Sinopsis
Lucía tiene un padre adicto y
un novio ególatra. El mismo día que se entera que su padre la vendió, conoce a
un hombre del que se enamora inmediatamente. Cuando su novio intenta abusarla,
este hombre aparece, ayudándola. Es tan diferente a los hombres que ha conocido
y cuando se entera que es a él a quien su padre la vendió, no sabe si enojarse
o alegrarse. Él cambiará su vida. Con su amor y ternura apasionada, le enseña
nuevos mundos, desconocidos para ella. Y como no todo puede ser tan perfecto...
no faltarán los problemas.
Vendida como una mercancía fue la primera novela que publiqué y tanto
en Wattpad como en Amazon tuvo una excelente acogida de inmediato.
Es una novela muy romántica, quizá, para algunos, es un amor que parte
demasiado rápido, pero tiene un porqué que se explica después, solo puedo decir
que los ojos como “cárcel de cristal”, tienen mucho que ver..
Cárcel de Cristal
Todo dio vueltas a mi alrededor, no podía ser cierto lo que
oía, mi papá me había vendido, en pleno siglo XXI, a un millonario excéntrico
que creía que las mujeres se seguían adquiriendo como mercancías.
Me dejé caer en el sofá de la gran oficina y lo miré con
lágrimas en los ojos.
―No puede ser cierto. ¡Dime que no lo hiciste! ―rogué en un
desesperado intento por creer que eso no era verdad.
―Hija, o me voy a la cárcel o tú…
―¿Qué hiciste para llegar a esto?
―Estamos arruinados. ―Él se veía tan tranquilo, tan… ¿acaso
le daba lo mismo por lo que yo pasara con tal de salvarse?
―Podemos salir adelante sin necesidad de esto ―insistí.
―Debo demasiado dinero.
―¿Cuánto?
―Quinientos millones de dólares.
―¿¡Qué?!
Eso era una barbaridad. ¿Quién podría gastar todo ese
dinero? Eso, sin contar con el capital que tenía mi papá con sus empresas,
¿cómo había llegado a esto?
―Lo siento ―dijo pesaroso.
―No, papá, yo lo siento más.
―¿No lo harás?
―¿Qué le digo a Cristian?
―Ese chico no te ama y tú lo sabes.
―Eso no es asunto tuyo ―contesté de mal humor, aunque sabía
que lo que mi papá decía era cierto, no me gustaba que me lo refregara en la
cara. Yo sabía que mi novio sólo se amaba a sí mismo, pero yo no era capaz de
decirle que no.
―Por favor, hija.
―No puedo hacerlo, papá.
―Iré a la cárcel.
Yo respiré hondo, no quería eso para él; pero dejar a
Cristian por un hombre al que ni siquiera conocía y que, seguramente era un
viejo decrépito que debía pagar para que una mujer se casara con él, sin amor,
por supuesto, no era una opción.
―Hija… ―Mi papá me miró profundamente triste.
―No sé, no te puedo dar una respuesta ahora, déjame
pensarlo.
―Por favor, Francisco San Martin es una buena persona.
―Sí, me imagino ―contesté con ironía.
―Por favor…
No contesté, no quería hacerlo enojar, porque, aunque ahora
estuviera tranquilo y sereno, no sabía cuánto le iba a durar ese estado de
ánimo.
Salí de la oficina y al abrirse la puerta del ascensor,
entré a trompicones y choqué con un hombre sin darme cuenta de que él venía
saliendo, me tomó de los hombros para evitar una estruendosa caída.
―¡Fíjese! ¿¡Quiere?! ―le grité enojada, desquitándome con él
y apartando sus manos con furia.
―Lo siento ―contestó él con voz suave.
Yo lo miré molesta, él me miraba con compasión.
―¿Está bien? ―me preguntó preocupado.
―Mejor que nunca ―contesté irónica cuando vi que el ascensor
cerró sus puertas y se fue.
―Fue mi culpa, lo lamento, de verdad.
Yo lo volví a mirar, tenía unos hermosos ojos verdes,
parecían dos espejos de agua donde me reflejaba a la perfección, parecía
escondida en una caja de cristal, como una joya valiosa. Me dieron ganas de
llorar y bajé la cara.
