martes, 22 de enero de 2019

Reseña: Entre el Cielo y la Tierra

Esta es la segunda parte de la serie Invocación, ya les había dejado la primera parte, así es que si no la han leído, pueden encontrarla Aquí

Sinopsis 

El pasado de Sofía será removido, al tener enfrente al hombre que la enamoró hace años. No obstante tendrá que aceptar que nada en la vida es lo que parece, ella se verá envuelta en el lugar que menos espera, se dará cuenta que el destino que le preparó su adorada Alondra, no será el más indicado, ya que la bruja la unió a uno de los seres que más detesta y a los que más recelo les tiene… un ángel.





MI RESEÑA

Desde que apareció en la primera entrega, este enigmático ángel llamó mi atención a pesar de aparecer poco y a ratos, y si me gustó en la primera parte, en esta segunda terminó por enamorarme. 
Debo admitir que sufrí con él y no entendía por qué tenía que pasar por todo lo que estaba pasando, pero bueno, las cosas eran así y no había nada que hacer... Supongo que Kassfinol debió haberse regocijado al hacerlo sufrir tanto. 
De todas maneras, no pude odiar a Sofía, ella, con su personalidad tan peculiar logra que se la ame igual, pese al dio que es capaz de generar, incluso entre sus amigas. 
Cristian no me conmovió ni aun en su más horrible momento de dolor, sí después, con el tiempo, me simpatizó. 
Para variar, dejo hasta aquí la reseña, porque esto spoliando un poquito de más y me van a retar. 
Ahora, voy por la tercera que supongo que es la llegada de Amelia, que me tiene muy intrigada con sus extrañas pesadillas. 
Si quieren leerla, la pueden encontrar en Amazon

lunes, 14 de enero de 2019

Reseña: Entre el Infierno y la Tierra, Libro 1 de la serie Invocación

¿Qué puedo decir de Kasandra Finol? La conocí hace algunos años, tuve el privilegio de participar en el grupo de Facebook: "El Club de Lectura Todo tiene Romance" (grupo que se los recomiendo si no están ahí) y he tenido la dicha de leer algunos de sus libros, los que me han encantado, pero me faltaban estos, así es que aproveché este fin de semana para comenzar con mi lectura de novelas de este 2019 con esta primera entrega de la serie Invocación. Así es que aquí va mi reseña 💓


Disponible en Amazon

Sinopsis: 

Una misteriosa, alocada e intrigante historia donde una bruja llamada Alondra, desata el mayor de los desastres amorosos sobre la vida de Angineé.
Angi creerá tomar una decisión sobre su futuro sin saber que ya todo estaba previsto. Nadie puede cambiar lo que el destino le depara menos cuando has hecho un pacto de vida con una bruja sin saberlo.
Una historia de romance, intriga y pasiones desbordantes, donde los personajes experimentarán que muchos momentos de su vida no fueron elegidos por ellos mismos. Si no por alguien más.

Mi reseña: 

Angi es una chica dispersa, soñadora y divertida con quien muchas se podrán sentir identificadas por sus pensamientos acerca de sí mismas y del entorno. 
Lonhard es un demonio que no entiende por qué lo sacaron del Infierno si se suponía que era el favorito de Lucifer, su mano derecha, tenía una muy buena reputación y todos los demás demonios le respetaban y le temían y, más encima, vino a dar a la Tierra, donde es incapaz de sentir. 
La historia sigue a estos dos personajes que están unidos de un modo extraño y destinados a estar juntos, aunque ninguno quiere estar cerca del otro. 
También en esta novela podemos conocer a Sofía, otra "loca", a Amelia, que aparece poquito y a un ángel muy prometedor; por supuesto, la bruja Alondra tendrá muchas explicaciones que dar. 
Kasandra nos lleva en una montaña rusa de emociones, risas, dolor, amor, pasión, miedo y mucho más. 
No sigo porque daré spoilers (para lo cual soy especialista). Lo único que diré es que seguiré con las otros libros de la serie y espero encontrar la historia de Angi, Amelia y, por supuesto, de ese misterioso ángel que se sacrificó para salvar el amor. 
Como todas las novelas de Kassfinol, recomendada al 100%
Encuéntrala en Amazon


domingo, 6 de enero de 2019

Quiero estar contigo

Sinopsis 

(Escrita por Maybe Albornoz para Textualmente Activas)

