Sinopsis
Eva Pardo, La Mujer del Teatro, es una mujer que no tiene
escrúpulos, por lo que es una leyenda en sí misma por la fama que se ha hecho a
través de los años.
Guido Barker es un joven que el mismo día que muere su madre
se entera de que fue adoptado y comienza a buscar a la mujer que lo vendió. Y
no la busca para encontrar amor o respuestas, lo que busca es venganza.
Una historia llena de maldad, intrigas y mentiras con un
final diferente.
Esta novela es especial para mí, pues Eva Pardo es algo así como mi alter ego.
I
Eva
Pardo contempla la última escena de la obra en su asiento en primera fila. Los
actores están haciendo un excelente trabajo y en este último cuadro dejan el
alma en la presentación. Eva apenas sonríe y al finalizar la actuación todo el
público aplaude de pie y, aunque ella también se levanta, no aplaude con tanta
vehemencia como lo hace el resto. Ella no adula a nadie y no comenzaría a
hacerlo ahora.
Juan
Ignacio, uno de los mejores productores, no observa a los actores. La mira a
ella. Nunca había tenido la suerte de estar tan cerca de la leyenda del teatro
y se pregunta si las historias que se cuentan alrededor de esa mujer son
verdad.
El
actor principal, Mariano Robles, la llama y la hace subir con ellos. Las
miradas de Juan Ignacio y Eva se encuentran un solo segundo y eso basta para
hacerlo desear mucho más a esa mujer.
Terminada
la actuación y tras el cierre del telón, todos los invitados de esa noche se
dirigen al bar del local, donde ya está preparado un lujoso cóctel.
Eva
también acude al lugar, va acompañada de su fiel asistente, Gabriel Mendoza,
quien lleva trabajando con ella veinte años.
―¿Cómo
crees que salió todo, Gabriel? ―pregunta la mujer deteniéndose justo antes de
entrar al bar.
―Como
siempre, mi doña, que es que la actuación de esta noche fue la mejor de todos
los tiempos ―contesta Gabriel con su típico acento colombiano, el que no ha
perdido a pesar de los años fuera de su país.
―Esta
es la última noche de la compañía antes de irnos en la gira más importante, y
la última, antes que cierre la compañía en España, por lo que todo,
absolutamente todo, hasta el final, hasta el último segundo, debe salir
perfecto, supongo que te hiciste cargo de todo.
―Claro
que sí, mi doña, que hasta el último detalle está cubierto.
―Así
me gusta, Gabriel. Eres un buen perro fiel.
Eva
apura sus pasos hasta la barra del bar y pide una copa de champaña, la golpea
con una pequeña cucharilla el cristal para llamar la atención de los presentes.
―Buenas
noches a todos ―habla en voz alta―. Bienvenidos.
La
gente reunida allí responde a su anfitriona alzando sus copas.
―¡Por
el cierre de Everwood en España! ―exclama con su copa en alto―. Disfruten, esta
noche es suya. ―Apura el contenido de su vaso y todos hacen lo mismo.
Eva
observa todo alrededor. El bar, en tonos lila, es de una elegancia exquisita,
las luces de neón adornan las paredes y el espejo tras el bar, da un aire de
intimidad al lugar. La mujer observa a Gabriel dar órdenes a algunos meseros
para que no falte nada a nadie y que la atención a la gente esté a la altura de
la ocasión.
―Espero
que por una vez en tu vida estés orgullosa de nosotros. Fue una actuación
sublime. ―Mariano aparece tras la mujer.
Eva
se voltea y observa a su empleado con desdén.
―Sí,
actuaron bien ―responde con aire distraído. Ella jamás halaga a nadie y mucho
menos a sus empleados.
―Por
favor, Eva, ¿solo bien?
―¿Qué
quieres, Mariano?
―Que
por una vez en tu puta vida, aprecies lo que hacemos, jamás hay una palabra de
felicitación, de... ¡De nada, por la mierda!
―Actuaron
bien. Que eso te baste, no diré que estuvieron fabulosos ni que estuvieron
maravillosos, mucho menos sublimes. Agradece que no te enrostre todas las
fallas que tuvieron.
―¡Joder,
Eva!
La
mujer termina su trago y se aleja del actor, él no reacciona de inmediato y
cuando lo hace avanza unos pasos y la toma del brazo con violencia. Ella se
vuelve hacia él y mira la mano del actor en su brazo. Él la suelta, como
impelido por una fuerza oculta.
―No
me provoques, Mariano, si no te gusta, vete, sabes que no retengo a nadie a la
fuerza, pero no me provoques ―advierte con un tono de profunda amenaza.
El
joven actor queda con un mal sabor en la boca. Su jefa nunca ha tenido nada
bueno que decir, ni siquiera ahora, que ya nunca más van a actuar juntos, él no
se irá a la gira con su compañía, ya tiene firmado un contrato con una
televisora con la cual está grabando una telenovela, por lo que viajar en este
momento, es imposible para él.
Juan
Ignacio, por otra parte, en cuanto ve aparecer a Eva, se levanta de su asiento
y avanza hacia ella, sin embargo, Claudio Estay, un gran músico chileno
residente en Alemania, se interpone en su camino.
