongo, no será difícil.
―Así será, sir Thomas. ―Sonrió la mujer.
―Quiero que esa noche sea inolvidable para su hija.
Por el modo en que lo dijo, Mary Anne se estremeció, sabía de antemano que aquella noche sería inolvidable, él tomaría lo que era suyo sin importarle nada. Él volvió su mirada a su prometida con una sonrisa en su rostro, en cambio, Mary Anne le devolvió la mirada con indiferencia, como si todo aquello no importara. 
―¿Usted qué opina, Mary Anne? ―le preguntó él directamente, sin rodeos.
―Yo no tengo nada que opinar.
―Vamos, usted también tiene que decidir algunas cosas.
―No, no “tengo” ―cargó la voz en la última palabra para hacerle entender que con ella no jugaba―, para eso están ustedes, además es su boda, no la mía.
La sonrisa en el rostro de Thomas desapareció como por arte de magia. Ella sería una mujer muy difícil de domar... Thomas reculó de inmediato a su pensamiento, las mujeres no eran animales para domarlas.
―Es nuestra, Mary Anne ―precisó con sequedad y se aclaró la garganta.
―A mí no me interesa, lo que para usted es una boda, para mí es el cadalso.
―¿Tan malo considera casarse conmigo?
―¿Malo? No, en lo absoluto, Sir Thomas Wright ―replicó con sorna.
―Es usted muy  rebelde, lady Mary Anne, pero a mí no me amilanan sus aires de grandeza, si quiere guerra, guerra le daré, sus deseos son órdenes para mí ―terminó con una sardónica inclinación de su cabeza.
Mary Anne resopló con furia, ese hombre la sacaba de quicio y no se lo permitiría. Lo que más le molestaba era la tranquilidad que él demostraba, particularmente con ella, si no fuera por las miradas de desdén que le ofrecía, diría que ella no significaba nada para él. Volvió a levantar su vista a él y se encontró con sus ojos de burla. Iba a contestar pero su madre lo impidió poniendo su mano en su brazo.
―Hija, no debería hablarle así a su prometido ―la censuró con fingido cariño―, eso no hacen las mujeres decentes, ¿qué haríamos sin ellos? Se merecen todo nuestro respeto, yo siempre le he enseñado así, no nos deje en vergüenza delante de él.
La joven miró a su madre, era cierto, ella estaba pasando la edad casadera y ya era mal vista en la comarca, no era que le importara, pero tampoco podía ir contra la sociedad, demasiado estricta.
―Lo siento ―se disculpó intentando calmarse, llevaba las de perder; en esta situación el único que podía ganar era su prometido. Sentía sus mejillas calientes, debía estar roja tanto por la rabia como por la vergüenza de tener que aceptar la reprimenda de su madre delante de ese hombre.
―No se preocupe, milady, Mary Anne aprenderá a comportarse junto a mí, además su personalidad intensa es lo que me gusta de ella.
‹‹¿Aprenderá a comportarse junto a mí? ¿Qué se cree?  Además, ¿le gusto? ¿Cómo puede gustarle mi personalidad si ni siquiera me conoce?››, pensó Mary Anne irritada por la situación.
―Y hay que tomar en cuenta que esta insolencia suya es la reacción obvia ante quien la compró, ¿verdad, querida? Quizá no estaba preparada para mi presencia, pues se acaba de enterar, ¿no? ―repone mirando con censura al padre.
Ella lo miró con furia, ‹‹¿querida?››. Estaba a punto de perder el control y si lo hacía no le importarían ni su madre, ni su padre, ni el maldito matrimonio, por lo que tomó aire y, mentalmente, contó hasta diez.
―Si usted lo dice… ―aceptó con contenida suavidad.
Él le dedicó una pequeña sonrisa, el triunfo reflejado en sus ojos la desconcertó, él quería un títere a quien manejar a su antojo y al ser un simple objeto de compra, no tendría más opción que obedecer como un cordero a todo lo que él ordenara, por lo menos mientras siguiera bajo el techo de sus padres.
―Así está mejor, hija ―concedió el padre con firmeza.
El resto del almuerzo transcurrió normalmente, los hombres hablaban de negocios y las mujeres, en silencio, terminaban su almuerzo.
Al finalizar la comida, los hombres se dirigieron al despacho del duque a hablar “cosas de hombres”, en tanto las mujeres salieron al patio a caminar por los jardines.