―¿Se siente bien? ¿Necesita algo?
―No. Nadie puede ayudarme ―contesté con verdadera tristeza,
sabía que, dijera lo que dijera, terminaría obedeciendo a mi papá, siempre
sucedía eso.
―¿Segura? ―preguntó sacándome de mis pensamientos.
Lo miré desconcertada. Él hablaba con tanta calma, tanta
tranquilidad, tan pacífico, que era difícil enojarse con él y yo no quería que
se me pasara el enojo. Quería que mi papá pagara por lo que me estaba haciendo.
―¡Déjeme sola! ―chillé histérica, si él seguía allí
preguntándome, me calmaría y no quería. El enojo y la rabia eran mi única arma
para enfrentarme a mi papá, a mi novio y al hombre que en el futuro podría ser
mi esposo.
―Está bien, no se moleste, yo sólo quería ayudarla.
―No quiero y no necesito de su ayuda ―contesté entre
dientes.
―Ya lo veo, hasta pronto ―dijo con un tono de tristeza.
―Hasta nunca ―murmuré con un dejo de culpa.
Sus ojos me habían hechizado y no podía quitarlos de mi
mente, a pesar de que no lo había vuelto a mirar. Quería permanecer en ellos,
pero sabía que eso era imposible. Ya todo estaba perdido para mí. Me casaría
con un tipo al que ni siquiera conocía, quien, seguramente, era peor que mi
papá y mi novio juntos. Parecía que no tenía suerte con los hombres.
Subí al ascensor y cuando me volví para marcar el primer
piso, el hombre estaba parado fuera de la oficina de mi papá, mirándome con
fijeza. No pude apartar la vista y sólo cuando el ascensor se cerró me di
cuenta de que densas lágrimas corrían por mis mejillas. Me las sequé
rápidamente, no me gustaba llorar. Verme reflejada en sus ojos me turbó más de
lo que quería aceptar. Sólo esperaba no volverlo a ver, no me había gustado esa
sensación.
●●●
Entré sin ganas a la universidad, no quería encontrarme con
Cristian, aunque sabía que no podía evitarlo, mucho menos al verlo avanzar
directamente hacia mí, con una gran sonrisa.
―¿Acaso no es la chica más afortunada del planeta? ―me
preguntó besándome con fuerza, sus besos siempre eran así, poderosos y posesivo
y a veces, muchas veces, dolían.
―¿Cómo estás? ―pregunté sin ganas cuando me soltó.
―Muy bien, especialmente porque hoy es nuestro primer
aniversario.
¡Lo había olvidado! En realidad, lo tuve presente toda la
semana, pero hoy, con el notición de mi papá…
―Iremos a cenar esta noche y después, te llevaré a un lugar
muy especial.
―¿Sí? ¿A dónde?
―Ya lo verás. ―No dejaba de sonreír estúpidamente.
Suspiré y lo miré, tenía los ojos grises, envolventes y
atractivos; esa mirada hacía caer de rodillas a casi todas las chicas de la
Universidad. Claro que yo ahora en mi mente tenía otra referencia: esos ojos
verdes que emanaban luz, calor y reflejaban a la perfección el mundo. Su mundo.
Yo.
Cerré los ojos para quitarme esas idioteces de la mente, no
estaba pensando claro, no podía pensar así de un hombre al que había visto sólo
una vez y al que quizás jamás volvería a ver. Subí mis ojos para mirar a
Cristian que ni siquiera se percató de lo que me ocurría. Ahora me daba cuenta
de lo turbio de su mirada, lo intimidante y cruel que podía llegar a ser.
―A las ocho te paso a buscar a tu casa ―me dijo antes de
besarme apresuradamente e irse con sus amigos.
Yo no entré a clases, me devolví a mi casa, necesitaba
pensar. Me tiré en el sillón. ¿Haría lo que me pidió mi papá? Si era así, ¿cómo
se lo diría a Cristian? Si no lo hacía, ¿soportaría ver en prisión a mi papá?
