A pesar de su nombre, esta es
una historia de amor que se mezcla con las leyendas que abundan en Chiloé, las
que hablan de una bruja poderosa que se enfrentó al gran Moraleda, navegante
español que, al perder con ella en la magia, le ofreció su amistad y
conocimientos. Esto dio inicio a "La recta provincia", "La
Mayoría", una organización de brujos que sojuzgaba la isla.
Chilpilla, la gran hechicera, fue traicionada por su propia gente y, durante el Juicio a los Brujos en 1880, fue obligada a abandonar su tierra y sacada de allí por el mismísimo Diablo.
Después de vagar por el mundo por más de cien años, para aprender y mantenerse con vida, volvió a la isla para vengarse de todos los que la traicionaron. Pero se encuentra con un escollo: Junier, un ser que la odia y que hará de su vida una miseria.
De vuelta en la isla, solo un brujo tiene el poder de detenerla y destruirla, ¿logrará hacerlo antes que en la isla reine el terror como en 1880?
Una novela donde se mezcla la historia, el amor y las leyendas de un modo diferente a lo conocido.
El Caleuche, brujos, fantasmas y demonios se darán cita en este libro donde buenos y malos se confunden y nada es lo que parece.
Chilpilla, la gran hechicera, fue traicionada por su propia gente y, durante el Juicio a los Brujos en 1880, fue obligada a abandonar su tierra y sacada de allí por el mismísimo Diablo.
Después de vagar por el mundo por más de cien años, para aprender y mantenerse con vida, volvió a la isla para vengarse de todos los que la traicionaron. Pero se encuentra con un escollo: Junier, un ser que la odia y que hará de su vida una miseria.
De vuelta en la isla, solo un brujo tiene el poder de detenerla y destruirla, ¿logrará hacerlo antes que en la isla reine el terror como en 1880?
Una novela donde se mezcla la historia, el amor y las leyendas de un modo diferente a lo conocido.
El Caleuche, brujos, fantasmas y demonios se darán cita en este libro donde buenos y malos se confunden y nada es lo que parece.
Esta novela ha sido la más difícil de escribir y la que más tropiezos tuvo, pues pasaron muchas cosas que hicieron que la novela no avanzara. En el libro aparece una aclaración, que tuve que hacer luego de un sueño, en el que cambié algunos nombres que, si bien es cierto permanecen en el interno colectivo de los isleños, no debía colocarlos aquí; desde ese momento, la historia fluyó en poco tiempo, así es que sospecho que los brujos continúan en Chiloé, tal como hace dos siglos...
Un poco de historia
1790
―¡Estad atentos! ―grité a mi tripulación, necesitaba a cada uno de mis
hombres en sus puestos―.
En cuanto arribemos a la isla, les demostraré mi poder. No me comportaré como en Queilén, con misericordia, no. ¡Aquí sabrán
quién es José Manuel de Moraleda y Montero!
No volveré a mi tierra vencido ni me apersonaré ante el rey cargando mi
derrota, tampoco vosotros queréis hacerlo, eso significaría la humillación y
muerte para todos. ¿¡Es eso lo que queréis?! ―grité,
recibiendo un firme "no" por respuesta de mis seguidores―. ¡¿Es eso lo que queréis?! ―insistí
con mayor volumen, otra vez su respuesta: "no", retumbó en mi fragata "El
Socorro"―.
Entonces... ¡Vamos a por
ellos!
Mi postura firme y mi bien ganado orgullo y fortaleza, hizo
que mi dotación de marinos tomaran las fuerzas necesarias para continuar en
nuestra misión, la Ciudad de los Césares debía ser encontrada y los lugareños
me debían ayudar. De otro modo, los obligaría. Y tenía los medios para hacerlo.
Apeamos en Tenaún con dos misiones muy claras. La primera
conseguir esclavos para llevar a España y a otros tantos para ayudarme en la
exploración, en la que debíamos ubicar la ciudad que tan esquiva nos había
sido; y la segunda, demostrar mi poder. No dejaría que unos indios sin ley se
burlaran de mí.
Muchos de los nativos llegaron a la orilla a observarnos. Y
cómo no, si para ellos nosotros éramos dioses. Y ahora les demostraría mi poderío.
Verían, con sus propios ojos, de lo que era capaz.
Me posicioné firme en la tierra y hablé a los veliches (aborígenes de Chiloé) del
sector, quería que confiaran en mí, mas, al no ser posible, ya que nadie quiso
tomar mi invitación por las buenas, hice algo con lo que estaba seguro, les
convencería.