En la vida hay distintos tipos de vidas... Existen oportunidades en las que toca luchar por tus sueños y proyectos, y otras, donde está todo ya formado y sólo toca mantener el legado...
Sebastián Beltrán, es un hombre nacido en cuna de oro, quien desde siempre lo ha tenido todo. Pero eso no significa que no haya tenido que luchar por mantener su estatus, y por sobre todo, sacar adelante su vida luego de la más cruel decepción amorosa, y aun así sigue creyendo en el amor. En el fondo es un romántico que sueña con enamorar a la mujer que le roba los sueños desde que la conoció hace  dos años, no se puede decir que es algo fácil, pero él siempre es perseverante, esperando a que algo pueda cambiar.
Monserrat Aliaga, es una mujer luchadora que emprende su propio negocio con gran éxito. Nada en la vida se le ha dado de manera fácil. Desde sentir humillación, abandono por quienes deberían ser sus aliados más incondicionales, aun así sigue adelante con una coraza ocultando hasta el más mínimo sentimiento, sin saber que la vida le enseñará que existen afectos que van más allá de todo.
Esta es una historia que todos deberíamos conocer y apreciar. Donde se nos enseña que a pesar de las adversidades de la vida, siempre hay un sol que nos puede derretir ese hielo donde escondemos nuestros miedos. También nos demuestra que en la vida es más que sólo tenerlo todo en cuanto a lo material y que a veces el pasado muchas veces nos alcanza y podemos sentir que nos debilita, buscando causarnos todo el daño que sea posible. Pero si nos sorprende tomados de la mano con la persona correcta, nada nos dejará caer.
Nadie puede ser superior o inferior a alguien, sino iguales...Si te atreves, te asombrarás con esta bella historia, que nos cuenta lo dulce y agraz de la vida...

Esta novela es muy especial para mí pues fue la primera que salió en papel aquí en Chile con la editorial Romance y Letras en el café Amor al arte, en Santiago. 