Estaba tan confundida.
Cerré los ojos y “vi” la mirada tranquilizadora del hombre
del ascensor. ¿Quién sería? ¿Así se sentiría el amor a primera vista? Intenté
recordar su cara, pero no me resultó, sólo sus ojos verdes, su cabello negro y
piel color canela, quedaron en mi mente. Sin detalles. No podría describirlo.
¿Acaso una simple mirada puede desarmarte por completo? ¿Cómo era posible
sentirse así por una mirada?
A desgano me arreglé para salir con mi novio, esa noche
terminaría con él, sabía que, hiciera lo que hiciera y dijera lo que dijera,
terminaría casándome con Francisco San Martín, como lo quería mi papá.
A las ocho en punto llegó Cristian, me subí a su auto sin
ánimo, no quería ir con él, en realidad, hacía mucho tiempo que no quería estar
con él, me molestaba su presencia, pero no era capaz de terminar con él. En ese
sentido, este matrimonio obligado era mi salvación, aunque, ¿no sería eso salir
de las brasas para caer en las llamas? Sin conocer al hombre en cuestión podía
esperar cualquier cosa: buena… o mala.
El restaurant al que me llevó Cristian era muy elegante,
cumplíamos un año y, al parecer, para él era importante. A mí no me importaba.
Después de conocerlo realmente y soportar sus desplantes y falta de control
cuando se enojaba, el amor se me estaba pasando, además que tenía en mente la
mejor forma de terminar con él. Durante la cena, apenas sí conversamos. El
silencio era tenso, aunque creo que sólo era tenso para mí, porque él no tenía
idea de lo que sucedía a su alrededor, su mente estaba en otra parte, a pesar
de eso, parecía feliz.
Después de la cena, me llevó por la costanera de la ciudad y
entró a un “Motel”. Yo me tensé, ¿es que esperaba que esa noche él y yo…?
―¿Por qué me traes aquí? ―pregunté asustada.
―Te daré tu regalo ―respondió seductor.
―¿Mi regalo?
Yo no quería este tipo de regalo, no lo quería a él como mi
primer hombre, mucho menos ahora que pensaba acabar esta relación. Él sonrió
con la boca torcida, pensar que hasta hace un tiempo eso lo encontraba
seductor, hoy era desagradable. Se estacionó dentro de una especie de cabaña y
me miró.
―Bájate ―me ordenó.
―Cristian, no sé, yo no estoy preparada…
―Ya lo estarás. ―Me besó en la oreja y me dio asco.
―Cristian…
―Ven, bájate y te mostraré todo el amor que tengo para ti.
―Es que no sé…
―¿No me amas?
―No es eso, pero…
―Lucía, llevamos un año juntos, ¿no te parece que es hora de
que demos un paso más en nuestra relación?
―Es que no estoy segura.
―¿No estás segura de qué?
―No sé… de esto.
―No eres una niñita, tienes 23 años, no creo que esperes a
casarte virgen ―se burló.
―No, pero…
―¿Acaso hay otro?
―No, por supuesto que no ―contesté, aunque no podía quitarme
de la mente los ojos verdes que me enamoraron a la primera mirada y mi futuro
matrimonio arreglado.
―¿Entonces?
―No sé, no sé…
No podía decirle que no quería estar con él, que ya no
quería estar con un hombre que se creía el centro del universo, que no lo
amaba, que nunca lo hice, que sólo fue la ilusión de estar con el más guapo de
la Universidad, pero al descubrir que no había nada dentro, que era una figura
vacía, me harté de él. Mucho menos que mi padre me había vendido a otro hombre.
Se bajó del auto, dio la vuelta, abrió mi puerta y me miró
molesto.
―No pagué esto por nada. Bájate ―ordenó con voz ruda.
―Cristian…
Se agachó sobre mí, desató mi cinturón y me sacó del auto a
la fuerza. Cerró la puerta y me apoyó contra el vehículo con violencia.
―Vas a ser mía, Lucía, ya no puedes seguir negándote, te he
esperado demasiado tiempo para seguir en esta relación de párvulos.
―Cristian, por favor.