Usando un hechizo, me convertí en un pez gigante ante sus
ojos. La gente aplaudió mi atrevimiento de mostrar mi magia frente a ellos.
Caminé hasta una roca y me transformé, de nuevo frente a ellos, en un magnífico
lobo de mar.
Si bien era cierto, los indios estaban entusiasmados y
complacidos con mi poder, no había asombro en sus miradas.
Entonces, me troqué en paloma y volé por sobre sus cabezas.
Pero nada sucedió. No lograba convencer a los indios de acompañarme.
Fue en ese momento que, irguiéndome, los enfrenté.
―¿Qué no os llama poderosamente la atención las maravillas de mi arte? ―los interrogué
preocupado, si mis artimañas
no funcionaban, no sabría
qué lo haría.
Uno de los hombres del lugar dio un paso al frente y me miró
con sorna.
―De
gustarnos nos gusta ―respondió―, pero no hay brujo de la costa que no haga estas
travesuras.
¿Acaso estaba en frente de más hechiceros?
―¿También tenéis
hechiceros? ―No era
capaz de creer en sus palabras y exigí―: ¡Traedme uno al instante!
―Hay
una bruja que está de paso
por estas tierras ―explicó―.
La buscaremos y la traeremos ante vuestra presencia, señor.
―Eso
espero. Aguardaré en mi
barco hasta que vosotros volváis
con esa mujer.
Hice embarcar a mi tripulación. Seguramente esa hechicera
tardaría, si sabía lo que le convenía, no querría tener un enfrentamiento
conmigo.
Pasado el mediodía apareció una mujer. Una mujer de singular
belleza y dulce mirada. Se detuvo a unos metros de la orilla.
―¿Qué buscas en mi isla? ―me
preguntó con soberbia―. Me dicen que queréis llevaros con vosotros a mi
gente como esclavos.
―No
como esclavos, mi señora,
como ayudantes.
―Sí, vosotros sois todos iguales,
mentirosos y arrogantes, engreídos
que creéis que la tierra es
vuestra y la gente también.
―Necesitamos
obra de mano.
―Para
tratarlos como animales. ¡De
aquí no se mueve un alma
con vos!
―¡Eso lo veremos, vuestra merced!
―Chilpilla
es mi nombre, señor, y os
demostraré que aquí en mi isla nadie viene y va sin
mi consentimiento.
―Bien,
Chipilla, mi señora, os
reto a un duelo de magia, quien venza decidirá el futuro de estas gentes.
La mujer sonrió como si ya fuera la triunfadora. Ilusa. No
tenía idea de quien era yo. Yo era más dios que todos sus dioses juntos.
Descendí de mi navío y procedí a acercarme a la hechicera. En el camino me
convertí en un oso pardo, al cual ella no pareció temerle. Al llegar a su lado,
no hizo amago alguno de correr, al contrario, me miró desafiante. Entonces,
lancé un rayo que cayó desde el cielo, sin embargo, ella lo desvió a unas rocas
a la orilla del mar.
―Buen
intento, don José ―me dijo con total falta
de respeto―, ahora
os demostraré quién soy yo.
Chilpilla principió a romancear una especie de oración, al
tiempo que gesticulaba y contorneaba su cuerpo. Todo esto desde su lugar. Sin
moverse un ápice de la orilla del mar. Las aguas se revolvieron y empezaron a
producir una especie de torbellino en torno a mi goleta, hasta que mi
embarcación quedó completamente en seco. La desazón fue general. Nadie entendía
nada. Los hombres murmuraban intentando comprender lo que ocurría.
―¡Hostias! ¿Y cómo
habéis hecho eso? ―No pude evitar consultar
a la mujer―. ¿Qué clase de ilusiones son estas?
Me di la vuelta y avancé por la orilla del mar, gritando a
mis hombres que se calmasen.
―¡Tranquilos!,
¿cómo va todo por allá?
―Que
estamos en plena lama, Don José
Manuel, ¡varados! ―respondieron todos a la vez.
―Sácalos de allí ―ordené a la mujer, pero no me hizo
caso―. Por favor,
volved mi navío al mar.
Observé a Chilpilla que permanecía rígida como una estatua,
como si sostuviera la respiración. Lentamente, fue exhalando a medida que su
pecho subía y bajaba y su cabeza se erguía. Las aguas se fueron soltando y mi
barquilla de alférez de fragata de la Real Armada Española, comenzó a reflotar.