La puedes encontrar Aquí

Prólogo



¿De qué sirve ser el dueño del mundo si no puedes obtener lo que deseas?
Tengo dinero en el banco, casas, departamentos, autos, yates, empresas y lo que se pueda imaginar, lo puedo conseguir. Menos a ella. A Monserrat. La mujer que roba mis sueños y a quien no puedo tener.
Como si la llamara con mis pensamientos, apareció ante mí en la oficina. Ella era la única que tenía acceso libre a mi despacho si no me encontraba en una reunión.
―Buenos días, Sebastián ―me saludó tan fría como siempre.
―Un placer verte, Monserrat.
―Quiero hablar contigo acerca de la fusión de nuestras empresas ―dijo sentándose.
―Tú dirás.
―Estoy en desacuerdo con las condiciones ―protestó.
―¿Qué condiciones?
―Las que están en el contrato, las que puso tu abogado.
―¿Cómo así?
―No eres más que yo, así que no entiendo por qué mi empresa debería someterte a la tuya. Esta fusión es por ampliar nuestros horizontes no porque yo esté en la bancarrota, tú sabes que no es así y no lo permitiré ―sentenció molesta.
―Eso lo tengo claro ―admití.
―¿Entonces?
―No tengo idea de lo que me hablas.
―Hay una cláusula en el contrato donde dice que tú absorbes mi empresa por lo que yo quedo a tu disposición como subordinada.
―Jamás di una orden así ―repliqué algo molesto.
―¿Ah no?
―No, siempre he sabido que nuestro trato es bilateral, somos dos poderosos en unión, no uno sobre el otro ―aseguré con firmeza, a pesar que mis pensamientos libidinosos me hicieron querer estar en esa posición.
―Quiero que eso quede estipulado en el contrato.
―Por supuesto, hablaré con Felipe, mi abogado, para que lo rectifique.
―Si no, yo hablaré con los míos.
―Por supuesto, Monserrat, nunca ha sido mi intención tratarte como inferior a mí, estoy seguro que no lo eres.
―Me parece. ―Se levantó―. Nos vemos, Sebastián.
―¿Quieres almorzar conmigo? ―consulté apresurado, aun sabiendo que la respuesta sería la misma que la de estos dos últimos años: un "no" rotundo.
―¿Para qué?
―Tómalo como una forma de disculpa.
―Está bien, a las doce y media paso por aquí.
―Te espero. ―No pude evitar sonreír demasiado nervioso.
Ella asintió una vez y salió con su paso firme y sensual, moviendo las caderas cadenciosa, sin darse cuenta de lo que provocaba al andar.
Negué con la cabeza, no podía tener pensamientos románticos ni eróticos ni siquiera amigables con ella. Era una mujer de hierro que solo se ocupaba de los negocios y toda su vida íntima y privada era negada a los demás, sobre todo a mí. Yo no tenía cabida en su vida. Eso me lo dejó muy claro cuando nos conocimos, y, según todos los conocidos en común, ella no tenía más vida que su empresa, un imperio que formó a base de esfuerzo y trabajo. Algunos decían que no tenía sentimientos, que si los tuvo alguna vez, los había perdido en algún lugar recóndito, donde no los podría hallar de nuevo.
Yo era todo lo contrario. Yo nací bajo el alero del imperio familiar, es cierto que a través de los años lo había hecho crecer, pero la lucha por la excelencia no me había cambiado, seguía siendo el mismo chico tonto y romántico que se enamora de la más bella, mientras que ella no tiene ojos más que para sí misma. Yo quería amor, una esposa, hijos, formar mi propia familia, ser un amante esposo. Monserrat, en cambio, no quería enamorarse, los hijos no entraban en sus planes y para ella los hombres eran una pérdida de tiempo. Éramos diametralmente opuestos. Y no me importaba. Esa mujer se había convertido en mi obsesión y no pararía hasta conquistarla. Estaba seguro que esa mujer era para mí, que no sería como mi anterior experiencia. No. Monserrat, a pesar de su capa de hielo, era una buena mujer.
Monserrat Aliaga llegó puntual a las doce y media. Yo agarré mi saco y salí de inmediato con ella, sentí miedo que se arrepintiera si me tardaba.
―¿Dónde vamos? ―pregunté por cortesía antes de subir a mi auto, sabía que de todos modos, la seguiría a donde fuera. 
―Vamos al restaurant del hotel Lacroix, tengo una reunión allí después de almuerzo.
―Perfecto.
La seguí, como solía hacer cuando salíamos juntos a alguna reunión, hasta el enorme edificio de vidrio ubicado en el sector más exclusivo de la ciudad.
―¿Tienes una reunión de negocios aquí? ―indagué una vez instalados en la discreta mesa.
―No, es una reunión informal ―dijo con tono extraño.
Mis instintos celosos se imaginaron lo peor: ella y otro hombre en una de las habitaciones.
―Si quieres puedes quedarte, seguro tú y mi hermano encontrarán más temas en común para conversar que yo con él ―cortó a mis pensamientos.
―¿Te vas a juntar con tu hermano en un hotel? ―pregunté sorprendido.
―Sí, él no vive en la ciudad y se quedará aquí unos días. Prefiero que se abstenga de conocer ciertas cosas de mi vida.
―¿No confías en él?
―Ni en él ni en nadie ―expresó con frialdad.
―Yo me quedo, Monserrat, si no quieres estar a solas con él...
―No dije que no quisiera estar a solas con él, dije que tú tendrías más temas de conversación con él que yo, nada más.
―Claro ―acepté con algo de sorna, se le notaba en demasía su nerviosismo por tener que encontrarse con su hermano.
Ella no respondió y se dedicó a comer sin mirarme.
―Dime algo, Sebastián ―me dijo al rato, alzando su hermosa mirada, algo gris en ese momento―. ¿Cómo crees que resultará nuestro contrato? ¿Crees que funcionará la fusión de las dos empresas?
―Creo que será espectacular. Una de las más grandes compañías de electrónicos y una de las más grandes marcas de ropa, juntas, en una sola.
―Es algo extraño, ¿no te parece? ―consultó algo divertida, con sus ojos un poco más claros.
―No es una fusión normal, sin embargo, creo que andará muy bien, mal que mal, somos muy buenos en los negocios, y también....  mis diseños de ropa combinarán muy bien con tus electrónicos.
Ella se echó a reír.
―La verdad es que no veo dónde pegan o juntan.
―Tú te llevas mis clientes, y yo los tuyos. Tú ofreces un equipo musical y yo ofrezco la ropa que combina con ese equipo musical ―me burlé.
―¿Y si no combinan mis equipos con ninguna de tu ropa?
―Combinarán, Monserrat, te lo aseguro, porque tú y yo somos la combinación perfecta.
Su sonrisa llenaba mi vida de motivos. Era la más hermosa mujer que había visto y sus ojos me hacían desear entrar en su alma. Por primera vez sus ojos no se ennegrecieron ni se enojó conmigo por haber coqueteado con ella.
¿Habría alguna esperanza para mí?