Me empujó hacia el cuarto y cerró la puerta tras de sí. Yo
caminé un poco más adentro, apartándome de él.
―No te escapes, ven aquí, conmigo, ya te sentirás cómoda.
Yo negué con la cabeza, no quería.
En un rápido movimiento, me atrapó y me tiró a la cama
poniéndose encima de mí, yo luchaba para impedir que me quitara la ropa, pero
él era más fuerte y me inmovilizaba bajo su cuerpo casi todo el tiempo.
―Cristian, no ―rogué al ver que mis esfuerzos físicos eran
infructuosos.
―Te gustará, te lo aseguro.
―Pero no así…
Desabrochó mi pantalón mientras yo luchaba aprisionada bajo
su cuerpo.
―Déjate llevar ―decía mientras buscaba mi boca para besarme.
Yo luchaba contra él, pero no podía, su fuerza era por mucho
superior a la mía.
―¡Quédate quieta! ―me ordenó besándome con furia, me dolió
su beso.
Logré sacar un brazo y antes que él pudiera detenerme, tomé
la lámpara de la mesita de noche y lo golpeé con ella en la cabeza.
Él se salió de sobre mí, quejándose de dolor. Yo me levanté
de la cama, acomodé mi ropa y salí del cuarto corriendo, pero no tenía
escapatoria, la puerta no se abría. No obstante, grité con todas mis fuerzas
para que alguien me ayudara a salir de allí.
―¡Perra maldita! ―gritó cuando se repuso y, agarrándome del
brazo, me volvió y me dio una bofetada, rompiéndome el labio.
El citófono del cuarto sonó en ese momento, yo corrí a
contestar, pero Cristian me empujó tirándome al suelo y lo contestó él.
―¿Sí?... No, ningún problema.
―¡Me quiere abusar! ―grité histérica, pensé que si me
escuchaban, alguien vendría a rescatarme.
―No, por supuesto que no, es una broma, un juego entre los
dos ―se disculpó él.
―Por favor, ¡ayúdenme! ―volví a gritar.
―Está bien, no se preocupe.
―No ―gemí al ver que cortó el teléfono.
―Vámonos ―me dijo mirándome con rabia―, eres una estúpida,
echaste a perder nuestro aniversario.
Se subió al auto, yo me subí en silencio, con mi rostro
mojado por las lágrimas. Cristian salió a toda velocidad sin mirar el camino
por la furia, y al salir a la avenida, chocó con otro auto que avanzaba por la
carretera, no fue un gran choque, pero el chofer del otro vehículo subió a una
especie de explanada que había allí y se bajó enojado. Cristian, después de
culparme a mí por lo que había sucedido, también hizo lo mismo y se
enfrentaron.
El auto de Cristian miraba hacia este, mientras que el otro
estaba frente a nosotros en dirección al norte, cruzado por delante del auto en
el que yo iba. Mientras conversaban los dos choferes, el otro auto encendió las
luces interiores; las del auto de Cristian estaban encendidas y la puerta del
chofer estaba abierta. La ventanilla de atrás del otro auto comenzó a bajar y
mi corazón se aceleró al ver al hombre del ascensor mirándome fijamente. Instintivamente,
cubrí mi boca para que no viera lo morado e hinchado que tenía el labio, me
avergoncé de estar allí y que me viera salir de ese lugar.
Él no dejaba de mirarme y en ese momento sí lo pude mirar
bien, no sólo sus ojos. Su boca era… besable. No puedo describirla, pero sus
labios invitaban a ser besados. Su nariz recta, perfecta. Su mandíbula firme,
con una barba incipiente, como si no se hubiese afeitado en la mañana. Debía
tener unos 30 años o poco menos. Por un momento se me cruzó la idea de bajar
del auto y pedir su ayuda, no quería volver a casa con Cristian, ¿y si
intentaba violentarme allá? ¿Cómo podría defenderme? Respiré hondo y tomé la
manilla para abrir la puerta, pero Cristian se subió en ese momento y me miró
furioso.