Suspiré alivianado. Si hubiese perdido aquella flota, habría sido hombre
muerto.
Cuando terminó de flotar y mis hombres estuvieron a salvo,
no había más nada qué decir.
―Pues
que vos os habéis hecho
merecedora de todo mi respeto y crédito
―acepté haciendo una reverencia―. Y en consideración a lo que mis ojos han visto y
mi corazón se ha
maravillado, quiero dejaros una joya para que vuestra merced lo administre y le
deis el mejor uso posible. Esperadme un instante.
Subí a una piragua en dirección a mi lanchón. Tomé mi Levistorio (libro de magia) y lo llevé
con la mujer. Ella me miró con desconfianza al yo extender el libro hacia ella.
―En
este libro, se anotan todos los secretos de este arte misterioso que es la
brujería. Usadlo con juicio y avanzaréis en el dominio de los misterios de la
naturaleza y del ser humano ―le
señalé para que confiara en mí.
Ella miró el libro y luego a mí.
―¿Por qué yo?
―Seguro
estoy de que vos podréis
hacer un buen uso de lo que hay escrito en su interior. Vuestra alma es pura y
cristalina. Mi corazón lo
ha percibido y mis artes mágicas
me lo han confirmado. Con vos, este libro estará seguro. Si cae en las manos equivocadas... No os quiero
contar lo que podría suceder.
―Don
José Manuel de Moraleda, es
usted un hombre sincero; creí,
al llegar aquí, que usted
sería un ser sin corazón ni moral, pero veo que me he
equivocado. Puede usted irse en paz.
―Espero
algún día volver a encontraros, mi
señora. ―Le hice
una nueva reverencia, tomé
su mano y la besé en un
acto de total respeto, que era lo que ella inspiraba en mí.
―Yo
espero que sea en otras circunstancias.
―Lo
serán, mi dama, eso os lo
puedo asegurar.
―Mejores
que esta.
―Por
un tiempo mejor para los dos ―me
reverencié ante ella.
Sonreí y salí de allí rumbo a mi fragata, esperando no
volver por esos lugares, aunque la imagen de Chilpilla jamás la podría borrar
de mi memoria.
Y así fue. Hasta el día de hoy.
La historia de Chilpilla
Chilpilla abrazó el libro como una niña pequeña abraza a su
primera muñeca. Luego de mucho rato, lo tomó en sus manos y lo abrió. Solo
había un problema. Ella no sabía leer.
Los lugareños se acercaron y la felicitaron por su reciente
actuación. Chilpilla solo se limitó a sonreír.
Acompañada de su fiel amiga, Isolina, se dirigió a Quicaví,
cruzando bosques y montañas, hasta una cueva muy especial, a donde muy pocos
tenían acceso. Seguidas por el fiel sirviente de Chilpilla, Mateo, un niño de
diez años, entran a la cueva.
―Reúnelos a todos ―ordenó al niño con cariño―,
cualquier brujo que quiera unirse a mí,
será bienvenido, siempre y cuando cumpla con un solo requisito, un juramento de lealtad y silencio.
Nadie debe saber que existe esta cueva. Nadie más en esta isla debe saber lo que haré.
―Sí, mi señora ―contestó
con respeto el jovencito.
―Y
Mateo, no me falléis.
El niño la miró fijo un momento.
―No,
mi señora, jamás le fallaré.
Diciendo aquello, echó a correr montaña abajo a buscar a los
brujos del lugar. Su señora era lo más importante para él y no iba a fracasar
en su encomienda.
Chilpilla miró el libro. Era de cuero café, con hojas
amarillas, la mujer recorrió con sus dedos una de sus páginas. Lo que había allí
era un gran secreto todavía para ella. Pero ya sabría su significado.
Salió de la cueva y se paró fuera de ella. La miró. El lugar
era uno de los más recónditos de la isla, si es que no la más escondida; detrás
de un traiguén (cascada),
oculta por la maleza y perdida entre los cerros, no era un lugar de fácil
acceso. Esta fue la cueva donde ella nació como bruja. Donde el mismo Diablo la
hizo su discípula y le enseñó todo lo que ella sabía.
Recordó aquellos momentos como si hubiesen ocurrido recién.
Y habían pasado ya más de cien años.