Un poco más de ti

(Sebastián)

Leonardo, el hermano de Monserrat, llegó casi media hora más tarde de lo acordado, yo pensé que no llegaría, Monserrat insistía en que sí. Y llegó. Tarde, pero llegó. Y a decir verdad, el tipo era simpático, agradable, pero con su hermana no, no era que fuera malo, pero todas sus bromas iban dirigidas a hacerla sentir mal, a molestarla o, mejor dicho, a ridiculizarla.
Al rato, ella fue al baño y quedamos los dos solos.
 ―¿Por qué te gusta molestarla tanto? ―increpé con enojo―. ¿No te da nada dejarla en ridículo frente a alguien que es un extraño para ti?
―¿Y qué tanto drama, hermano? Son puras bromas, nomás.
―Es que hay problema, Leonardo, ella no merece que tú la trates así, se supone que tú eres su hermano y en tu casa, sin nadie más presente, la puedes molestar, pero enfrente de los demás, tu deber es protegerla.
Leonardo me miró con un gesto que no comprendí, no supe bien si era de culpa, de enfado o simplemente de incomprensión, para él era natural ofender a su hermana.
―¿Tú y mi hermana son pololos? ―me interrogó como volviendo en sí.  
―Sí ―mentí­―, aunque es algo entre nosotros dos solos, ella no quiere que se sepa todavía, así que no digas nada delante de ella.
―¿Y qué te gusta de ella? No es que sea miss universo.
―No lo es, aunque debería, tiene unos ojos muy hermosos y una sonrisa...
―Sí, pero es la mujer más odiosa que pisa el planeta.
―Es tu hermana, jamás la verás como yo ―repliqué algo enojado, no me gustaba su actitud ni la visión que tenía de su hermana.
―Mira, Sebastián, Monserrat no debe ser mujer de ningún hombre. Ten cuidado, puedes salir muy lastimado.
―No te preocupes por eso ―respondí con amargura, sabía que ella no se había fijado en mí y que no era más que un socio, algo así como un trámite, ella no quería enamorarse, ni de mí ni de nadie.
―Ten cuidado ―advirtió otra vez.
―¿Qué le pasó? ―me atreví a preguntar.
―¿Qué le pasó de qué?
―No me digas que no sabes de lo que hablo, ninguna mujer es así de fría porque sí.
―Eso debería decírtelo ella.
―Puede ser, pero te lo pregunto a ti que eres su hermano.
―Tal vez por lo gorda que era antes.
―¿Eso la hizo ser así?
―Puede ser, sus compañeros siempre le hicieron bullying por eso.
―Y eso la hizo ser así hoy día.
―No sé, también siempre fue muy berrinchuda y caprichosa.
―No entiendo.
―Mira, ella siempre fue muy voluble y solitaria, a ninguno nos demostraba cariño aunque debo admitir que yo era su hermano favorito, de niños fuimos muy amigos, muy cercanos, pero luego ella cambió y se convirtió en lo que hoy es, ya no fuimos más cercanos. La plata la convirtió en lo que es ahora.
Algo no me cuadró en esa descripción. ¿Cómo era posible que siendo berrinchuda, no se hubiera defendido de sus compañeros? Y si era gorda, ¿qué más daba? Y lo del dinero... No podía comprenderlo, a ella le gustaba el dinero, pero no era ambiciosa desmedida.
―Además, tuvo un novio ―siguió diciendo al ver que yo no hablaba―, ella se burló de él, lo engañaba con uno y con otro, y cuando mi cuñado ya estaba cansado de eso y pensó en cortar la relación, mi hermanita le dijo que esperaba un hijo y cuando él ya se había hecho ilusiones de que todo iría mejor desde ese momento, ella le confesó que todo era mentira, que era para que no se fuera y seguir teniéndolo a sus pies.  Así de mala se volvió. Mis papás no la quieren ni ver, Brayan ha sufrido mucho por su culpa. Si ahora no fuera obligación verla... A mí me desagrada estar aquí, al final, ella para lo único que sirve es para el dinero, eso es lo que siempre le gustó, se olvidó de nosotros. De mí ―terminó con amargura.