―¡Esto es tu culpa, Lucía! ―Me apuntó con el dedo,
amenazante―. ¡Deberíamos estar adentro, pasando el mejor aniversario y no aquí
arreglando una idiotez!
―Cristian ―rogué en un hilo de voz, el otro auto se fue y me
sentí completamente desamparada.
―¡Cállate! ¡No te quiero oír!
Recordé al hombre del ascensor, su voz tranquila, calmada,
sus ojos… Y lloré sintiéndome más sola que nunca en la vida.
Sonó mi celular. Lo miré. Número desconocido.
―¿Aló? ―contesté sin ganas.
―Sólo una cosa: ¿estás bien?
―¿Quién habla?
―Dime, Lucía, ¿estás bien? ―Era la suave voz de “ojos
verdes”, estaba segura de eso.
―No ―contesté simplemente.
―No te preocupes ―respondió y colgó.
―¿Quién era? ―me preguntó molesto Cristian.
―Equivocado ―mentí con descaro.
Llegamos a mi casa y me bajé rápidamente, no quería que
Cristian entrara a la casa, pero mis manos estaban temblorosas y no pude abrir
la reja. Él me arrebató las llaves de las manos y abrió, entró y quitó la llave
de la puerta interior. Yo me quedé afuera, no quería estar a solas con él,
estaba demasiado enojado, por mucho menos me había golpeado y ahora no sabía
qué esperar de él.
―Entra ―me ordenó con furia.
―Cristian, hablemos mañana, por favor.
―Entra o voy por ti.
Retrocedí dos pasos, Cristian me miró como si quisiera
asesinarme y avanzó hacia mí, yo quise escapar y di la vuelta, pero las luces
de un vehículo que venía a toda velocidad, nos distrajeron. El auto derrapó y frenó bulliciosamente a mi
lado. Salieron dos hombres, el chofer del auto que había chocado y otro que
parecía gorila. A mi lado apareció “Ojos Verdes”.
―¿Fue él? ―me preguntó tocando mi labio herido.
Yo me toqué, lo tenía hinchado y me dolía. Asentí con la
cabeza. El hombre hizo un gesto y los otros dos subieron a Cristian a su auto y
lo sacaron de allí.
―¿Qué le van a hacer? ―pregunté atemorizada.
―¿Te preocupa?
―No lo irán a matar, ¿o sí?
El hombre sonrió.
―No, por supuesto que no, pero no creo que le queden ganas
de golpear a una mujer de nuevo.
―Gracias ―atiné a decir. Ahora que lo tenía frente a mí no
podía mirarlo a los ojos.
―¿Por qué sigues con él, Lucía? ―Me encogí de hombros, ni yo
misma lo sabía con certeza―. El más popular ―contestó él por mí.
―Algo así.
―Deberías dejarlo, no es la primera vez que te golpea.
―No voy a volver con él.
Él asintió con la cabeza.
―Entra a tu casa, si vuelve, cosa que dudo mucho, me llamas,
ya tienes mi número.
―Sí, gracias.
Él me levantó la cara con mucha suavidad.
―Te mereces un hombre que te ame, Lucía, no un idiota que se
ame sólo a sí mismo.
―¿Cómo es que me conoce?
―Soy socio de tu papá ―contestó lacónico.
―¿Y cómo se llama?
―Anda a dormir, necesitas descansar ―me contestó con
suavidad.
Su voz me hipnotizaba, sus ojos me hechizaban, estaba
completamente embrujada por ese hombre del que ni siquiera sabía su nombre, era
atractivo, sí, pero su magnetismo iba más allá de su físico. Ofrecí mis labios
sin pensarlo y él me besó suave al principio, yo anhelaba más y me acercaba más
y más, él entonces me tomó la cara con sus dos enormes manos y me besó
profundamente, con ternura, con pasión, despertando en mí sensaciones
desconocidas. Los besos de Cristian siempre dolían, en cambio, los de este hombre
me hacían flotar en el espacio.
―Lucía… ―me apartó apenas, casi en contra de su voluntad.
―Lo siento, yo…
Bajé la cara avergonzada, lo venía conociendo, ¡no podía
entregarme así! Yo no era una cualquiera y…
No, esto no estaba pasándome.