Hija de madre nativa y padre español, nació siendo la hija
de la empleada. Ella, una mujer que no le gustaban las órdenes de nadie, no se
dejó jamás doblegar, por nadie. Su padre la amaba, de eso no había duda,
siempre decía que ella era especial, distinta a sus otros hijos, aunque nunca
le explicó por qué, tampoco la trató igual que a sus hermanos, ella gozaba de
privilegios que los demás no tenían. Pero todo eso ya no importó cuando su
padre murió.
Al llegar a la adolescencia su rebeldía se acrecentó. Y con
ella una nueva oportunidad. Un día de agosto de 1675, al adentrarse en los
bosques, se encontró con quien dijo ser el mismísimo demonio, el que le ofreció
un favor a cambio de sus servicios. Chilpilla, con toda su juventud a cuestas y
su inexperiencia, aceptó sin dudar el trato, a cambio de convertirse en la
bruja inmortal más poderosa.
Aquella noche desapareció de su casa. Su familia nunca más
supo de ella y, por más que su tío paterno gastó fortunas en buscarla, o al
menos encontrar su cuerpo, jamás dieron con la niña.
El ritual para convertirse en bruja, no era nada fácil. Pero
ella haría lo que fuera para conseguir el poder y la vida eterna.
―¿Estás preparada para cualquier cosa?
―le preguntó el demonio una vez más.
―Sí ―afirmó
con decisión.
―Sabes
que en el transcurso de esto puedes morir.
―Sí.
―¿Estás segura de querer hacerlo?
―Sí.
―¿Entiendes que para ser una de
mis hechiceras y lograr la inmortalidad tus sentimientos deben morir o, al
menos, esconderse muy en el fondo de tu alma, alma que me pertenecerá por los
siglos de los siglos?
―Lo
entiendo.
En realidad, hasta ese momento, Chilpilla no entendía a
cabalidad todo lo que implicaría convertirse en la bruja más poderosa de la
zona; de todas formas, continuó. Ella no echaba pie atrás ante nada y no lo
haría ahora.
―Verás morir a tu madre.
Chilpilla tomó aire y elevó el mentón.
―De
todos modos morirá.
El demonio sonrió con satisfacción. Esa mujer, con su enorme
energía tomada de los dos lados del mundo, era perfecta para controlar la isla
entera y subyugarla para él.
―Entonces,
vamos.
El Diablo se convirtió en un hombre casi repugnante y acercó
su cara a la de ella. La joven no se movió de su lugar ni apartó la vista.
―Muchas
han huido horrorizadas.
―No
yo.
―Eres
muy valiente. O muy tonta.
―Tonta
no soy ni lo he sido jamás.
El hombre caminó alrededor de ella escaneándola de pies a
cabeza en todo su contorno. Cuando volvió al frente de ella, era otro. Un joven
apuesto y atrayente. Aunque, dicho sea de paso y con sinceridad, el anterior
hombre, a pesar de su fealdad, también tenía un imán que atraía.
―Vamos,
Chilpilla, que alguien debe morir, no hagamos esperar a la muerte que ya está a
las puertas, esperando para ganar un alma.
―¿Dónde irá
ella?
―¿Te importa?
―No,
la verdad no, me interesa saber a dónde
van todas las almas que han muerto, eso sí me da curiosidad.
―El
infierno y el cielo no existen, si es que eso te preocupa, existe un lugar, sí, un lugar de tormento, hasta
que todo queda saldado en la tierra y luego se van...
―¿A dónde? ―preguntó interesada.
―A
donde tú nunca llegarás.
La tomó del brazo sin delicadeza y emprendió el vuelo hacia
el lugar de residencia de los Bahamonde, el padre de la mujer. Ella se
intentaba afirmar de él, pero no era capaz.
―No
temas, no te dejaré caer.
―Me
duele.
―Y
esto es solo el principio ―se
burló él.
Ella se quedó quieta. Él con un rápido movimiento la apegó a
su pecho y Chilpilla se abrazó a su cuello.
―Vamos
a ver qué tan dispuesta estás a servirme como lo deseo.
―Estoy
dispuesta.
―¿A cualquier cosa?
―A
cualquier cosa ―confirmó―. Por la vida eterna y el poder.
―Eres
ambiciosa.
―Sí, ¿algún problema
con eso?
―También insolente.
―No
le he faltado el respeto.
―Me
gustas. Serás una gran machi kalku (bruja mala).
―Eso
espero.
―Con
mi ayuda, claro que sí.
Todo el mundo se doblegará
a tus pies.
―Eso
lo espero más ―respondió sonriendo.