Me quedé de piedra, ¿cómo era posible que su hermano la tratara de aquella forma? ¿Cómo era posible que hablara tan mal de ella frente a un extraño? Y más aún, ¿cómo era posible que con un hermano así, ella siguiera sonriendo? Con mayor razón quise conquistarla, me di cuenta de que nadie creía en ella y que debió luchar contra su propia familia de la que seguramente buscaba su aprobación, pero con gente así, difícilmente lo lograría y yo quería asegurarle que su mirada era hermosa y su sonrisa me hacía feliz, que era como si me diera las ganas suficientes para seguir adelante a pesar de todo. Incluso de su rechazo. Su sonrisa... Su sonrisa era mi felicidad.
Monserrat volvía. Yo la contemplé mientras avanzaba hacia nosotros, era un poco más baja que yo, no tenía cintura de avispa, pero todo su cuerpo daba la sensación de armonía; por lo general estaba seria, ahora también.
―¿Me extrañaron? ―preguntó irónica, con algo de molestia y un poco a la defensiva.
―Para nada, hermanita ―contestó Leonardo bebiendo un sorbo de su cerveza.
―Yo sí ―admití con sinceridad.
―Gracias, Sebastián. ―Extendió su mano y la puso sobre la mía―. Sé que tú eres el único que me quiere ―dijo en tono de broma.
―El único no creo, el que más, sí ―respondí aliviado porque no me había rechazado.
Nos quedamos mirando un buen rato. Para mí esa mujer era hermosa, su hermano no podía ver la belleza de su ser, por mi parte no la podía imaginar fea, no porque ahora fuera una belleza de 90-60-90 o porque tal vez se hubiera hecho cirugías que renovaran su rostro, no, Monserrat era bonita, tenía lindos rasgos, sus ojos eran de un color cambiante, verdes, marrones, amarillos, grises y todas las tonalidades intermedias, dependiendo de su estado de ánimo. Ahora los tenía amarillos con negro, pero hacía un rato los tenía grises, quizás no se sentía del todo cómoda con su hermano, ya que ese era el color del rechazo o la molestia. Su sonrisa, aunque poco frecuente, era sincera, y eso de por sí, la embellecía, no era una sonrisa falsa como tantas que se ven por ahí, era una sonrisa que esparcía felicidad.
"Sí, señor, Monserrat Aliaga es hermosa", pensé sin querer apartar la vista de esa mujer, "y será mía, aunque sea lo último que haga", me sentencié a mí mismo.
―Creo que sobro aquí, me voy a mi habitación. Fue un gusto compartir contigo. Hasta luego, Sebastián, nos vemos.
Leonardo se despidió con celeridad y así mismo se fue.
―¿Qué te pareció mi hermano? ―inquirió ella poco después, por un momento me pareció que para apartar su mirada de la mía tuvo que salir de una especie de trance, del mismo en el que entraba yo cada vez que su mirada se cruzaba con la mía.
―¿La verdad? ―pregunté algo incómodo.
―La verdad.
―Simpático, agradable, aunque para ser sincero, no me gustó el modo en el que te trataba, no sé, está bien hacer un par de bromas, todos lo hacemos con nuestros hermanos, pero creo que a él se le pasa la mano y peor todavía, él tiene una visión de ti que pareciera que sintiera rencor por ti.
―¿Tú crees?
―Sí. Piensa, cuando uno está con extraños hay cosas que no se pueden decir, yo jamás se las diría a mi hermana, mucho menos en público. No se me ocurriría hablar mal de una de mis hermanas delante de un extraño, por más que piense que es su pololo o pareja.
―¿Cómo qué?
―Como que es una mujer tonta, “tarada” dijo él ―le recordé una de sus “bromas”, sin querer decirle lo que había hablado conmigo más seriamente.
―Oh. ―Bajó la cara e intentó sacar su mano, pero la retuve entre las mías.
―No eres tonta, Monserrat, mira dónde has llegado a base de esfuerzo, trabajo y mucha inteligencia.
―Sí, pero nada de lo que yo haga hará que me vean de otro modo. No solo él lo piensa así, es toda mi familia.
―No debes creerles.
―Soy una tonta. O lo fui. Y eso no va a cambiar.
―¿Por qué?
―Es una historia larga y triste.
―Por tu ex pololo que jugó contigo.
Ella alzó los ojos y clavó sus bellas y grises pupilas en mí, con su rostro blanco como el papel.