―No te avergüences ―me acarició el rostro tiernamente.
―Yo no soy así, ni siquiera sé tu nombre.
Me regaló una sincera sonrisa y me besó en la frente,
quedando así unos segundos.
―Te llamo mañana ―susurró con sus labios todavía pegados en
mi frente. Me dio un corto beso en los labios, se subió a su auto y se fue.
Aquella noche no dormí casi nada. Tuve pesadillas creyendo
que Cristian entraba a mi casa e intentaba abusarme, o no dormía pensando en mi
“Ojos Verdes”, en su beso, su voz, sus palabras. ¿Me estaba enamorando? Eso era
imposible, porque no podía enamorarme así de rápido, nadie lo hacía, ¿verdad?
Me levanté de mala gana, no quería ir a la U, pero ya había
faltado varios días a clases durante el año y podía repetir el semestre.
Cristian estaba a la entrada de la U, pero al verme, se
volvió y caminó en sentido opuesto a mí y desapareció. Me tranquilicé, por lo
menos no me molestaría.
Mi celular sonó, era “ojos verdes”. Sonreí sin querer.
―¿Cómo amaneciste? ―Casi pude ver su tierna sonrisa.
―Bien, gracias ―contesté turbada.
―¿Lo viste?
―Sip.
―¿Te molestó? ¿Te dijo algo?
―No, de hecho, me evitó.
―¿Y tú estás bien?
―Sí ―contesté sin mucho convencimiento, no quería estar ahí.
―No me mientas ―su voz era tan suave, sin una gota de enojo.
―Sí, estoy bien, es sólo que… no quiero estar aquí.
―Vete a tu casa.
―No puedo, yo debo…
―Almorcemos juntos, ¿te parece?
―¿Qué?
―Tengo que arreglar unos asuntos ahora, si no iría a
buscarte inmediatamente, pero a la una estoy desocupado y podemos almorzar, así
me cuentas por qué no quieres estar ahí y por qué no te quieres ir a tu casa.
Yo sonreí sin contestar. No sabía qué decir.
―¿Dónde vas a estar? Para saber dónde buscarte.
―No sé…
―Ve a tu casa, Lucía, descansa y nos vemos más tarde.
―Sí, creo que será lo mejor.
―Te veo a la hora de almuerzo.
―Sip.
―Un beso, preciosa.
―Chao ―contesté poniéndome roja, menos mal que no me estaba
viendo.
Me acosté tal como estaba, dormiría media hora, sólo para
reponerme y luego me arreglaría para salir con mi “ojos verdes”. Apenas alcancé a cerrar los ojos cuando sonó
mi celular.
―¿Aló? ―contesté adormilada.
―Estoy afuera de tu casa, esperándote.
¡Ojos verdes llegó y yo estaba durmiendo! Miré la hora, la
una y cinco.
―Espérame ―le dije apresuradamente, levantándome.
Bajé corriendo la escalera, mientras intentaba arreglar mi
pelo desordenado. Abrí la puerta y él estaba fuera de su auto apoyado,
sonriendo divertido.
―Pasa ―le dije mientras abría la reja.
―Dormilona. ―Me dio un beso en los labios con suavidad.
―No estaba durmiendo ―mentí, pero, por la cara que puso, no
me creyó―. Es que anoche pasé mala noche y…
―No me des explicaciones ―me dijo acomodándome el pelo,
mientras lo acariciaba―. ¿Quieres salir a almorzar o prefieres que pida algo y…
Yo me perdí en su mirada y no escuché nada más de lo que
dijo, sólo veía sus labios moverse, quería besarlo, contemplaba su mirada suave
y… se detuvo y me miró, al parecer ya no hablaba, sonrió, con esa sonrisa bella
y sincera, se inclinó hacia mí y me besó suavemente.
―Todavía estás durmiendo ―dijo en mi boca.
―Estoy soñando ―contesté.
―¿Es un sueño lindo?
―Hermoso ―contesté mirándolo fijamente.
―Tú eres hermosa.