Bajaron a las afueras del campo de los Bahamonde justo al
momento en que la madre de Chilpilla salía con unas ropas para llevarlas al
río.
―¿Preparada?
―Claro
que sí.
Aunque Chilpilla tenía un nudo en la garganta, no le
importaba, su madre nunca la quiso, para ella solo era una guacha más del
patrón y odiaba que su padre tuviera preferencia por ella.
Un resbalón en la tierra húmeda, hizo caer a la mujer que
bajaba la quebrada. Cayó al fondo del precipicio, a un lado del estero del
bajo. Aún respiraba cuando se acercaron el demonio y Chilpilla.
―No
ha muerto ―comentó la joven.
―No.
Ahora es tu trabajo.
―¿Qué quiere decir?
―Tienes
que terminar de rematarla.
―¿Yo?
―¿No que estabas dispuesta a todo?
―Sí. No es ese mi problema. No sé cómo hacerlo. ―Al
decir esto, se giró para mirar a su acompañante a la cara. Craso error, pudo
ver en sus ojos, las intenciones que tenía.
―No
importa. ―Le dedicó una sonrisa deslumbrante y
maquiavélica a la vez.
De algún lugar que Chilpilla no alcanza a captar, sale un
enorme palo que le entrega a la joven.
―Un
solo golpe basta.
―No
soy asesina.
―Entonces
no sirves y la muerte de tu madre será
en vano.
El hombre, sin insistir, se dio la media vuelta y
desapareció de la vista de Chilpilla.
―¡Lo haré! Está
bien, lo haré.
No hubo respuesta. Nada. La muchacha no sabía qué hacer.
Miró el palo que tenía en las manos y, conteniendo la respiración, dio un
certero golpe a su progenitora.
―Bene
factum, inquit puellam ―escuchó la voz del hombre a sus
espaldas.
La joven giró y lo miró confundida.
―Bien
hecho, jovencita ―aclaró con solemnidad.
―¿Ahora sí estoy preparada?
―No
te importó asesinar a tu
misma madre, supongo que sí
estás lista para ser hija
de...
―Detén esto. ―Otro hombre, de rostro amable y ojos penetrantes se
acercó a la pareja.
―¿Qué haces aquí?
―Vengo
a ver lo que tú estás haciendo... Y diciendo.
―No
he hecho más de lo que tú me has pedido, amo.
―¿Seguro?
―preguntó el hombre sin posar en ninguno su mirada.
―Así es, señor.
Chilpilla se descolocó, no sabía que el Diablo debía dar
explicaciones de sus actos a alguien más.
―Porque
él no es Satanás. Yo soy el
mismísimo Diablo y envíe a buscarte. No a asesinar. ―El hombre la miró con ojos de fuego que sintió traspasar a todo su ser con
dolor.
Chilpilla se quedó de piedra. No sabía qué replicar. No era
su culpa y lo sabía. Fue engañada.
―Sí, lo fuiste ―contestó el recién llegado a sus pensamientos―, pero te costó nada hacerlo.
Chilpilla no dijo nada e intentó no pensar.
―Necesito
gente a mi favor, necesito brujos y hechiceros poderosos para que me sirvan ―expresó con firmeza―, pero no necesito
sicarios, que para eso, bastante bien lo hace mi rival. ―Sonríe
como si lo último hubiese
sido un gran chiste―.
Lo que necesito es gente valiente que no tema enfrentarse a sus contrincantes,
que no tema luchar por lo que cree y que sea capaz de hacer lo que hay que
hacer con decisión.
―¿A cambio de qué?
―¿Qué te prometió
mi enviado?
―La
vida eterna y el poder.
El líder se echó a reír con burla.
―Pides
bastante, muchacha.
―Si
no se puede... ―Ella
se encoge de hombros y hace amago de retirarse.
―Claro
que puedo darte eso y más.
Pero tú debes saber lo que
te espera y lo que debes estar dispuesta a hacer. Y por qué te daría a ti, lo que no le doy a otros. ¿Estás dispuesta a hacer
todo con tal de obtener aquello que anhelas? ¿Aunque sea mucho peor?
―Acabo
de matar a mi madre, ¿qué puede ser peor?
―Saber
que la mataste por el motivo equivocado.
Chilpilla, que iba comprendiendo cómo funcionaba aquello,
ladeo la cara e intentó no parecer sorprendida.
―¿Y por qué debía
matarla?