―Tu hermano me lo contó.
―¿Te dijo que él había jugado conmigo? ―preguntó sorprendida.
―No exactamente, más bien al revés, pero sé que así fue.
―No debió decirte nada.
―Tú no fuiste tonta, él fue un imbécil.
―Yo fui una tonta por creerle.
Sonreí al saber que era como yo pensaba y que la familia de Monserrat estaba equivocada, estaba seguro que Leonardo había tergiversado los hechos y ahora lo comprobaba.
―Él fue un idiota por jugar con una mujer. Las mujeres no son juguetes y si él no lo entendió así, no es tu culpa, es de él.
―Sebastián... ―La voz se le quebró y entendí exactamente lo que tenía que hacer.
―Vamos, Monserrat, salgamos de aquí.
Sin soltar su mano me levanté y ella me siguió sin chistar. Una vez fuera, di la indicación que llevaran mi auto a mi casa y me subí al de ella, ante el volante.
―¿Dónde vamos? ¿Por qué conduces tú? ―interrogó casi por compromiso.
Yo no contesté, solo le dediqué una alegre sonrisa. Después de dos años de conocerla, primera vez que la sentía tan cerca y no desaprovecharía el momento. Estacioné, minutos más tarde, en su casa.
―¿Por qué me trajiste aquí? ―preguntó ella.
―Para estar tranquilos.
―Bien podríamos haber ido a mi oficina o la tuya, no era necesario esto ―protestó, pero sus protestas, sus interrogatorios, eran como para no perder su imagen de mujer fuerte y fría, no porque realmente lo sintiera.
―Monserrat, son las casi las seis de la tarde y es viernes, ¿por qué íbamos a ir de nuevo a la oficina?
Ella hizo un mohín con los labios que a me pareció encantador y mis deseos de besarla fueron casi incontrolables, pero por ella me contendría.
―Es viernes, tomémonos una copa, pidamos algo para cenar y luego... tenemos muchos tiempo para conversar ―dije para convencerla.
―No me voy a acostar contigo... A pesar de lo que te haya dicho mi hermano ―advirtió.
―No lo espero ―aseguré con algo de molestia bajándome del auto, no por lo que me había dicho, más bien por recordar las palabras de Leonardo en contra de su hermana.
―No me voy a acostar contigo ―repitió al llegar a mi lado.
―Sería un idiota peor que tu ex si quisiera acostarme contigo si ni siquiera te he dado un beso. Me gusta ir paso a paso, aunque, lo sabes, ganas no me faltan.
―Mira, si vas a decir que no harás nada que yo no...
Puse mi índice en sus labios para callarla.
―No me voy a acostar esta noche contigo aun si tú lo quisieras, no eres un juego para mí, Monserrat, yo no soy tu ex, no soy tu hermano y no soy ninguno de los hombres con los que te has relacionado hasta ahora. Yo quiero más de ti que solo acostarme contigo, así que entremos, cenemos, tomemos un trago, y hablamos de la inmortalidad del cangrejo si quieres.
Ella sonrió y sus ojos se aclararon a un amarillo verdoso. Yo también sonreí, la tonalidad en sus pupilas me indicaron que se había relajado y estaba feliz, y eso era suficiente para mí.
La tomé del codo para hacerla entrar. Debo decir que partimos conversando de la fusión de nuestras empresas, a ella no la convencía del todo y para ser sincero, no entendía por qué había aceptado, si ella sentía que no encajaban nuestros rubros, a mí tampoco, pero era una forma de estar cerca de ella. Sus motivos yo no los sabía y en alguna parte de mi cerebro imaginé que eran los mismos míos, a pesar que en algún minuto pensé que era más factible que el reclamo que me fue a hacer por la mañana no era más que una excusa para no firmar, ella estaba muy interesada en los detalles y lo que podíamos esperar de esa unión comercial, unión que yo, por supuesto, esperaba fuese más que económica.
Me encantó hablar con ella de un modo más relajado, como amigos, más que como socios o dos empresarios. Sus ojos pasaban del verde al amarillo en cosa de segundos, lo cual me desconcertaba y a la vez me fascinaba, no podía apartar mi vista de ella. Esa mujer me encantaba.