Me volvió a besar tan suave y apasionado que me pegué a su
cuerpo, instintivamente, jamás me había pasado algo así, ni siquiera con
Cristian, a quien creí amar, por lo menos en el primer tiempo.
―Preciosa… ―susurró abrazándome con más fuerza, acariciando mi
espalda, provocando estremecimientos en mi espina dorsal―. Quédate conmigo.
―¿Me dirás tu nombre?
―¿No lo imaginas?
―No.
Estaba perdida en su boca, no tenía capacidad de pensar. Me
tomó la cara con sus dos manos y me miró con ojos cargados de culpa.
―Te amo, Lucía, te amo más de lo que imaginas, no lo
olvides, ¿me lo prometes?
―Yo no puedo decir que estoy enamorada de ti, pero estoy
hechizada contigo.
―¿Un hechizo de amor? ―preguntó en mi boca, dándome cortos
besos.
Se sentía tan bien estar a su lado, besarlo, mirarlo,
parecía que lo conocía de hacía cientos de años.
―¿Y tu nombre? ―insistí cuando recuperé el sentido por unos
segundos.
―Te enojarás conmigo.
―Si no me lo dices, sí.
―Y si te lo digo, también.
―Me asustas ―le dije sentándome en el sofá, parecía que
fuera quien fuera, no me iba a gustar.
―No tienes nada que temer conmigo, jamás te obligaré a hacer
algo que no quieras.
―Lo sé.
―Excepto a ser mi esposa.
Yo abrí los ojos como platos. No podía ser cierto lo que
estaba oyendo.
―Pero jamás ejercería mi derecho de esposo si no lo
quisieras.
―¡¿Tú eres…?!
―Francisco San Martín.
Mi corazón se detuvo. Me quedé de piedra. ¿Cómo era posible
que fuera él el hombre que pretendía comprarme? No podía ser cierto, Francisco
no era así, no necesitaba pagar para que una mujer se fijara en él.
―Lucía… ―Se sentó a mi lado, sus ojos estaban llenos de
culpa.
―¿Por qué? ―Atiné a preguntar.
―Quería que terminaras con el idiota ese ―murmuró.
―Ya terminé con él. ―Sonreí.
―Lucía… ―Su voz sonó como una súplica.
Me acerqué y lo besé. Si lo pensaba bien, que Francisco
fuera el hombre con quien debía casarme, lo haría encantada, si finalmente, él
era mucho mejor que Cristian y que mi papá juntos. Y era sincero. Por lo menos,
eso parecía. El correspondió con tanta ternura que creí que mi corazón iba a
explotar de felicidad.
―Te amo, Lucía, cásate conmigo, no por el dinero, por mí,
por ti, por nosotros… porque te amo como nunca he amado ni lo volveré a hacer
―hablaba en mi boca sin dejar de besarme, tenía miedo y se le notaba―. Yo sé
que te puedo hacer feliz, sé que puedo conquistarte y lo haré día a día. Dime
que sí, preciosa, por favor.
―Sí... ¿Cómo podría decir que no? ―contesté entre sus besos
llenos de temor.
Me siguió besando, parecía un cuento de hadas, una novela
rosa con un final feliz.
―Hay que almorzar ―me dijo poco rato después.
―Sí ―contesté de mala gana.
―¿Quieres salir o pedimos algo y nos quedamos aquí? ―me
preguntó, yo no podía pensar muy bien.
―Como quieras ―respondí encogiéndome de hombros.
Me acarició el pelo, acomodándolo en su sitio, sonrió.
―Si salimos, tendrás que “arreglarte” y las mujeres se
demoran una eternidad en ello… ―se burló.
―Yo no, estoy lista en cinco minutos ―repliqué socarrona.
―¿Lo comprobamos? ―me retó divertido.
―Pero no ahora, otro día. ―Él rio con ganas y me abrazó
fuerte.
―Mejor dime qué quieres comer.
―Me da lo mismo. Quiero saber cómo es eso de que me ibas a
comprar. ¿Por qué? ¿Para qué? Cómo se te ocurrió esa genial idea.
Se levantó del sillón, llamó por su celular a un restaurant
o algo así y luego se volvió a mirarme.