―Juan
Ignacio Montt, ¿cómo estás?
―Claudio
Estay, tanto tiempo, no te había visto, ¿qué haces aquí?
―Estaba
con mi grupo, la música que oíste en la presentación es nuestra. Eva, La mujer del teatro, quería algo
especial para esta obra, como es la última...
―La
música debía estar a cargo de los mejores ―asiente Juan Ignacio.
―Claro.
―Claudio larga una risotada―. Pero como estaban ocupados, nos llamaron a
nosotros.
El
productor echa a reír, Claudio siempre salía con alguna broma; desde que lo
conoció, nunca había perdido su buen humor. Era un ser muy especial.
―Nunca
te tomas nada en serio, peladito. ¿Andas con Susanne?
―No.
Ella se tuvo que quedar, tenía pacientes que no podía dejar, pero viene mañana
para aprovechar de pasar unos días acá y luego volver a Alemania.
―Qué
bien, ojalá alcance a verlos antes de irme, tengo que viajar a Canadá por un
asunto familiar.
―Ella
llega a las once de la mañana, nos podemos ver a la hora de almuerzo.
Diez
minutos pasan en amena charla, en la que se ponen al día con sus vidas hasta
que una llamada telefónica al músico, interrumpe su conversación. Juan Ignacio,
se decide ir por Eva, quien no ha dirigido, ni siquiera una sola vez, su mirada
hacia él. Y ahora, que está libre para ir a buscarla... la pierde de vista.
La
velada termina cerca de las doce de la noche y el hombre, que no ha podido
acercarse a la mujer, pide a un mozo un trago y se sienta a esperar. No se iría
sin antes hablar con ella.
Eva
observa al hombre que está sentado como si pretendiera no irse. La fiesta
terminó ¿o está tan borracho que no se ha dado cuenta? Juan Ignacio nota la
mirada de desconcierto de Eva y no se mueve. Toda la noche estuvo tras ella,
ahora tendría que ser ella la que llegara a su lado. Aunque solo fuera para
encararlo.
―Buenas
noches ―saluda con amable cinismo la mujer―. Juan Ignacio Montt, qué honor
tenerlo aquí esta noche, me pareció verlo entre el público esta noche.
"Solo
entre el público", protesta el hombre en su mente.
―Agradezco
su asistencia ―termina Eva, a las claras lo está echando.
El
productor deja su vaso en la mesita de junto y se levanta displicente.
―No
hemos hablado en toda la noche, Eva ―dice el hombre muy cerca de su cara, ella
no se amilana, sostiene con irónica mirada la penetrante vista de él―. ¿Qué te
hace pensar que quiero irme sin haberlo
hecho contigo?
Eva
alza las cejas y curva sus labios, el claro doble sentido y la voz profunda del
famoso productor le provocan risa, quiere burlarse en su cara de él, pero
decide que jugará un rato antes de darle el zarpazo final. Ningún hombre la
seduce y vive para contarlo. Todo hombre que cae en su lecho, debe ir
preparando su féretro.
―¿Qué
me dices, Eva, quieres quedarte conmigo esta noche?
―¿Por
qué haría una cosa así?
―Porque
muero por conocer que hay detrás de "La
mujer del teatro", quiero saber qué tan ciertas son las historias que
se tejen a tu alrededor.
―No
creo que quieras saberlo.
―Quiero.
No sabes cuánto deseo hacerlo.
Eva
toma el vaso de la mesita, el vaso de él, y toma un sorbo sin dejar de mirarlo.
―Lástima
que no tengamos otra copa, podríamos brindar... mirándonos a los ojos.
―No
me costaría nada ir por otra ―ofrece el hombre entusiasmado con la actitud de
la actriz. Una más que cae en sus redes. No creyó que caería tan rápido, pero
claro, piensa, Eva ya es una mujer grande, con los pies bien puestos en la
tierra y que no tiene a nadie que darle explicaciones, lo más seguro es que,
como él, tome lo que quiere y ya. Y ahora lo quiere a él, tanto como él la
quiere a ella.
Un
mesero trae una bandeja con dos copas de champaña y unos picadillos. Gabriel la
conoce tan bien que ya se había ocupado de lo que necesitaba su dueña.
Sí,
su dueña, por duro que parezca, él le pertenece en cuerpo y alma a esa mujer.
Todo lo que ella quiere, todos sus deseos, hasta el más ínfimo capricho, ahí
está él para concedérselo, aunque su corazón sangre como ahora, y por más celos
que sienta, preparará cada detalle para que ella y su amante tengan la mejor
noche de pasión.
Gabriel
sonríe y menea la cabeza para apartar esos pensamientos de su cabeza. Sí, puede
que ese hombre disfrute esta noche del cuerpo de su amada, pero jamás
compartirá nada más con ella, porque ningún hombre sobrevive a la cama de Eva
Pardo, La mujer del teatro, la que
busca venganza en cada uno de sus amantes. Solo un hombre ha disfrutado de la
cama de Eva más de una vez. Solo un hombre la ha visto en todos sus momentos. Y
ese es él mismo. Eso es lo único que lo consuela. Aunque ella se acueste con
otros.
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