―¿Qué quieres comer? ―le pregunté después de poco más de una hora de agradable charla.
―¿Comida árabe? ―respondió ella algo insegura.
―Buena elección ―accedí feliz, también me gustaba esa comida.
―¿Te gusta? ―Monserrat se sorprendió.
―Claro, es una de mis favoritas ―acepté y ella me sonrió con una sonrisa que no había visto en ella antes y me quedé sin habla.
―¿La pides tú o la pido yo? ―me preguntó y me sentí como un idiota, pero un idiota enamorado.
―Yo... Yo llamo ―tartamudeé.
―Sebastián...
―Tranquila, todo está bien.
―No quiero darte falsas esperanzas ni que pienses que esto significa algo.
―No lo pienso ―mentí descaradamente.
Ella negó con la cabeza y sus labios se mantuvieron en línea recta, en otro momento yo hubiese pensado que ella estaba enojada, pero no, porque sus ojos seguían tan amarillos como antes. 
Llamé por teléfono para pedir el menú y nos dirigimos a la cocina para preparar los cubiertos.
―¿Comemos aquí o en el comedor? ―le consulté.
―Aquí es más cómodo, solo somos los dos.
―De acuerdo.
Comenzamos a sacar unos platos y servicios.
―Dime algo, Monserrat, ¿tú cocinas?
―Sí, pero la verdad no me gusta, ¿por qué? ¿Te gustan las mujeres "dueñas de casa"? ―preguntó con sarcasmo.
―No, para nada, es que yo sí cocino y me gustaría algún día hacerlo para ti.
―¿Ya? ―replicó incrédula.
―Sí, ¿no te gustaría?
―La verdad es que nunca nadie ha cocinado para mí.
Sonreí abiertamente, ese era un punto a mi favor.
―Yo sería el primero ―comenté feliz.
―Lástima que no me gustan las cenas románticas ―respondió a la defensiva.
―Nadie dijo que lo sería ―afirmé sin perder mi buen humor.
―A ver, Sebastián, desde el día uno que me conoces me dijiste que yo te gusto, estos dos años has luchado por conquistarme...
―Enamorarte, Monserrat, no eres un país para conquistarte ―corregí con dulzura.
―Enamorarme ―accedió ella―, pero ¿sabes qué? Yo no quiero ser enamorada, ni conquistada, ni nada que se le parezca.
―¿Por el imbécil de tu ex?
―Porque los hombres son todos iguales.
―¿Estás segura?
―Dime algo, Sebastián, si yo fuera gorda, ¿te hubieras fijado en mí? ¿Y si fuera fea? No tengo un cuerpo de modelo, pero me veo relativamente bien, si no fuera así, ¿te habría gustado de todas formas? ¿Te habrías dignado siquiera a dirigirme la palabra o te hubiera avergonzado tener de socia a una mujer fea?
La contemplé durante varios segundos y llevé mi mirada de su cabeza hasta los pies y de vuelta a su rostro. Los ojos de Monserrat eran hermosos, extraños, diferentes, sus cambios de color, de tonalidades... Eran especiales. Su sonrisa. Su sonrisa no era la de una mujer fea. Además, para mí, no existían las mujeres feas, solo que algunas no eran del gusto general, o del mío, pero no por ello eran feas. Mucho menos Monserrat, no sabía quién la había hecho creer eso ni por qué, pero ella, aunque fuera gorda, no sería fea. Yo podía dar fe de eso.
―Será mejor que te vayas ―dijo ella con un suspiro.
―No ha llegado la cena ―respondí como un ruego.
―No tengo apetito. Buenas noches. Deja cerrado, por favor.
Se dio la vuelta, la seguí y ella subió el primer escalón de la escalera al segundo piso.
―¡No te vayas! ―supliqué cogiéndola de la cintura y apretándola contra mí.
―¡Déjame! Escúchame, Sebastián, si continuas con esto no me quedará más opción que terminar con nuestro contrato y alejarme de ti para siempre.
―Ya te dije que no intentaré nada, solo quiero que no te vayas.
―No te das por vencido, ¿verdad?
―¿Contigo? Jamás ―respondí con firmeza, apretando un poco mis dedos en la cintura femenina. Quería besarla y demostrarle que yo no era como su ex ni como nadie.
El timbre sonó, la cena había llegado. Salvada por la campana. O el salvado era yo, pues ella ya no podría retirarse. Salí a recibir el pedido y al volver, Monserrat estaba más calmada.