―Fue una medida desesperada, hace unos días te vi… el
infeliz de tu exnovio te dio una bofetada… a la salida de la universidad… ―Le
costaba hablar―. Iba a intervenir, pero no me atreví, no sabía cómo lo
tomarías, tal vez te enojaras conmigo y no me dejarías acercarme más a ti.
Aunque antes no me había acercado a ti, en realidad.
Bajó la cara, no era la primera vez que Cristian me
golpeaba, siempre estaba golpeándome, humillándome, a mí me costaba salir de
esa relación, le tenía miedo y siempre pensaba que, por lo menos, no intentaba
abusarme… hasta anoche.
―Hablé con tu papá y me dijo que a él le gustaba ese chico
para ti y otras cosas, que si yo quería que él me ayudara a que terminaras con
él, su deuda debía quedar saldada… una estupidez…
―Entonces, ¿no me compraste? ―pregunté extrañada.
―Por supuesto que no.
―¿Por qué mi papá me dijo que si no me casaba contigo, él
iría a la cárcel?
Él se mostró decepcionado.
―Él me debe mucho dinero y, aunque hoy tiene ciertas
restricciones en cuanto al gasto del dinero, jamás hubiera hecho efectiva la
cobranza, no podría hacerte algo así… mandar a tu padre a la cárcel, por favor.
Pero no niego que sí quiero casarme contigo, desde hace mucho que lo quiero.
―Yo creí que serías un viejo decrépito y malvado… ―le
confesé.
―¿Y? ―se acercó y me besó en la boca, tierno y apasionado,
como me gustaba.
―Que eres malvado solamente.
―¿Malvado yo? ¿Por qué dices eso?
―Porque no me dijiste quien eras.
―Si me hubieras esperado ayer… yo quería estar presente
cuando tu papá hablara contigo.
―O sea, cuando yo iba saliendo, ¿tú ibas llegando para
hablar conmigo?
―Así es ―me dio un corto beso―. Tu cara y tu actitud me
dijeron que ya lo sabías…
―¿Te enojaste? Fui muy ruda contigo ―dije escondiendo mi
cara en su pecho.
―No, por supuesto que no, sabía que tu papá lo iba a hacer
parecer peor de lo que era.
Yo guardé silencio un rato, lo miré, contemplé sus ojos
verdes, siempre que lo miraba yo estaba ahí, el reflejo era tan nítido que
parecía que me tenía atrapada en su mirada, literalmente.
―Yo me enamoré de tus ojos ―le dije de sopetón, no me
importaba parecer vulnerable ante él.
Él sonrió dulcemente.
―No sabes las ganas que tuve de sacarte de ese ascensor
cuando te vi llorar…
―No me di cuenta de que lloraba.
―Después esperaba que te bajaras de ese auto…
―Estuve a punto de hacerlo, me iba a bajar, no quería estar
ni un minuto más con Cristian, pero después de lo del ascensor y del lugar del
que estaba saliendo… no creí que quisieras verme.
―Mi amor… mi amor ―ahora me besó con desesperación―. Nunca
más pienses que no contarás conmigo, aún si no quisieras seguir conmigo,
siempre estaré ahí para ti, ¿está bien?
―Si no me hubieras llamado…
―No pude quedarme tranquilo, te vi con tu labio hinchado y
sangrante… ―Me tocó suavemente el labio―. Tus ojos atemorizados…Bajé el vidrio
para que vieras que era yo… pero como no te bajaste, te llamé, necesitaba saber
que estabas bien, nada más.
―No lo estaba.
―Si no hubiésemos llegado… ―me abrazó fuerte y protector―.
No me lo hubiera perdonado jamás, preciosa; si ese tipo te hubiese lastimado
así… hoy no estaría vivo.
―¿Crees que me deje tranquila?
―¿Le tienes miedo?
Yo no contesté. Él apretó su abrazo y besó mi cabello.
―No volverá a lastimarte, preciosa. No mientras yo pueda
evitarlo…
Puedes encontrar su borrador en Wattpad
Les dejo el booktrailer
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