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Las mujeres caminaban silentes por el rededor de la casa, la madre de Mary Anne no sabía cómo tocar el tema del comportamiento anterior de su hija y decidió que ya estaba bueno de tratar a su hija como una niña, era ya mayor, pasando de la edad casadera, por lo que debía madurar si quería ser una buena condesa y una mejor esposa y madre, como ella misma, y no seguir sufriendo humillaciones públicas por su culpa.
―Hija ―comenzó a decir la mujer―, debe respetar al que será su esposo, si le hace perder la paciencia y la golpea, será sólo su culpa, él está tratando de llevar la relación en paz y usted no está cooperando ―aconsejó su madre con aire frío y solemne―. Por favor, haga un esfuerzo y deje esa descompostura suya que ya no le sienta nada de bien. Para nosotros que la amamos tal como usted es, no hay problema, pero no creo que él aguante mucho tiempo esos aires de suficiencia, además, nuestro futuro depende de su conducta. Es hora que madure y deje atrás esos arrebatos de cólera.
―Lo sé madre y lo siento ―respondió Mary Anne un tanto avergonzada, ahora, con la cabeza un poco más fría se daba cuenta que había exagerado en su reacción provocando también a su prometido que, aparte de las miradas despreciativas, no había hecho más que ofrecerle oportunidades de opinar, cosa rara en su ámbito, donde las mujeres no hablan, no opinan, no tienen voz; sin embargo, él le estaba concediendo la palabra y ella, en vez de agradecerlo, lo irritó. 
―Sí, lo sabe, ―admitió la madre―, pero no ayuda, si él se arrepiente de casarse con usted, dígame, ¿qué haremos?, ¿qué cree que va a pasar con nosotros? Quedaremos en la calle y con sus antecedentes y nosotros en la ruina, ¿quién querrá casarse con usted?
En el momento que dijo eso, Mary Anne sintió una mirada intensa sobre ella y se detuvo, mirando en todas direcciones intentando parecer normal, hasta que se dio cuenta que estaban pasando por fuera del despacho de su papá, donde los hombres conversaban y en la ventana, ante sus ojos, estaba Thomas que la miraba con seriedad. Ella sostuvo su mirada con orgullo, aprovechó que su madre, de espaldas a la ventana, no podía ver a su prometido, tampoco lo hubiera notado, su atención estaba puesta en una pequeña hilacha de su vestido.
―Madre, una mujer puede estar sin un hombre, no los necesitamos para vivir ―rebatió la joven sin dejar de mirar a Thomas, segura que él podría escucharla.
―¡No diga esas cosas, Mary Anne! ―exclamó su madre ajena al juego de miradas y desafío entre su hija y su yerno―. Ninguna mujer decente puede vivir sin un hombre a su lado. ¿O qué espera? ¿Salir a trabajar? ¡Por favor! Eso sería la derrota final para nuestra familia y nos despojarían de nuestro título que es lo único que nos queda. Nuestra única solución es que usted acepte la propuesta de Thomas y se case como Dios manda. Él es el único que puede sacarnos de la situación en la que estamos.
―Tiene razón, madre. ―Alzó la frente engreída―.  Uno sí debe tener un hombre a su lado para que nos mantenga y nos dé todo lo que necesitemos… Y dinero, mucho dinero, ¿verdad? Ya tengo claro que esto será una simple transacción: Mi título por su dinero. No hay por qué involucrar sentimientos. Está  bien, mamá. ―Ahora miró hacia la mujer con una gran sonrisa en el rostro―. Intentaré controlar mi carácter, se lo aseguro, aunque no le prometo nada.
―Me alegra oír eso, hija.
Mary Anne miró al hombre que continuaba en la ventana, mirándola con gesto adusto y algo de… ¿asco? La joven no pudo sostener su mirada, esa no era ella, ella no se vendía por unas monedas, por muchas que fueran, pero así se lo haría creer; si accedía y aceptaba esa maldita boda, no era por el dinero, era por sus padres, por ellos se sacrificaría, al ser hija única, era la responsable de que ellos vivieran lo mejor que pudieran su vejez. Ya jóvenes no eran, ya que cuando su madre quedó embarazada ellos eran mayores y sólo pudieron tenerla a ella, con lo cual el duque, al principio se llevó una gran desilusión porque quería un varón, pero cuando ella empezó a crecer, las cosas cambiaron, se volvió muy amada, sus padres la consentían en todo, hasta...
La joven se volvió a mirar a la ventana, pero Thomas ya no estaba, se había apartado de allí. Jamás pensó que se casaría por dinero, ahora lo haría y si él quería comprarla, entonces se comportaría como una vendida.


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