―Ven, cenemos antes que se enfríe ―la invité yendo con las bolsas hacia la cocina.
―Deberías irte, Sebastián ―indicó apoyada en la entrada de la habitación.
―No vas a dejar que me vaya con hambre, ¿o sí?
―Sebastián...
―Ven, sé que en realidad no quieres que me vaya, olvida el impasse de recién y volvamos a ser los mismos de siempre.
―Yo no quiero que te hagas ilusiones conmigo.
―Si me las hago, lo hago yo mismo, no te preocupes tú.
―Yo no voy a amar a nadie ―aclaró.
―Lo sé.
―¿Entonces?
―Ven, sentémonos a cenar como socios, como amigos, como dos adultos que no quieren estar solos esta noche.
Ella suspiró y se sentó frente a mí en la mesa.
―¿Lo ves? No es tan difícil.
―¿Por qué lo haces?
―¿Qué cosa?
―Esto. Eres amable conmigo aunque yo te trate mal.
―Todas las mujeres son cíclicas, dímelo a mí que tengo tres hermanas. Mi hermano y yo sufríamos con ellas y "sus días" ―expliqué en tono de broma, no quería que ella se pusiera de mal humor, mucho menos que se entristeciera.  
―Qué machista tu comentario ―dijo con algo de humor.
―Es una broma, así puedo decir muchas cosas de ellas, pero jamás se me ocurriría decírselas en serio.
―No todos los hermanos son iguales ―acotó.
―Ni todos los hombres tampoco ―agregué.
Se dibujó una hermosa sonrisa en el semblante de mi acompañante.
―Tú no cedes ―afirmó irónica.
―Ya te dije que contigo, jamás.
Asintió con la cabeza y siguió comiendo en silencio, yo apenas apartaba mi mirada de ella, pero ella parecía pensativa, como en otra parte, en otro planeta. No quise interrumpirla, me pareció demasiado concentrada, como si estuviese debatiendo algo en su mente, quizás estaba pensando en si darme o no una oportunidad. Sonreí para mí mismo, cualquier cosa me hacía dar esperanza y ya llevaba dos años así, buscando ilusiones donde no había más que rechazo.
―¿Te gusta bailar? ―preguntó ella de pronto clavando sus bellas pupilas en mí, pillándome de sorpresa.
―A decir verdad no soy muy buen bailarín ―contesté con algo de vergüenza.
―A mí me encanta y hace mucho que no salgo a bailar.
―¿Quieres ir? ―La esperanza creció en mí.
―A ti no te gusta ―replicó con desdén, tirando la servilleta en la mesa.
―No dije que no me gustara, dije que no era muy bueno ―aclaré con celeridad.
―¿Y dónde iríamos?
―Dime tú, yo no soy el experto en bailelogía ―bromeé feliz de este nuevo paso.  
―¿Baileología?
―Ciencia del baile.
Ella rio condescendiente.
―¿A una salsoteca? ―ofreció.
Me levanté de la mesa para ordenar todo antes de irnos.
―Si quieres pasar vergüenza conmigo... ―dije juntando los platos.
―No, conozco un muy buen lugar que sé te va a encantar, además, hay profesores si quieres aprender.
Dejé los platos en el lavavajillas y ella puso los vasos.
―¿Y no me puedes enseñar tú? ―Me acerqué mucho a ella, casi al punto de rozar sus labios.
―¿Por qué no? ―aceptó coqueta y me pareció ver un tinte rosa en sus mejillas.
¡Por fin! Primera vez en dos años que coqueteaba conmigo y aceptaba una invitación. Mi corazón se aceleró al máximo y sentí que me puse rojo, ella lo notó y se acercó unos milímetros más, sus ojos estaban amarillos y burlones, pero no me amilané ante ella, Monserrat estaba a pocos pasos de ser mía y yo lo único que quería y anhelaba, era estar con ella.
―Si me besas ahora, estarías faltando a tu palabra ―advirtió con voz temblorosa.
―Si te beso ahora, perdería todo lo que he conseguido y yo no quiero solo un beso, quiero más de ti.
―Tenemos que irnos si quieres que te enseñe a bailar.
―Vamos, todo sea por estar contigo ―acepté sonriente y expectante de lo que pudiera pasar cuando ella se diera cuenta de que yo de bailarín tenía lo que ella de confiada y que mi único fin era que esa noche no terminara jamás.

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