―Porque
ella estaba en oposición a
mí. Fue muy religiosa.
―Pero
era mala. La iglesia poco y nada le servía.
Además, vivía con las machis de aquí, ayudando a la gente, a los
enfermos y todas esas cosas. Era machi
(hechicera)
de cuna antigua.
―Lo
sé, pero ella estaba en mi
contra, fue una gran hechicera y se volvió mi enemiga. Y debes estar dispuesta a luchar contra quien
sea que se oponga a mí y
mis leales amigos, entre los que te puedes contar.
Chilpilla le regala una exquisita sonrisa.
―¿Qué tengo que hacer?
―Es
simple ―le dijo al
tiempo que la tomó del codo
y caminó con ella bosque
adentro―, lo
primero que haré será prepararte. Debes dejar de
sentir miedo, dolor y amor. Y para ello, te voy a adiestrar, te vas a enfrentar
a los más terribles sucesos que puedas imaginar; si eres capaz de sobrepasarlos
y superarlos, entonces, estarás lista para ser mi bruja. ¿Dispuesta?
―¿Voy a obtener lo que quiero?
―Nadie
más que yo, en persona,
podrá destruirte ―aseguró con voz firme.
―¿Y el poder?
―Eso
dependerá de ti.
Se giró y la miró directo a los ojos, volviendo a
traspasarla con su mirada, provocando dolor en todas sus terminaciones
nerviosas. Él sonrió, lo sabe, pero ella se mantuvo quieta, sin una sola mueca.
Le ganaría a ese dolor y, cuando lo hiciera, sería más fuerte.
―Tienes
razón.
El hombre siguió caminando sin soltar a la futura hechicera.
Podía leer su mente tan claramente que a ratos no sabía si había contestado a
sus palabras o a su mente.
Llegaron a lo
profundo del bosque, internados lejos de todo.
―Está
anocheciendo ―comentó la muchacha.
―Perfecto
―respondió él.
El otro hombre, el primero que habló a Chilpilla, los seguía
muy de cerca.
―¿Qué tengo que hacer? ―interrogó ella curiosa.
―Pasarás esta noche y las siguientes 12
noches aquí. Enfrentarás tus peores miedos; tus peores
pesadillas se harán realidad. La siguiente luna llena vendré a por ti y, si
estás más fuerte, te llevaré conmigo a terminar tu entrenamiento. De otro modo,
si no has sido capaz de sobrepasar esto...
―¿Qué me pasará?
―preguntó
atemorizada.
―Serás mi presa de por vida, jamás morirás, te lo prometí,
y tu castigo será eterno.
Chilpilla toma aire y accede a realizar los rituales y las
cosas que él ordene.
―Te
daré un poco de mi fuerza,
tu juventud puede jugar en contra, y no quiero perder a alguien con sangre tan
valiosa como tú.
Antes que la mujer pudiera notarlo, el hombre se acerca a
ella y la besa, pero no fue un beso normal de amor, fue como si hubiese
arrojado, dentro de su boca, un humo negro y espeso. Así lo imaginó. Así lo
sintió. Lo miró conmocionada.
―Agradece
este gesto mío, de otro
modo, no serás capaz.
En el aire se desapareció tras una niebla oscura que luego
de esfumarse, dejó no solo vacío, sino en completo silencio, todo el lugar.
&&&
―Chilpilla...
¡Te estoy hablando! ―exclamó Isolina, sacándola de sus pensamientos.
―¿Qué pasa, Isolina? ―respondió
la bruja, molesta por tener que salir de sus recuerdos.
La noche estaba cayendo y los recuerdos cada vez se agolpaban
con más fuerzas.
―¿Qué te pasa? Te estaba preguntando qué es lo que pretendes
trayendo a los brujos a este lugar. Siempre ha sido solo tuyo, amiga, y ahora
lo compartirás con los demás.
―Esto
estaba previsto, se vienen cosas, Isolina, hechos nada agradables.
―¿Qué cosas, Chilpilla?
―Cosas...
Cosas que nadie espera. Y los brujos deberemos estar más unidos que nunca. De
otro modo, todos pereceremos. Y ahora déjame. Necesito pensar.
Chilpilla caminó unos pasos y se sentó bajo la luz de la
luna a seguir recordando...
***Espero que les haya gustado esto que en realidad no es el primer capítulo, sino una especie de prólogo, la historia completa la pueden encontrar en Amazon.
Les dejo el Booktrailer
Les dejo el Booktrailer
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